jueves, mayo 11, 2023

Julio M. Shiling: Poniendo en contexto las protestas del pueblo de Caimanera, Guantánamo, Cuba

 Tomado de https://patriademarti.com/

Por Julio M. Shiling

8 de  mayo, 2023

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Mantener el poder político por la fuerza es un arte. No es una práctica ética ni el ejercicio de una tarea moral. Sin embargo, es un quehacer que requiere forma estricta, aplicación constante e ingenio pragmático y en este sentido adquiere formato de artista. Los regímenes que adoptan la variante totalitaria pueden incluso considerarla una ciencia. La dictadura cubana domina el oficio de gobierno no democrático, a juzgar por su capacidad para conservar el poder. Han sido capaces de conseguirlo durante buena parte de seis décadas. Explicado filosóficamente, esta preservación de la tiranía se ha logrado aplicando dogmáticamente principios maquiavélicos, aprovechando el modelo hobbesiano de leviatán de dominación total, y presentándolo con éxito en verborrea rousseauniana-marxista para apelar a lo emocional. La descomposición, sin embargo, es un fenómeno natural en los esquemas políticos controlados artificialmente. Esto es lo que ha estado ocurriendo en Cuba. Somos testigos de sus síntomas.

El régimen comunista de La Habana debe su capacidad para mantener ilegítimamente el poder, a seguir celosamente estrategias clave. El terrorismo de Estado duro ha sido una de ellas. Esto se ha manifestado en una combinación de enfoques como las penas de prisión de mano dura, los asesinatos políticos, históricamente por medio de pelotones de fusilamiento, la tortura, la división familiar, la limitación del acceso a la sanidad, la educación, la vivienda y el empleo. La válvula de escape de la inmigración también ha demostrado su eficacia. La infiltración de grupos opositores y disidentes reales o potenciales, tanto dentro como fuera de la isla, ha sido un pilar fundamental y constituye el tercer método principal. Sin embargo, a pesar de los éxitos pasados, el comunismo cubano parece haber perdido su firme control social, pieza crucial del gobierno totalitario.

Lo que ocurrió el domingo 11 de julio de 2021 (11J) hizo añicos la mística de “estabilidad” del castrismo. Cientos de miles de cubanos de a pie, en su mayoría jóvenes, saliendo a las calles en más de 72 puntos de todo el país exigiendo libertad y la conclusión de la tiranía comunista, era impensable solamente unos días antes. Sí, los signos de descontento público ya eran evidentes desde hacía tiempo. También es cierto que los cubanos, dentro y desde el exilio, han librado metódicamente guerras de liberación para liberar a la patria de Martí del reinado marxista-leninista desde 1959. Sin embargo, no era probable que se produjeran protestas populares masivas, de una extensión de Cuba a otra, dada la maquinaria totalitaria existente. Habían conseguido mantener bajo control una manifestación pública de rebelión a gran escala, ciñéndose a la metodología anteriormente mencionada. La reacción de la dictadura cubana al 11J emuló previsiblemente las respuestas anteriores. Sin embargo, las protestas de Caimanera son solo un ejemplo de que las estrategias del pasado son ineficaces. El control tiránico del poder se está desvaneciendo.

El régimen castrista, bajo la dirección figurada del dictador Díaz-Canel, ha seguido el curso previamente ejecutado por sus superiores. El gobierno no democrático que encabeza emitió las esperadas y habituales largas penas de cárcel y las brutales condiciones que han caracterizado tradicionalmente al sistema de prisiones políticas cubano. Los manifestantes del 11J recibieron la aplicación de la dura represión esperada. Para el régimen castrista se trataba simplemente de seguir la tradición. La idea detrás de las largas e injustas sentencias siempre ha sido, no solamente, sacar de las calles a los ciudadanos descontentos. Se ha tratado sistemáticamente de extender el control psicológico de la sociedad sembrando el terror entre la gente. Los cubanos, sin embargo, parecen ahora inmunes a esta toxicidad.

La invitación abierta emitida por la dictadura comunista para que cualquier cubano que quisiera y pudiera permitirse marcharse, lo hiciera, tampoco ha tenido el efecto que los “éxodos masivos” inducidos por el régimen en el pasado han tenido sobre la limitación de la población nacional. No es que los cubanos no hayan salido desde noviembre de 2021, cuando el régimen castrista negoció con Nicaragua y México el paso a la frontera sur norteamericana. Más de 400.000 cubanos, en su mayoría menores de 50 años, desalojaron la isla en 2022. A pesar de esta cifra asombrosa en términos históricos, la muestra pública de rechazo sistémico exhibida entre los cubanos hacia el comunismo y la dinastía cleptocrática castrista no ha cesado. En otras palabras, los cubanos se han ido y se están yendo del país en grandes cantidades, y la gente sigue pidiendo una revisión política.

El espionaje al por mayor contra la oposición real o imaginaria y el personal disidente, la tercera fórmula seminal en el libro del juego de la supervivencia totalitaria, nunca ha dejado de funcionar. La razón de su evidente fracaso a la hora de evitar el descontento social, como se puso de manifiesto en el 11J, Caimanera y decenas de otros focos de desafíos del espacio público al gobierno despótico de la isla, ha sido la naturaleza no planificada y espontánea de estas protestas. Estas manifestaciones no siguen el dictado de ninguna figura o movimiento centralizado. No hay un único líder o grupo predominante que organice estas muestras públicas de patriotismo.

El estudio de libro de texto de los regímenes no democráticos nos dice que el castrocomunismo está decayendo y a gran velocidad. La autoridad que se supone que los modelos de dominación total del poder político deben suscitar en la ciudadanía no se ajusta ahora a los resultados que espera la dictadura de 64 años. Dicho de otro modo, la receta que han seguido no funciona. Ni siquiera una administración estadounidense amiga parece capaz de salvar el podrido estado dictatorial cubano.

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