A PROPOSITO DE Günter Grass
Por José Antonio Zarzalejos, Director de ABC
Diario ABC Madrid www.abc.es
... El común de los mortales no estamos ya compelidos a otorgar a este «referente ético» de Occidente ni mayor ni menor credibilidad que a cualquier otro personaje de dudosa encarnadura moral...
Ha tenido razón Charlotte Knobloch, presidenta del Consejo Judío de Alemania, cuando suponía que la revelación de su pertenencia a las SS de Hitler ha sido una estratagema comercial de Günter Grass para promocionar su último libro, una autobiografía titulada «Pelando la cebolla». La obra, que iba a ser distribuida en septiembre, ha llegado a las librerías alemanas el pasado miércoles, de modo que, en medio de la polémica, ya se pueden leer las justificaciones del autor alemán, no tanto por su incorporación adolescente a la organización criminal dirigida por Himmler, sino por la tardanza -nada menos que de sesenta años- en asumir su propio pasado. Una amnesia defensiva que tampoco sería relevante si no se tratase de un autor galardonado con el Nobel y, entre otros premios, con el Príncipe de Asturias de las Letras (ambos en 1999), y sobre todo, cuya personalidad intelectual se ha cincelado en la categoría de las llamadas «referencias morales».
Grass ha sido la conciencia crítica alemana a cuya sociedad ha reprochado de manera constante su benevolencia con el nazismo. No ha habido causa progresista a la que el autor de «El tambor de hojalata» no se haya adherido, desde el régimen castrista hasta cualquier iniciativa pacifista crítica con los Estados Unidos, pasando por las tesis palestinas. Obtendrá Grass buenos réditos de su postrera obra en la que ha encontrado «el contexto adecuado» para relatar su reclutamiento en las SS, y nada impide, por tanto, considerar que esta confesión sea en realidad un mercantilismo del autor. Porque si ha sido capaz de simular tan largamente -y de hacerlo con tanta convicción-, ¿qué escrúpulo obstaculizaría ahora suponer que lo que pretende el literato es hacer caja a sus setenta y ocho años? El común de los mortales no estamos ya compelidos a otorgar a este «referente ético» de Occidente ni mayor ni menor credibilidad que a cualquier otro personaje de dudosa encarnadura moral.
Günter Grass -más allá de los méritos que atesoren sus obras en lo literario-no dejaría de ser una anécdota si no fuese porque se alza, tras desvelar su pasado con una tardanza insuperable, en eso que hace sólo poco más de una semana denunciaba en las páginas de ABC Miquel Porta Perales, esto es, que determinados intelectuales de la izquierda perpetran la trampa de aparecer comprometidos con valores sociales de carácter ético, cuando, en realidad, sus biografías no soportan un contraste de coherencia con ellos.
Porque el rasgo distintivo del intelectual respecto del mero prosista o del poeta sin más pretensiones que las estéticas, consiste en la correspondencia entre aquello que dice y aquello que hace, de tal manera que, si entre su discurso y sus propios actos media una distancia llamativa, el intelectual se convierte en un impostor.
Viene a cuento la referencia a nuestro ensayista catalán por el acaecimiento el pasado día 14 del cincuentenario del fallecimiento de Bertolt Brecht, que él glosaba en las páginas de este periódico advirtiendo del modo servil con el que Brecht hizo apología -y apología poética para mayor escarnio- de catalogados criminales como Lenin y Stalin, como lo hizo igualmente Sartre, que tampoco se privó de la elegía al dictador cubano ni de reclamar silencio general ante el «gulag» soviético. Escribe Porta Perales -y a estos efectos internos, españoles, importa mucho la impostura de Grass- que «en la España de hoy -la reserva progresista de Occidente- el intelectual comprometido a la manera de Brecht y Sartre, inasequible al desaliento, continúa existiendo en versión más o menos moderada. ¿Quizá no hay intelectuales comprometidos con una izquierda a la que nunca critican y siempre ríen las gracias? ¿Quizá no hay intelectuales que criminalizan a la derecha y el liberalismo al tiempo que loan las hazañas de dictadores y populistas hispanoamericanos?».
Las respuestas a las preguntas de Porta Perales son todas positivas y los acontecimientos, nacionales e internacionales, desde los incendios en Galicia hasta la misteriosa enfermedad de Fidel Castro, nos ayudan a comprender que a muchos de los «abajo firmantes» -sospechosamente empeñados en eso que denominan «memoria histórica»- hay que desafiarles desde posiciones intelectuales y éticas opuestas a las suyas y que no por serlo resultan de peor condición o de más difícil defensa. Claro que si desde la derecha se repite -como se ha venido haciendo- que la cultura, para serlo en toda la extensión de su concepto, ha de ser de izquierdas, la batalla de las ideas está perdida antes de comenzar a plantearla, de lo que se ha valido la izquierda para escribir unos relatos de la historia reciente y mantener unas tesis de presente que han buscado siempre la culpabilización de sus oponentes. Günter Grass ha creado escuela en esta forma artera de proceder.
A propósito del simulador alemán que nos ocupa se podría, y se debería, extraer algunas lecciones de gran importancia. Y de entre ellas, no sólo la del escepticismo con el que tienen que ser acogidos determinados discursos bien empaquetados en la semántica maniquea del progresismo, sino también la de reparar en la benignidad con la que, desde el auditorio ideológicamente más bronquista, está siendo tratado el autor de «Pelando la cebolla». Después de la indulgencia, tratarán de que llegue la rehabilitación y, finalmente, la coartada argumental para no perder ni uno sólo de los efectivos de la «intelectualidad comprometida» frente a la derecha, la reacción y la regresión que representan los discursos alternativos a los progresistas de Grass y compañeros mártires.
En España ha comenzado innecesariamente la labor de maquillaje Graciano García, director de la Fundación Príncipe de Asturias, cuya «admiración» por el galardonado Grass no ha disminuido «como intelectual, grandísimo escritor, y en lo que le he conocido, como ser humano». Acabado ejemplo estas palabras de inanidad crítica, que es una forma sutil de intolerancia.
No se trata de que al literato alemán le priven ahora del Nobel ni del Príncipe de Asturias ni de ningún otro premio, galardón o reconocimiento concedidos, pero sí de asumir que se da una suerte de papanatismo cultural e ideológico cuya expresión última es lo políticamente correcto y que, a veces, conduce a fiascos históricos como éste que nos han proporcionado Günter Grass al que «la doble runa en el cuello del uniforme» de las SS no le «repugnaba». Es posible que la aquiescencia del autor con esa simbología infernal tuviera que ver con la pirueta de la historia que confabuló a Hitler y Stalin para que el primero se pudiera hacer con Europa y perpetrar un genocidio mientras el otro desplegaba una dictadura a cuyo jaez criminal le quedan por escribir muchos capítulos de «memoria histórica» a los que Günter Grass no ha contribuido con su literatura denunciadora. Estaba pelando la cebolla, una tarea tan laboriosa que le ha ocupado seis interminables décadas. Ahora ya es tarde. Demasiado e irremisiblemente tarde.
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