martes, noviembre 28, 2006

EL HONOR DE UN SAMURAI // EL DOBLE EXILIO DE VARELA // CARTA ABIERTA DE JORGE GASTÓN

Tomqado de Diario de las Américas.com

El Honor de un Samurai



Por Miguel Cossío


La muy pequeña guerra de Tom Fiedler era el título original de esta columna, que dejaré para otro día. José Varela me obligó a cambiarlo. No comparto ni justifico lo que hizo. Pero pregunto, ¿cuántas bajas más serán necesarias para resolver la crisis entre El Herald y la comunidad? ¿Cuántas cabezas más deberán rodar para saciar la sed de venganza, el desprecio y la miopía política de algunos con poder?

¿Acaso no son suficientes el fusilamiento moral de once periodistas de Miami, entre los que me incluyo, la expulsión de cuatro de ellos de su trabajo, las renuncias del presidente de The Miami Herald, Jesús Díaz, Jr., y del colega Pablo Alfonso, las ofensas racistas y las disculpas de Tom Fiedler a la comunidad, la pérdida de lectores y el desprestigio de la compañía Miami Herald Media a los ojos del país?

Varela escenificó la caricatura más trágica de su vida y con ella desnudó no sólo sus demonios y conflictos personales, sino cuán profunda y purulenta es la herida causada a la sociedad local por los errores de El Herald.

Él “quiso llamar la atención sobre problemas colectivos y estuvo dispuesto a llegar a sus últimas consecuencias, a inmolarse por lo que considera justo”, ha dicho Félix Puga, entrenador de kárate y quien conoce a Varela desde hace 17 años.

“Soy cubano, no soy ningún chihuahua… Voy a desenmascarar los verdaderos conflictos del periódico… Aquí se burlan de los exiliados… Un periódico no puede estar riéndose de la inteligencia de la gente…”, fueron algunas de las frases del caricaturista durante sus horas de encierro en las instalaciones de El Herald.

Hay quien cuestionará si se puede dar crédito a una persona afectada emocionalmente. Varela expresó lo que mucha gente piensa dentro del diario y afuera, en las calles de Miami.

Su caso ha sido hasta ahora el episodio más dramático de una serie de sucesos que comenzaron con el reportaje publicado por El Herald el 8 de septiembre y que se agudizaron en la tercera semana de noviembre.

La saga de esta historia se ha convertido en una suerte de drama donde todos los personajes van perdiendo en un perverso juego de suma cero.

Se ha puesto en duda el prestigio de personas, organizaciones e instituciones en Miami. Y el prestigio constituye una de las piedras angulares de la autoestima y del poder. La pérdida de la credibilidad es sinónimo de vulnerabilidad.

José Varela perdió la autoestima, entre otros atributos, esenciales para cualquier ser humano. “Puedo morir aquí”, dijo mientras se encontraba atrincherado en el edificio de El Herald, como si estuviera apelando al Bushido o Código Samurai. Él captó nuestra atención con un simbólico acto de Seppuku o Harakiri, el ritual con el que los guerreros japoneses defendían hasta la muerte los principios mancillados de lealtad, sacrificio, justicia, valor, modestia y honor.

El caso de Varela resulta paradójico y doloroso porque el fin de todo samurai es alcanzar la absoluta claridad física y mental. Y porque, por desgracia, ésta no es una película de Akira Kurosawa.

The Miami Herald y su director ejecutivo, Tom Fiedler, nos vendieron un guión dotado de falso puritanismo, en el que se presentaron como los guardianes de la sacrosanta doctrina del ejercicio periodístico.

Pero los hechos han demostrado que detrás de ese argumento había, como escribió un amigo, un olor a nauseabunda inquisición.

Los dueños de McClatchy tienen ahora la opción de despedir a Fiedler por considerarlo una carga pesada, y él podrá figurar como la víctima de la intolerancia del exilio cubano de Miami, que le impidió seguir su misión de vigía fiel de lo que acontece en la sociedad. Eso no resuelve mucho.

Tampoco ayuda que Tom siga pavoneándose como el héroe ante los colegas de la prensa estadounidense, por haber sacudido la ya insoportable y corrupta escoria cubana, incluidas “las 22 personas que como perritos chihuahuas” escuchan a Armando Pérez Roura.

El periodismo en Miami ha perdido prestigio. Hará falta talento, capacidad de perdón y mucha, muchísima modestia para recuperarlo sin que nadie más aplique el Código Samurai.

***

Director de Noticias del Canal 41, AmericaTeVe

***********

EL DOBLE EXILIO DE VARELA

Por Alejandro Armengol



VARELA AL PARECER actuó con la desesperación de un Rambo y no con la frialdad y precisión de Yojimbo y Sanjuro, sus héroes cinematográficos favoritos. Pero ese grito de angustia —mezcla tragicómica no libre por momentos del sainete y la parodia— ha despertado un sentimiento de solidaridad y compasión.

No se trata de aprobar su conducta, sino de tratar de explicar sus razones y sinrazones. Para ello habrá tiempo en las próximas semanas y meses, pero hay un hecho que se debe resaltar: la comunidad —o mejor dicho, una parte sustancial de ella— está a su lado.
Una emisora radial logró recaudar $13,076.90 en pocas horas y el caricaturista pudo salir de la cárcel.

El sábado, un juez estatal impuso a José Manuel Varela —quien enfrenta tres cargos de asalto con agravantes— una fianza de $75,000. Era necesario el 10 por ciento del dinero, o sea $7,500, para cubrir ésta y que fuera liberado.

Repito que este apoyo popular no debe interpretarse como una aprobación del público. Pero indica no sólo que se trata de una figura querida en Miami, sino también que su actuación irracional fue mucho más allá de la explosión de una crisis personal.

Además de que trató de reducir la violencia al mínimo, Varela se interesó sobre todo en llamar la atención y no en la transgresión. Este punto es clave. Quizá no tanto para su defensa legal —porque en la corte se juzgará la violación de las leyes y los atenuantes principales tendrán que ver con su estado emocional— como a los ojos de la comunidad.

Su acto estuvo mucho más cerca de la inmolación —aquí sí hay un contacto con la filosofía oriental— que de la furia destructiva.

Esta inmolación —una carrera destruida y la posibilidad de varios años de cárcel— trasciende los aspectos específicos de su caso y sólo puede empezar a ser asimilada a partir de su condición de exiliado, a la que nunca ha renunciado.

Por razones de su separación matrimonial, el caricaturista estaba viviendo en Jupiter, alejado de Miami y en un vecindario ajeno a sus costumbres e idioma. Para quienes no lo conocen, debo añadir que es un cubano típico que de pronto se vio no sólo conviviendo en un territorio extraño, sino que debe haber llegado a pensar que estaba siendo exiliado por exiliados.

Varela representa entonces al exiliado en su estado más puro: que se siente marcado por una experiencia solitaria y que siente que ha perdido el contacto con lo que había de firmeza en su vida: disminución sustancial de ingresos, matrimonio y vivienda.

Si nada de lo anterior justifica su comportamiento la mañana y tarde del viernes pasado, nos ayuda a comenzar a comprenderlo. La falta del típico pragmatismo norteamericano —que le impide comenzar a buscar otras vías— es también lo que lo pierde y lo hace adoptar un papel redentor, que en última instancia lo caricaturiza. Lo que le quedaba era su arte e intenta llevarlo a la vida, de una forma peligrosa e irresponsable.

Temo que persistan los esfuerzos por considerar a Varela un héroe, cuando en realidad es una víctima. No es un ejemplo a seguir, pero sí ejemplifica una parte de nosotros mismos, que muchos exiliados tratamos de mantener lo más controlado posible. Eso fue lo que falló al caricaturista. Ahora somos nosotros los que no debemos fallarle a él.

**************
Carta al director, la saga del Herald, Jorge Gastón

Por Jorge Gastón
Diario Las Americas
Publicado el 11-27-2006



Cartas al Director
La saga del Herald
Estimado Sr. Director:

El caso de José Varela es parte de una saga que se inició con el malvado y mal intencionado artículo de Oscar Corral del 8 de septiembre en el Miami Herald y el Nuevo Herald.

Creo es hora de que la dirección del periódico reconozca los errores cometidos y trate sinceramente de recuperar el favor de la comunidad, no sólo cubana sino hispana en general, que apoya nuestras causas.

El mencionado artículo dio lugar a que se despidieran, injustamente, varios periodistas muy respetados y queridos por los lectores. La reacción en contra del periódico fue extraordinaria. A tal punto que su presidente Jesús Díaz Jr. fue despedido. Por su parte Tom Fiedler cometió el imperdonable error de comparar a los cubanos con los perros chihuahuas y señalar que una de las más escuchadas estaciones de radio hispana contaba solamente con 22 oyentes.

La dirección del periódico, aceptando su error, reintegró a sus puestos a los despedidos, reconoció ipso facto que había actuado injusta e impensadamente. Se comprometieron a pedir disculpas de manera pública, lo cual no han hecho hasta ahora dando lugar a que Pablo Alfonso, con toda razón, presentara su renuncia recientemente.

Los hispanos en general, deseamos tener un periódico que hable nuestro idioma pero que lo haga con dignidad, honestidad y sobretodo con mucho respeto a la comunidad que pretende servir.

Ha pasado mucho tiempo desde el fatídico artículo del señor Corral y todavía esta saga sigue inconclusa.

¿Dónde está la disculpa pública? ¿Cómo es posible que el señor Corral o los que cocinaron y autorizaron la publicación del artículo no hayan sido despedidos? ¿Cómo es posible que Mr. Fiedler siga dirigiendo el periódico después del desaguisado de hacer público su desprecio a los cubanos que, dicho sea de paso, somos parte de quienes le mantienen el salario?

(Mr. Fiedler)

Por su parte el señor Humberto Castelló director del Nuevo Herald, debe hacer declaraciones más diáfanas y precisas que las expresadas en el programa de Oscar Haza, en donde quedaron muchas lagunas y puntos oscuros. Como responsable del periódico en español, está en la obligación de asumir su responsabilidad de frente y con entereza, de lo contrario, la comunidad hispana espera también su renuncia.

El que suscribe lleva años disfrutando de la lectura diaria del Nuevo Herald.

El periódico tuvo la gentileza de concederme una columna en sus páginas y de publicar infinidad de mis cartas-denuncias. Todo lo que agradezco infinitamente, pero, cuando hay situaciones erróneas y denigrantes como las sucedidas últimamente, simplemente, no puedo quedarme callado.

No me importan las consecuencias. La moral y la dignidad están muy pero muy por encima de todo lo demás.
Jorge Gastón
Miami, Fla.