MORIR DE CARA A LA SOMBRA
Nota del blogguista
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Morir de cara a la sombra
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Cualquier hombre, hasta el más vil, es humano. Es por eso que imagino lo que sintieron ciertos dictadores del siglo XX horas o días antes de morir, y siento un poco de pena. Ni Hitler, ni Mussolini, ni Stalin, ni Francisco Franco, ni Augusto Pinochet pudieron morir peleando, de cara al sol, como nuestros héroes independentistas José Martí, Antonio Maceo y muchos otros.
Seguramente, a lo largo de sus vidas, los dictadores mencionados desearon morir peleando en el campo de batalla, como corresponde a un militar. O tal vez, ya en el poder, a consecuencia de un atentado. Pero nunca en una cama, como cualquier mortal, porque un hombre grande, bravo, valiente, debe caer en el campo de batalla, y no morir entre cuatro paredes, tinieblas y sábanas limpias; rodeado de miradas compasivas.
No, un hombre que ha realizado acciones grandiosas, no puede salir de este mundo desde una cama de enfermo, languidecer en presencia de los más íntimos, exhalar en paz el último suspiro frente a galenos y enfermeras; morir como un pájaro sobre la tierra, entregar su alma así, por nada y sin haber disparado el último tiro de su escopeta contra las fuerzas opositoras.
Adolfo Hitler se suicidó en su búnker el 30 de abril de 1945, invadida la capital alemana por las tropas soviéticas. Al día siguiente, Radio Hamburgo interrumpió su programación para ofrecer, entre fragmentos de óperas de Wagner y acordes de la Séptima Sinfonía del compositor austriaco Anton Bruckner, una grave e importante noticia: "Nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania en su cuartel general"
El 2 de mayo, la prensa europea anunciaba que el Führer había muerto luchando hasta el último momento contra las fuerzas comunistas, de cara al enemigo, en su puesto de honor, y que sólo así Alemania se rendía.
Fue mucho después que se supo la verdad. Adolfo Hitler, sentado frente al cuadro de Federico el Grande, había empuñado su pistola Walter calibre 32, y se disparó en la sien. Había preferido morir de un balazo que "caer en manos de los aborrecidos enemigos que necesitan un nuevo espectáculo, escenificado por judíos, para divertir a las masas exaltadas. Después de mi muerte no quiero que me exhiban en ningún museo ruso de cera".
Los más cercanos colaboradores del canciller ocultaron el suicidio y su decisión de casarse horas antes con su amante Eva Braun. El lugar escogido para morir fue la ciudadela Tiergarten, compuesta por sus edificios de gobierno. Allí, bajo los jardines de la Cancillería del Reich, en el segundo búnker, refugio antiaéreo construido dos años antes a quince metros bajo tierra, mucho más profundo que el búnker de 1936, pasó escondido las últimas semanas de su vida el dictador y guerrero alemán, mientras caían las bombas sobre Berlín.
Al parecer, estos amos absolutos no pueden morir de muerte natural. Piensan que la historia no se los perdonaría.
Esta información ha sido transmitida por teléfono, ya que el gobierno de Cuba controla el acceso a Internet.
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