miércoles, enero 03, 2007

LA TORRE SIN TORRERO

La torre sin torrero

Por Nicolás Aguila

En el principio fue el teque y el cuento de la buena pipa. Un desfile de barbas, pero una sola voz.
Un ego enorme por todas las emisoras en cadena y los canales de televisión encadenados, despotricando urbi et orbi como el vicario de Dios en el país de la ciguaraya.
Las mujeres enloquecían con su incontinencia oratoria. Y muchas se desmayaron cuando vieron la paloma blanca volando hacia el elegido de la barba rebelde.
Y en vez de excretarle un mal augurio en el rombo rojinegro, la muy camarada se le posó en el hombro con la mansedumbre celestial del Espíritu Santo. Se equivocó la paloma.
Las masas se arrebataban y aplaudían a rabiar pidiendo la efe que fascina. Y él se sintió todopoderoso, Changó disparando el rayo y Júpiter tronando el trueno desde la tribuna imponente.
Entonces soltó aquella cursilería de abogado sin pleito: "Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella". Y se echó en el bolsillo a un país ansioso de verdades fáciles. Elecciones ¿para qué? Se equivocaba de nuevo un pueblo equivocado.
Habían tirado los caracoles y salió melado de caña, sol bueno y mar de espuma. Pero no vieron nada más que la sandía por fuera. Democracia es ésta, verde que te quiero roja, y al que no le guste que tome purgante. Se equivocaron también los babalaos.
Y se equivocó hasta el pipisigallo. Empezaron siquitrillando a los burgueses, mamita qué pachanga. Y luego todo el mundo contra la pared. Contra el paredón. Boca abajo. De rodillas. De cara al campo. De culo al mundo. Y al que asome la cabeza duro con él.
Y vengan movilizaciones. A las quimbambas. Al café. A la caña. A la cañona. A paso de conga y a la pinga de palo. Abajo y de un solo tajo, sonaba amenazante la consigna de los macheteros.
Todo lo revolvieron, todo lo cambiaron y todo lo destruyeron. Todo, en menos de cinco años. Y entonces empezaron a planificar por quinquenios el tiempo destructivo, para que la vida se nos fuera entre guardias, mítines y colas. Entre marchas y consignas. Entre el cero, el infinito y el número ocho.
Un día se llenaron los estadios y teatros de un extraño público en prisión preventiva por el delito de ser o no ser. O simplemente parecer. Adiós al hábeas corpus y a la fianza. Adiós, Lolita de mi vida.
Nos reinventaron una isla larga y triste. Aburrida. Carcelaria. Inhabitable. Una distopía que nos asfixiaba en un presente sin salida, cerrado al porvenir, mientras nos dormían con el cuento del futuro luminoso.
Y total, lo único que quedó del faro de América ha sido el fuego fatuo de la larga noche cubana. Apenas un tenue resplandor que ya el poeta nos había adverdido: Esa luz no significa nada, es sólo la torre y su torrero.

Hoy el torrero está en cama.
O está en coma ya quizás.
Las campanas de su entierro
comenzaron a doblar.

Las fanfarrias triunfalistas
suenan casi a funeral.
Y la torre sin vigía
no es la misma torre igual.

Un torrero colectivo,
¿quién ha visto cosa tal?
¿Un cancerbero tricéfalo?,
esa extraña trinidad
compuesta de tres cabezas
pero un solo general.

Pues a mí no me la cuelan,
eso ya no aguanta más.
Sin el torrero la torre
un merengue va a durar.

Desde el principio fue el cuento,
la trova y el blablablá.
Se acabó lo que se daba,
ya no hay mucho que contar.

Santeros y cirujanos
ya no pueden con su mal.
El doctor García Sabrido
lo acaba de desahuciar.

El tiempo parece calmo,
pero anuncia temporal.
Que aseguren los horcones
porque viene un huracán.
En el principio fue el teque,
pero esto es el final.