LAS HORAS CONTADAS
Las horas contadas
Por Raúl Rivero
Madrid -- En las cárceles de Cuba está prohibido que los presos usen reloj. Pero es inútil. Cada preso político marca su tiempo y asume los horarios en una vida que está conectada con fragilidad a la velocidad de las vueltas de la tierra alrededor del sol. Esa conexión se alcanza mediante estos elementos que no tienen sustancia material: la cercanía de la familia, la solidaridad y la esperanza.
Los relojes íntimos, individuales, únicos como las huellas dactilares o como el ADN y la pupila que consultan los prisioneros sin mirar con desgano ninguna esfera, caminan también por la emoción y la memoria. Por los derrumbes del cuerpo y los ataques de las patologías, por el discurso de las cartas que llegan, por la calidad de las fidelidades y por la capacidad que demuestren sus amigos y compañeros de viaje para apartar y demoler el olvido.
Esos tiempos privados necesitan apoyos para fluir porque desde el borde de los camastros rústicos asediados por ratas y otros bichos, o frente a las bandejas de lata empercudida que proponen espinas de pescado hervido y unas hierbas, es muy difícil abstraerse para comprender el tiempo de los gabinetes presidenciales y los relojes de pared, impolutos y exactos, que controlan la burocracia de las cancillerías.
Allá dentro es un trabajo arduo e inútil tratar de conocer con precisión las horas de las cenas protocolares. Las derivas de las conferencias y citas de los políticos porque suelen perturbar el ejercicio de la meditación los aromas de los baños turcos, un hueco hecho a barretazos en el piso irregular, que los carceleros vinculan a la fuerza con la salud y la atención a los reclusos.
Y, además, no importa. No puede importar mucho, si como en el caso del doctor Oscar Elías Biscet se entra a su séptimo año de confinamiento (con un breve periodo de dos meses entre una condena y otra) y la dictadura ha dispuesto que tiene que estar encerrado un cuarto de siglo.
El médico necesita de su tiempo particular para atenderse la presión arterial y la úlcera y otros padecimientos que contrajo en la cárcel y necesita la llamada internacional que acaba de hacer su esposa, Elsita Morejón, para que el mundo recuerde que ese hombre trabajaba en silencio por la libertad de su país y contra la pena de muerte.
Biscet, que ha utilizado siempre con sabiduría sus cronómetros, requiere ahora, más que nunca, de esas sustancias intangibles para que las manecillas que sólo él puede ver no se retrasen y se le pierdan en las neblinas de sus patologías y en las del calabozo del Combinado del Este.
Le hacen falta también al poeta y periodista Ricardo González Alfonso, a quien han operado otras dos veces, sorpresivamente, esta semana en los salones de esa misma cárcel. Sin avisar a su familia, en la sexta visita involuntaria al quirófano en los últimos dos años. Todo eso después que hace una semana Alida Viso Bello denunciara que a su marido no le permitían pasar las medicinas que no le podía facilitar la mayor potencia médica del universo y de la historia de la humanidad.
Reclama esos soportes José Luis Pérez (Antúnez) que cumplió desde marzo su condena arbitraria de 17 años de prisión por el escandaloso delito de propaganda enemiga oral, es decir, por expresar su opinión y decir la verdad en público. Un hombre que es una leyenda del presidio político por su rectitud y su coraje.
Se necesita mucha cercanía familiar, solidaridad y esperanzas para darle ritmo y estabilidad al tiempo de todos los prisioneros políticos. Los comunistas tratan de excluirlos y exponerlos a la muerte y al olvido en sus prisiones porque ellos --a pesar de las rejas y el peligro-- para la dictadura son una bomba de relojería.
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