lunes, octubre 12, 2009

CUBA : ANTE EL ABISMO

Ante el abismo


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'Model Town' o 'La Habana sin Olga Guillot' muestran con claridad las diversas facetas del efecto devastador del castrismo.
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Por Duanel Díaz
Nueva York | 12/10/2009


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En Cuba: vida cotidiana y revolución, compilación de notas publicadas en enero de 1974 en el diario La opinión, de Buenos Aires, Enrique Raab narra su conversación, en las afueras del hotel Deauville, con un negro sesentón que gustaba hablarle a los turistas con algunas palabras en inglés. "No tiene usted idea, sir, de lo que era el Malecón, antes… No se podía ni cruzar con la cantidad de carros que corrían. Dodge, Oldsmobile, Ford, Chevrolet… Era una fiesta para los ojos. Y los hoteles: aquí, en este hotel donde usted vive, había un casino con 22 mesas".

En su apología de la Cuba de antes, el viejo afirma que el Havana Hilton era el mejor hotel de América Latina, para enseguida contrastar aquel tiempo pasado con el presente: "Vea ahora la tristeza, sir. No hay turistas, no hay people, todo está desierto". Francisco, que así se llamaba el curioso personaje, trató de irse en el 61, pero se cortó el puente aéreo. "No pude salir, me quedé aquí, me moriré aquí… Mi sueño es tomar, una vez más siquiera, un trago de Coca-Cola".

"La lengua pasa por los labios, los humedece como si toda el agua del Caribe no pudiese suministrar la misma humedad que un trago de gaseosa", apunta Raab, que termina la anécdota refiriendo la respuesta del viejo a la pregunta por su job: "era jefe de los lustrabotas del Capri".

Para el periodista argentino, uno de los tantos turistas revolucionarios latinoamericanos que aun después del caso Padilla persistieron en pintar al régimen castrista como el mejor de los mundos posibles, ese hecho evidencia la estupidez de quien, a pesar de haber desempeñado un trabajo tan servil, añora un país que no era sino un traspatio de los yanquis.

Para colmo, Raab, quien dice encontrar en Cuba "el germen de un mundo distinto, cuyas imperfecciones provisorias no atenúan en nada la premonición maravillosa de lo que será la sociedad del futuro", presenta su diálogo con el ex limpiabotas como prueba de la falsedad de quienes afirman que en Cuba los críticos del gobierno están internados en granjas de trabajo.

Hershey como síntoma

Model Town
Parte 1
( el documental comienza en el minuto 1:01 )





Recordé a Francisco mientras veía la escena final de Model Town, en que algunos habitantes de Hershey reaccionan a la entrega de una tableta del famoso chocolate. No hay mucha distancia entre la coca-cola añorada por aquel en los setenta y el chocolate que emociona a éstos hasta las lágrimas, pero sí un cambio fundamental que atañe a lo que en jerga marxista se llamaba "tipicidad": el negro Francisco es presentado como "un gusano contrarrevolucionario", una pintoresca anomalía, producto del calado de la ideología capitalista en algunas personas enajenadas.

Los ancianos de Model Town, en cambio, no podrían ya ser comprendidos como representantes de unos sectores sociales que, por haber perdido sus privilegios burgueses o por simple incapacidad de adaptarse al nuevo orden, añoran patéticamente el mundo de ayer. Del mismo modo que el lenguaje del exilio se ha impuesto al punto de ser adoptado por los propios oficialistas (Juan Formell habló del "gobierno de Cuba" y no de "la Revolución" en su reciente entrevista con María Elvira Salazar), es la razón del exilio la que ha prevalecido definitivamente. Ya todos añoran, como los gusanos viejos.

El objeto de la nostalgia que muestra el documental de Laimir Fano no es sólo Hershey, es toda Cuba. A pesar de que ese poblado, por sus características particulares, no es representativo de los "pequeños pueblos" evocados por Eliseo Diego, se diría que lo que se añora es aquello que tenía en común con el resto de la República.

Model Town
Parte 2
( el documental termina en el minuto 2:22 )



Según Laimir Fano, una de las ancianas entrevistadas le mostró un recorte de un periódico local en que, en la primera década de la revolución, se caricaturizaba al señor Hershey como un viejo feo y explotador. Lástima que esto no haya podido ser grabado, pues habría vuelto más evidente el sentido metonímico del discurso sobre el pueblo modelo.

La elegancia de Milton Hershey que los antiguos habitantes del lugar recuerdan, ¿no es también la elegancia del mundo de ayer, anterior a los uniformes de milicia y las consignas gritadas a voz en cuello? La añoranza de estos ancianos revela la falacia de la caricatura de la República que el castrismo ha ofrecido por décadas, como la reivindicación del capitalista Hershey, la de una doxa que no podía comprender la filantropía sino como un peligrosísimo enemigo a ridiculizar.

'El país modelo'

Desde las críticas de Engels a Eugenio Sue, sabida es la tirria de los marxistas hacia la filantropía burguesa: mientras más explotadores los capitalistas, mejor, pues así, al agudizarse la lucha de clases, ha de llegar antes la revolución proletaria.

Bien mirado, el proyecto castrista-guevarista, ¿no pretendía emular, a una escala nacional, la idea de los pueblos modelos: educación, recreación, salud pública, desarrollo integral? Cuba sería país modelo. La vanguardia de la humanidad. Más radical incluso que la propia China, según confesó el presidente Urrutia a K.S.Karol en 1967.

El socialismo y el comunismo, construidos simultáneamente. Los tres planes piloto en San Andrés, Gran Piedra y Banao, avanzadillas de una utopía comunista que sería realidad en toda la Isla para 1975.

En el discurso pronunciado el 28 de enero de 1967, en la inauguración del primero, Fidel Castro decía, a propósito del plan educativo: "Estos centros serán, sin duda, los lugares del mundo donde incluso la pedagogía se pondrá a prueba. Y se pondrá a prueba si la pedagogía existe o no existe; se pondrá a prueba si la sociedad es capaz de educar o no a sus miembros, si es capaz de despertar en los hombres una conciencia superior, sentimientos superiores. Por eso aquí, todos los que se interesen por la pedagogía tendrán que venir a San Andrés para ver qué ocurre en San Andrés, cómo transcurren las cosas en San Andrés, cómo se forma la mente, la inteligencia, cómo se forma la conciencia, cómo se educa no solo recibiendo una cultura y una instrucción, sino una capacitación para la vida a esos jóvenes, a esos niños".

Quien vaya hoy, más de cuarenta años después de aquel discurso, a esa localidad de la cordillera de Guaniguanico, proclamado como vanguardia de una utopía comunista que habría de extenderse a todo el país en pocos años, no encontrará sino un mísero poblado donde falta el agua, el transporte y la comida.

Y sería interesante que algún joven documentalista recogiera los testimonios de quienes vivieron aquellos momentos de optimismo revolucionario en que el "plan piloto" era noticia diaria en todos los periódicos de Cuba. Han de ser testimonios de desolación, estafa y fracaso. San Andrés, pueblo modelo, es, como Hershey mismo, Cuba en ruinas.

Pero hay una diferencia crucial: el pueblo viejo ha dejado un legado en la memoria de sus habitantes; el nuevo en cambio no deja nada; la ruina nueva –la de la "construcción del socialismo", cuyo arquetipo es Alamar–, no propicia ni siquiera la melancolía de las viejas ruinas, que a su modo documentan el esplendor de La Habana de los boleros y las victrolas.

"En el momento en que se desintegra, el imperio soviético ofrece el carácter excepcional de haber sido una superpotencia sin haber encarnado una civilización", apunta Furet en su gran libro El pasado de una ilusión. Y esto lo comprobamos en Cuba; el comunismo no deja nada positivo: ni principios, ni instituciones, ni monumentos.

Sólo cenizas

Ante semejante hecatombe, la nostalgia es por fuerza el mood de la cultura cubana contemporánea. O de buena parte de ella. Par de días antes del publicitado concierto de Juanes en la Plaza de la Revolución, se celebró la conferencia Boleros prohibidos, o La Habana sin Olga Guillot, como parte de las actividades por el Mes de la Cultura en Union City.

No fue, en rigor, una conferencia, sino más bien un repaso emotivo por la música vieja, que ejerció sobre la audiencia un efecto comparable al de la tableta de chocolate sobre los ancianos de Model Town. El concierto de La Habana y el acto de Nueva Jersey fueron, como el azúcar y el tabaco al decir de Ortiz, "todo contraste".

Si la juventud cubana, aquella por la que Juanes y sus invitados decidieron cantar gratis en la Isla, acudió masivamente a la Plaza de la Revolución, al evento de la escuela José Martí asistieron masivamente personas mayores, que habían conocido esa Cuba anterior a 1959. Y si el concierto de Juanes pretendió propiciar de algún modo esa futura reconciliación de todos los cubanos que ha de presidir la transición a la democracia, aquí se trataba de la memoria del exilio histórico, un exilio del que forman parte buen número de los músicos evocados por Armando López.

Algunos lloraron al reconocer las voces de Blanca Rosa Gil o de Tito Gómez, otros gritaron "De Pinar del Río" o "Las Villas" cuando oyeron pronunciar el nombre de Pedrito Junco o el de Osvaldo Farrés. Muchos querían seguir oyendo, en las voces entrañables de Vicentino Valdés u Olga Guillot, los boleros que el conferencista usó, de manera fragmentaria, como ilustración de su recorrido musical.

"La tierra donde yo nací / la patria que forjó Martí / se destruyó / y en el edén de palmas que sembré / sólo hay dolor / mi Cuba te extraño…", en voz de Orlando Contreras, perfectamente hubiera servido para resumir el estado de ánimo de buena parte de la audiencia.

Silvio Rodríguez, invitado estelar de Juanes, de cierta forma maestro suyo –el cantante colombiano ha confesado que creció oyendo sus canciones– no encajaba desde luego en este panorama, más que como símbolo de la Hecatombe que privó a La Habana de victrolas y cabarets.

Armando López recordó una entrevista en la que el estandarte de la "nueva trova" llamó cursis a los boleros, y la letra de una canción suya en que confiesa ser "feliz abriendo una trinchera". Pero salvando el caso de Rodríguez, que a pesar de todo es un gran compositor, qué diferencia entre el esbozo de concierto que tuvimos los asistentes a la escuela José Martí, y el concierto multitudinario de la Plaza de la Revolución.

De Amauri Pérez, Carlos Varela, Cucu Diamantes y Los Van Van, a Panchito Riset, Ñico Membiela y Olga Guillot, a una Sonora Matancera que lo mismo tocaba una guaracha que un bolero tan antológico como Tu voz, de Ramón Cabrera, qué abismo, no sólo en tiempo histórico, sino en arte y en gracia. Es en la música, justo el arte que mejor ha expresado la sorprendente creatividad de nuestro país, donde más se aprecia el efecto devastador que en todos los órdenes ha sido la Hecatombe.

En su largo exilio en el odiado Miami, Lydia Cabrera se entregaba, como Proust, a la recuperación del tiempo perdido.

"Desenterrar el pasado de las cenizas del olvido, revivirlo por momentos con intensa ilusión de realidad presente […] ha sido mi consuelo y mi entretenimiento en la última etapa de este monótono camino, que de día, por un paisaje árido –un desierto de cemento– me va llevando a la muerte definitiva", escribe en sus espléndidos Itinerarios del insomnio, donde rememora sus viajes a Trinidad, esa curiosa ciudad cubana donde el tiempo se había quedado como detenido y privaba la amabilidad de las antiguas costumbres, la gracia de cuentos y pregones de otra época.

Cuando triunfó la revolución, Lydia pensaba retirarse a Trinidad, donde había comprado una pequeña casa. Hoy esa casa es propiedad del Estado, y por donde estuvo la espléndida quinta San José pasa una carretera. Si para ella – "El pequeño paraíso, ahora nos damos cuenta que de veras fue Cuba", dice nostálgica, y no sin exageración– el recuerdo era un consuelo, es para nosotros, los que no conocimos ese país, que la memoria es realmente inconsolable.

© cubaencuentro.com

1 Comments:

At 9:02 p. m., Anonymous Anónimo said...

Estaba buscando el documental Model Town, pero veo que lo han quitado.
Donde podré encontrarlo?

Pepe:

joseitocm@gmail.com

 

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