Carlos Alberto Montaner: Raúl Castro viaja al pasado
Tomado de http://www.elnuevoherald.com
Raúl Castro viaja al pasado
Por Carlos Alberto Montaner
Raúl Castro, lentamente, sin prisa, ha emprendido un viaje al pasado. Quiere regresar al 13 de marzo de 1968. El trayecto, cree, puede tomarle varios años. Esa será su reforma económica y su tímido modo de arreglar el desbarajuste heredado. En esa fecha, su hermano Fidel, en medio de un arrebato colectivista desaconsejado por casi todo el mundo, y especialmente por el vicepresidente Carlos Rafael Rodríguez, un viejo comunista que exhibía ciertos vestigios de prudencia, confiscó y estatizó casi 60,000 microempresas que todavía estaban en manos privadas, dado que las grandes y medianas ya habían sido engullidas en los primeros dos años de dictadura. A ese empobrecedor disparate Fidel le llamó ``una ofensiva revolucionaria''.
Con un estalinista chasquido de sus dedos, el Comandante acabó con los pequeños restaurantes, las empresas familiares, los talleres que reparaban toda clase de objetos, los sastres y costureras, los barberos, los electricistas, fontaneros, carpinteros y el resto de los artesanos y técnicos especializados que aliviaban un poco los horrores del sector público de la economía, ya muy afectado por la torpeza burocrática, la escasez y la inflación. A los pocos meses el purgatorio comunista se había convertido en un verdadero infierno: casi nada se podía arreglar o reemplazar. La decadencia material del país se aceleró hasta llegar a lo que es hoy día: un país en ruinas que parece haber sido bombardeado por algún enemigo inclemente.
¿Por qué Fidel cometió una estupidez de ese calibre? Al margen del poder político, que siempre entra en sus cálculos, y de su patológica necesidad de controlarlo todo, lo hizo por razones morales. ``No queremos --dijo-- que los hombres sigan el instinto del egoísmo de la individualidad, la vida del lobo, la vida de la bestia''. Para Fidel, el cubano emprendedor que deseaba abrirse paso y luchar por mejorar la calidad de su vida y la de su familia era un canalla insolidario, un tipo al que había que reeducar hasta transformarlo en el ``hombre nuevo'', o al que había que erradicar a sangre y fuego porque no cabía en la sociedad maravillosa de revolucionarios desinteresados y angelicales que él estaba creando.
Fue una época de frustraciones y radicalismos. En octubre de 1967 moría Ernesto Che Guevara en Bolivia y con él las supercherías del ``foquismo'', suceso que provocó en Cuba una declaración oficial de duelo que incluyó el cierre permanente de todos los cabarets y salas de fiesta. Divertirse no era propio de revolucionarios. En enero de 1968 Fidel arrasaba con unos cuantos marxistas críticos que habían surgido en el partido comunista a los que llamó ``microfracción'' antes de encarcelarlos. En marzo lanzó la mencionada ``ofensiva revolucionaria'' contra los microempresarios. En agosto apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia. Estaba desatado. Era el ``Año del guerrillero heroico''. Todavía no se había inventado el Prozac.
Hoy casi todo el mundo en Cuba, incluido Raúl, reconoce que aquellos espasmos ultracomunistas de Fidel aumentaron exponencialmente el desastre económico que ha experimentado ese pobre país. Pero de lo que muchos revolucionarios no han podido librarse, incluido Raúl, es de la censura moral al espíritu emprendedor. Saben que es necesario restaurar la propiedad privada para que todo funcione, pero no ven esa transformación como algo positivo, sino como una concesión vergonzante que no los hace felices. Siguen siendo gentes convencidas de que el guevarismo, teóricamente, es una forma superior de conducta, aunque en la práctica resulte inaplicable e inútil por la maldita naturaleza humana.
Por eso va a fracasar la reforma de Raúl Castro. Porque trufa los cambios con toda clase de cautelas, limitaciones y castigos. No cree en la libertad. No concede cambios convencido de lo que hace y arrepentido por lo que hizo. Accede a regañadientes, como con asco, forzado por la catástrofe que han provocado. Sólo está buscando forjar un tenue tejido empresarial capitalista para salvar su dictadura comunista de partido único. Cree que, si lo logra, podrá organizar la transmisión de la autoridad sin ceder un ápice de poder político. No entiende que aquel aparato que ellos eliminaron de un tajo había surgido espontáneamente a lo largo de siglos como consecuencia del libre mercado y del tanteo y error. Ese clima no se puede recrear por decreto con medidas de ingeniería social. Así no se puede viajar al pasado.
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1 Comments:
Dicen que las cosas de Palacio van despacio. Yo digo que más despacio va la paciencia para adaptarse a ese descalabro, sobre todo cuando no hay más remedio. Varios sucesos a partir ese momento incidieron sobre mi padre, el jefe, hasta decirse a salir del país, lo sucedido a él pesó más que todo. Siempre lo decidió todo tarde en la vida, desde solicitar teléfono sacarse el carnet de conducir. Nuestra familia importante estaba ya toda fuera.
Yo recuerdo aquel comentario en repentina voz baja: "ahora sí que no hay nada". Fue en el salón de mi madrina, y la única réplica fue la el balanceo silente de los sillones. Por supuesto, no ubico el momento exacto, que tiene esa misma importancia nada importante del momento en que un enfermo deja de respirar,pero debió de ser entre el 68 y el año posterior a aquel que los diez millones "no fueron".
Para mi madre, el punto de inflexión y momento de volver a dejar caer la idea de irnos, fue presenciar como una mulata clavaba su tacón en el cráneo de un viejo que se le coló en la fila que esperaba para comprar en la Antigua Chiquita; el viejo cayó muerto, se los llevaron a los dos, y decían que horas más tarde ella volvió tan pancha, pues debía ser amiga de alguien. Mientras llegaba su turno llegó otra perseguidora y se llevo a un viejo que vendía escobas fabricadas por el con palos viejos.
Pocos días después la vecina le soltó a mi madre que cuando carajos iba a poner Fidel esta es tu casa. Mi madre replicó, cuando la del comité me lo pida, pero entonces le diré que tú le cambias tus cigarros a mi marido por los peines de hueso que él fabrica en casa.
Salimos del país al poco. Imagino que lo primero que pusieron los nuevos inquilinos fue la calcomanía. Por fin mi casa ya era revolucionaria. Las primeras letras que recibimos dejaban claro, como si nos importase un pito, que habían dado el apartamento "a una gente de color".
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