César Reynel Aguilera: Por qué me encanta Donald Trump; una respuesta al artículo de Carlos Alberto Montane titulado
Los 3 de La Habana cantan: Canción de Trump (Version en español )
Los Tres de La Habana cantan: Trump Song (English version)
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Tomado de https://reynelaguilera.wordpress.com/
Por qué me encanta Donald Trump
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Porque el comunismo, el socialismo, el chavismo y el putinismo son el fin del debate civilizado.
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Para mi admirado Carlos Alberto Montaner
Por César Reynel Aguilera
5 octubre, 2020
Me encanta Donald Trump porque, en primer término, lo recuerdo escribiendo, en 1999, un artículo para explicar que no invertiría en el boom inmobiliario que el castrismo anunció, con bombos y platillos, en aquella época. ¿Su razón?: que no invertiría en propiedades robadas.
Me encanta Donald Trump porque, décadas antes de postularse para presidente, ya tenía clara la idea de que los EEUU estaban siendo vendidos a potencias extranjeras por una caterva de odiadores de los EE UU que habían logrado disfrazarse de políticos.
Me encanta Donald Trump porque la izquierda estadounidense lo cortejó, durante años, para que fuera un candidato demócrata y él se negó. Y lo hizo porque ya desde entonces sabía algo, y es que la mayor parte de esa caterva de odiadores de los EE UU eran miembros de la élite de ese Partido Demócrata que lo estaba cortejando.
Me encanta Donald Trump porque cuando el Partido Demócrata le hizo saber que controlaban los medios, y que lo harían puré de talco si intentaba postularse, no solo se postuló, sino que supo oponer a la proverbial hipocresía anglosajona, y a la ancestral culpa protestante, que son las piedras angulares de la propaganda demócrata, un estilo desenfadado, directo, sincero, y en ocasiones brutal en su honestidad. Un estilo que, claro está, enseguida fue tildado por la propaganda demócrata como “mentiroso”, “arrogante”, “avasallador”, etc.
Me encanta Donald Trump porque sé, como solo un cubano puede saberlo, que el New York Times, CNN, el Washington Post, El País y otros muchos medios de izquierda, llevan décadas mintiendo sobre la mal llamada revolución cubana y defendiendo, con sus mentiras, a ese despotismo castrista que sufrimos hoy.
Me encanta Donald Trump porque ante medios que no tienen la decencia de anunciar en sus cintillos que son “órganos oficiales” de una ideología caduca, la única respuesta posible es la lengua bien sacada de la “post verdad”, el dedo mostrado de las exageraciones, y los pantalones bajados de “si vamos a mentir, mintamos”.
Me encanta Donald Trump porque si hubiera sido cortés, en el debate con el pobre anciano abusado de Joe Biden, los medios demócratas habrían dicho que su oponente lo calló; y si lo hubiera interrumpido, para no dejarle pasar sus mentiras evidentes e insultantes, los medios demócratas habrían dicho, como lo hicieron, que eso era un vergonzoso e incivilizado circo.
Nada más refrescante que ver a un hombre ejercer esa libertad que siempre nos regalan cuando sabemos, de antemano, que el juicio que recibiremos ya está decidido.
Me encanta Donald Trump porque la versión moderna de la vieja aristocracia europea, los llamados socialistas y socialdemócratas de hoy, llevan décadas parasitando el presupuesto militar estadounidense, y las más avanzadas tecnologías de defensa de los EE UU mientras se llenan la boca para denigrar al país que los salvó del nazismo y del comunismo.
Me encanta Donald Trump porque ya era hora de que se acabara la ley del embudo en el trato de los Estados Unidos con sus supuestos aliados. Si la parte estrecha del cono siempre le tenía que tocar a los EEUU y, encima de eso ese país tenía que aceptar que lo presentaran como el malo de la película, entonces se imponía, como un aviso, el gesto de un teléfono bien colgado.
Me encanta Donad Trump porque recientemente Alemania ha sido llamada la provincia número 33 de China; porque el sur de Europa es cada vez más iraní, y porque Australia lleva años aceptando la penetración China e ignorando los llamados de atención de los EE UU al respecto. Ante ese cuadro, es mejor dejar de mantener militarmente a esas naciones. Al final, parece decir el actual presidente de los EE UU, en este mundo casi nadie tiene lo que se merece, pero casi todos sí tienen lo que se buscan.
Me encanta Donald Trump porque estoy cansado de que Rusia, un país con un Producto Interno Bruto equivalente al del estado de Nueva York (antes de Cuomo, claro está) vaya por el mundo blufeando sus aires de superpotencia a costa de la permisividad de esos políticos estadounidenses que odian a su país, y están dispuestos a venderlo.
Me encantan Donald Trump porque durante su primer mandato Rusia no ha hecho nada equivalente a comerse parte de Ucrania, a mandar en los destinos de Siria; o a lograr que su provincia en las Américas, Cuba, recibiera, sin contar con el dolor de los cubanoamericanos, una rendición incondicional por parte de los E UU.
Me encanta Donald Trump porque dijo, desde el principio, y el tiempo lo ha comprobado, que toda la trama de su supuesta colusión con Rusia no era más que una utilización asquerosa, ilegal, y sin precedentes, del FBI, la CIA y el Departamento de Justicia para perseguir a un presidente legítima y legalmente electo. Lo dijo, y hoy demuestran que tuvo la razón todos esos documentos que están siendo desclasificados y que ilustran, sin lugar a la más mínima duda, que todo fue una operación única (por esa bajeza de la que solo creía capaz al castrismo) en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Me encanta Donald Trump porque soy un científico de formación y conozco, muy bien, de resultados negativos escondidos en gavetas, de comas desplazadas hasta el punto decimal requerido para poder publicar, de investigadores llamados “project killers” (por su honestidad a la hora de reportar sus resultados) y de revistas científicas de primera línea que casi todas las semanas tienen que publicar “disclaimers”, o retractaciones, porque antes habían publicado resultados científicos que sencillamente no eran verdad.
Me encanta Donald Trump porque el 66% de los graduados de preuniversitario en los EE UU van a la Universidad, y porque eso implica que todos los años se gradúan, como futuros científicos, miles y miles de personas que no tienen los mínimos requerimientos intelectuales, y mucho menos éticos, para ejercer esa profesión. Después de graduadas esas personas salen a un mercado laboral que enseguida convierte a muchas de ellas en vendedoras de verdades por contrata.
Me encanta Donald Trump porque casi al inicio de la pandemia pidió cerrar las fronteras de los EEUU a los visitantes de China, y los demócratas lo acusaron a ser un despreciable xenófobo.
Me encanta Donald Trump porque los mismos que ahora lo acusan de haber manejado mal la epidemia de Covid son partidarios de ese mismo Partido Demócrata que dondequiera que es gobierno ha sido responsable de tasas de muertes, por Covid, que son entre un 200 y un 400% más altas que las de los estados donde gobiernan los republicanos.
Me encanta Donald Trump porque cuando inmigré al Canadá me hicieron muchos análisis de sangre y varios rayos X de tórax, me pidieron títulos universitarios, chequearon mi manejo de las lenguas de este país, comprobaron si tenía plata en el banco, y me exigieron cero antecedentes penales. Todo eso, y mucho más, me lo pidieron sin que a nadie se le ocurriera decir que el Canadá rechazaba a los inmigrantes cubanos (me niego a reconocerme como hispano, y mucho menos como latino. Soy cubano).
Me encanta Donald Trump porque todo sistema complejo con capacidad de adaptación tiene, entre sus muchas propiedades, la función de homeostasis; o sea, la capacidad de mantener la integridad interna del sistema ante las variaciones externas. Si seguimos esa ciencia que muchos de los detractores de Trump dicen seguir es fácil entender que la sociedad estadounidense busque evitar, como sistema complejo con capacidad de adaptación que es, que la afluencia de inmigrantes nunca sea tan desorganizada, ilegal, o masiva como para desestabilizar el equilibrio interno de esa sociedad. Tildar esa respuesta de absurda, o inhumana, es un acto más cercano al fanatismo ideológico que a cualquier otra cosa.
Me encanta Donald Trump porque los EE UU le deben una buena parte de su grandeza (sí, son una gran nación) al hecho de ser un país de leyes al que la gente llega, casi siempre de forma legal, huyendo de países sin leyes. Intentar convertir la ilegalidad en una virtud, y premiarla incluso hasta la segunda generación, tiene dos efectos negativos que son evidentes, uno es que los ilegales les quitan recursos y puestos de trabajo a aquellos que sí respetaron la ley, el otro es que el premio a la ilegalidad es un contrasentido para aquellos se salieron huyendo de países sin leyes. Es verdad que hay razones humanitarias que son insoslayables, pero usarlas para hacer avanzar agendas ideológicas tiene más de “buenismo”, y de culpa protestante, que de cualquier otra cosa.
Me encanta Donald Trump porque nunca ha estado en contra de legalizar a los llamados “dreamers”. Lo que siempre ha intentado es negociar el fin de una cadena infinita de “dreamers” que cada cierto tiempo haya que legalizar por razones que volverán a ser humanitarias. Para lograr eso Donald Trump ha intentado negociar, con el Partido Demócrata, una reforma al sistema de inmigración estadounidense que permitiría acercarlo más al sistema que tiene Canadá. Eso evitaría el sinsentido de escapar de países sin leyes para burlar las leyes del país de acogida. De más está decir que el Partido Demócrata prefiere el amor de los ilegales al respeto de sus ciudadanos.
Me encanta Donald Trump porque por primera vez un presidente estadounidense se niega a seguir el inhumano juego que el Partido Demócrata lleva décadas jugando. Un juego que implica apoyar a regímenes dictatoriales de izquierda, a impedir que la comunidad internacional los elimine por razones humanitarias, y a incentivar, así, las emigraciones masivas e ilegales hacia los EE UU. Unos éxodos que crean una masa de inmigrantes que casi siempre devienen una muy buena clientela política del Partido Demócrata.
Me encanta Trump porque se dio cuenta de que los decretos de Obama con respecto al castrismo, aunque empedrados con las intenciones del “buenismo”, no pasaban de ser una rendición incondicional ante un régimen que nunca tendrá otra identidad que la de un odio visceral hacia los EE UU. Así lo demostraron los ataques acústicos a los diplomáticos estadounidenses en La Habana, la brutal represión contra los opositores cubanos, y la reluctancia a abandonar la criminal ocupación castrista de Venezuela.
Me encanta Donald Trump porque le ha plantado cara a la élite de un Partido Demócrata que, en su inmensa mayoría, llegó sin un centavo al poder y, décadas después del ejercicio de ese poder, cuenta con fortunas que nadie sabe a ciencia cierta de dónde salieron. Una élite que, como Fidel Castro, fue incapaz de crear riquezas y puestos de trabajos; pero que ha recurrido a cuantas bajezas podamos imaginar para presentar, como corrupto, a un hombre que hizo su fortuna creando riquezas y puestos de trabajo.
Me encanta Trump, porque se ha caído muchas veces y se ha vuelto a levantar, porque nunca ha aceptado los reveses como derrotas y porque a través de su carrera, en un oficio en el que muy pocos triunfan, se las arregló para llegar hasta hoy con una fortuna de más de tres millardos de dólares, miles de puestos de trabajo creados, y una hermosa familia.
Me encanta Donald Trump porque donde muchos ideólogos lo acusan de nacionalismo, él ve a un pueblo que se niega a que le cambien su identidad. Él ve a una sociedad reluctante a rendir ese conjunto de leyes y tradiciones que la han convertido en una gran nación. Una forma de ser que ahora algunos pretenden cambiar, ya sea por beneficio propio, para satisfacer espurios intereses foráneos, o por turbias agendas ideológicas.
Por último, me encanta Trump porque los ideólogos que crearon esa leyenda negra, que lo identifica como un racista y un supremacista, son los mismos que se niegan a identificar al socialismo, al comunismo y al marxismo como ideologías de odio contra la minoría más productiva de la historia de la humanidad. Son los mismos ideólogos que, cuando se sienten derrotados por un hombre capaz de crear riquezas y puestos de trabajo, acuden a algo tan bajo como pagarle grandes sumas de dinero a cualquier miembro de su familia que esté dispuesto a denigrarlo.
Nota bene.
Soy cubano-canadiense, vivo en Montreal y en las últimas elecciones generales de este país voté, por primera vez, por el Partido Liberal. Estoy a favor del reconocimiento de todos los derechos a todas las minorías. Estoy a favor del matrimonio sin importar el sexo de los cónyuges. Estoy a favor de la legalización de las drogas y creo que es un derecho de cada mujer hacer con su cuerpo lo que estime conveniente. Mi primera reacción ante el fenómeno de Donald Trump fue de rechazo; pero dos cosas me hicieron cambiar. Una fue la vieja certeza de que los medios y la academia estadounidense llevaban décadas mintiendo descaradamente sobre mi país de origen. La otra fue que, cuando el fenómeno Trump empezó a coger una fuerza indetenible dentro de los votantes estadounidenses, me llené de humildad y me hice una pregunta que hasta ese momento no me había hecho: ¿Cuál es el mensaje que esa democracia de 330 millones de personas, y más de 240 años de ejercicio, le está enviando al mundo? Repito, me llené de humildad.
Etiquetas: Donald Trump, EE.UU., elecciones, Trump 2020, Trump Biden, USA, USA-2020
1 Comments:
MAGISTRAL, EXCELENTE Y DEFINITIVA LA RESPUESTA DEL SR. AGUILERA A MONTANER......NO QUEDA
NADA MAS QUE REPONDER AL SUEGRO DE JORGE RAMOS.
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