sábado, octubre 17, 2020

Félix Luis Viera recordando al escritor Carlos Victoria, 1950-2007

 Nota del Bloguista Baracutey Cubano

Yo estaba en la Universidad de La Habana cuando lo expulsaron; teníamos amigos comunes en aquella época de pantalones campanas, melena y spedrums. Éramos mal visto en La Colina junto a Jimmy el de Física y a otros más. Amigos me hablaron de su expulsión como un alerta de algo que probablemente podría ocurrirme , pero yo hablaba menos que Carlos y no escribía nada, ni siquiera cartas. Éramos islas, aunque cada cual intuía la mutua simpatía y lo adverso que sería para nosotros convertirnos en continente. 

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Tomado de https://puentealavista.org/

Carlos Victoria, 1950-2007

Por Félix Luis Viera 

Octubre 12, 2020354

“Nos vemos, Trilce”. Estas fueron las últimas palabras que le escuché, en persona, al escritor cubano Carlos Victoria. Iban dirigidas a mi hija, el 1 de enero de 2007, en el estacionamiento del condominio Horizons de la avenida 107, en Kendall.

Pero no nos vimos más.

Durante ese 2007 continuamos hablando por teléfono y comunicándonos mediante correo electrónico —yo entonces vivía en México—. Quizás por marzo demoraba su respuesta a mi último mail. Mi preocupación cesó cuando me llamó por teléfono, un domingo, a la redacción de Newsweek en Español, que se editaba en el país azteca y donde yo trabajaba. Se trataba de que “uno va dejando las respuestas para luego y eso es lo que me ha pasado, así que mejor hablamos…”, me dijo entonces.

Posteriormente hubo otro silencio de su parte, este sí largo. Insistí mediante correo electrónico. No hubo respuesta. Llamé por teléfono y dejé un mensaje de voz en el cual le hacía llegar mi preocupación.

Luego, mediante la prensa, llegaría la mala noticia.

Su bondad, su estoicismo ante la adversidad impuesta no por el azar sino por los caníbales del pensamiento, los “ideologistas”, los progresistas convertidos en retrógrados, permanecerá patentizada por quienes lo conocieron y, mucho mejor, por quienes han leído y habrán de leer su obra.

Si bien su novela La travesía secreta con razón está considerada uno de los más altos exponentes del género en la literatura cubana, siempre me pareció, me parece, que él era superior en el cuento.

A raíz de la publicación, en 2003, de El salón del ciego, un volumen con tres cuentos y tres novelas cortas, publiqué una nota en la revista española Ariadna, donde consta: “Con encomiable coraje y tesón —que no son sinónimos, valga aclarar, y sí condiciones indispensables del escritor de garra—, Victoria se lanza, en un solo volumen, a tocar asuntos, temas al parecer disímiles, encontrados, rozadores de las antípodas, pero que el autor, sorprendentemente, logra armar en un cosmos bien definido. O sea, para decirlo más claro: este volumen posee tres piezas de un género, tres de otro, pero es un solo libro”. En el texto Un llamado a Manila “se nos presenta un drama desgarrador, una especie de triángulo amoroso, sólo que únicamente una esquina del mismo está ocupada por una mujer. Éste es un relato que eriza de principio a fin. Aquí Carlos Victoria, aplica, quizás con más acierto que en los demás textos, esa habilidad que ya hemos referido: los planos temporales; así, suavecito, como el que no quiere la cosa, va cruzando y entrecruzando hasta alcanzar una filigrana que nos pasma por la pericia con que está armada”.

En mi primer viaje a Miami, en 2003, para asistir a la Feria Internacional del Libro, Carlos fue mi guía y mi consejero para una situación tensa que podría presentarse, y que así resultó.

Sería 2005 cuando él visitó su Camagüey natal y querido y allí fue objeto de la malignidad que suelen guardar los déspotas para quienes no inclinan la frente ante ellos.

A raíz de su muerte, el 12 de octubre de 2007, publiqué en el diario digital La Nueva Cuba, el día 13: “Ahora podría cerrar diciendo ´En paz descanses´, o ´En paz descanse´. Pero eso es una tontería: en ese otro lado nadie descansa. Es la nada física. La no existencia física. ¿Cómo podría alguien descansar cuando, “materialmente”, no es nada?  Desde ayer, en el territorio de lo tangible, eres sólo cenizas, “polvo enamorado”. Mejor atenernos a que tú, tus libros , siguen en la pelea. Mejor confortarnos con que El salón del ciego –por sus altísimos recursos técnicos, por su tremenda carga humana, tu mejor libro en mi opinión, como dije, como escribí en su momento–, junto a los demás, seguirán sin descanso por mucho tiempo, guerreando por mucho tiempo.

“Nos vemos”.

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Artículo escritoen el año  2007 a raíz de la muerte de Carlos Victoria 

Tomado de http://baracuteycubano.blogspot.com/2008/

Carlos Victoria


Por José Abreu Felippe


Ytal día hace un año, solía decir mi madre aludiendo a la muerte como algo inevitable y a que pronto los muertos se van quedando atrás. Comienza un cumpleaños de muerte mientras la vida sigue imperturbable, ajena, camino del olvido. Hoy cumple Carlos Victoria un año de muerto y yo no me he acostumbrado, no me hago a la idea de que está muerto. Tal vez porque todo sucedió tan de repente y no hubo oportunidad para una despedida.

A veces son las cuatro de la tarde y estoy en la terraza, un auto pasa y me parece que lo voy a ver cruzando la calle, encogido, con un libro en la mano o bajo el brazo; que alza la cabeza, saluda y me grita algo. Esa sensación apenas dura un segundo, enseguida me digo que Carlos no volverá a cruzar la calle, que está muerto. Y es que no hacía tanto que allí mismo me contaba el desarrollo de su más reciente proyecto, una novela monumental --mil páginas por lo menos, me decía--, una saga familiar donde, desde luego, él se volcaría como había hecho siempre. La propia vida disfrazada de novela, como suele ocurrir con casi todos los grandes escritores. Quizás porque es necesario hablar de lo que se conoce bien y, ¿qué se conoce mejor que a uno mismo? No se puede inventar nada, todo está inventado desde tiempos bíblicos, Eclesiastés, I,5. El único material nuevo, original e irrepetible, es uno mismo, y ese descubrimiento, que tampoco es novedad, nada tiene que ver con el narcisismo, el figureo o la autocomplacencia. Porque estos últimos son sólo pantalla, humo, vanidad; y desnudarse duele.

Carlos era un hombre sencillo, siempre preocupado por la familia. Un hombre joven, retraído, maniático como todos los solitarios, celoso de su tiempo y su privacidad, pero amigo de sus amigos. Un lector obsesivo, un hombre culto que hablaba varios idiomas, que amaba la música clásica y el cine de autor. Yo lo escuchaba leer con esa cadencia muy particular que le imprimía a las palabras; veía como los ojos le brillaban mientras que con su letra redonda, casi infantil, escribía cuartillas y cuartillas. No pudo ser. Quedaron unas pocas páginas que se publicaron en una revista y que nos mostraban un Carlos Victoria renovado, en control absoluto, dueño de unos recursos expresivos que prometían paisajes deslumbrantes. En fin, para qué seguir con lo que no fue. Es mejor mirar a lo que nos dejó, una obra sólida que, estoy seguro, vencerá el olvido que impone la muerte.

Es muy pronto aún, ésta no es la ocasión, ni yo la persona indicada, para una valoración definitiva de su obra. Sé que se hará, que es probable que ya se esté haciendo. Que sus libros se agotarán y volverán a editarse. Y se seguirán traduciendo a otras lenguas. De momento, mientras las aguas tomen su nivel, y
 tanta tontería oportunista y hueca, ahora aupada, ocupe el lugar que le corresponde, en este primer aniversario de su muerte, pienso que lo mejor que podemos hacer, sus amigos, los que no fueron sus amigos pero lo conocieron, le escucharon algún día leer y tal vez le admiraron, y todos los que aún aman los libros y la buena literatura, el mejor homenaje, la prueba de que en realidad sigue vivo, es leer a Carlos Victoria. Con ese único fin es que enumero aquí algunos de sus principales libros: Las sombras en la playa (1992), Puente en la oscuridad (Premio Letras de Oro 1993), El resbaloso y otros cuentos (1997). Y, sobre todo, La travesía secreta (1994), novela impresionante --y apasionante-- que recoge toda una vida y toda una época. De obligada lectura.

Carlos Victoria (Camagüey 1950, Miami 2007) es, y quiero hablar así, en presente del indicativo, uno de los escritores más importantes de su generación, que es la del Mariel. En Cuba fue pateado y toda su obra incautada por la policía. Ahora, junto a sus amigos Reinaldo Arenas y Guillermo Rosales, me lo imagino, en este primer aniversario --del otro lado de la estrella fugaz--, repitiéndome, recordándome, la única premisa que debe tener presente todo creador, la única filosofía posible: ¡No te detengas!

jabreu@miamiherald.com

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