viernes, julio 18, 2025

Cuba: Discurso pronunciado por Ignacio Agramonte y Loynaz en febrero de 1862 en el acto de recibir la investidura del grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico por la Universidad de La Habana

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

 Dado el interés que ha despertado  un artículo, publicado  hace años en este blog, donde aparecen fragmentos del discurso de Ignacio Agramonte y Loynaz (al ser investido en febrero de 1862 como Licenciado en Derecho Civil y Canónico por la Universidad de La Habana) donde manifiesta explícitamente su rechazo al comunismo,  publico a continuación el discurso íntegro. Ignacio Agramonte y Loynaz  años después se le conocería como ¨El Bayardo¨ , ¨El Mayor¨ y José Martí  le llamaría ¨la azucena de la Revolución¨ por la carencia de máculas en su actuar patriótico tanto en lo militar como en lo civilista.  José Martí también diría de Agramonte:  el “diamante con alma de beso”, Veamos las palabras de José Martí donde lo califica de esa manera: 

¨¿Y aquél del Camagüey, aquel diamante con alma de beso? Ama a su Amalia locamente; pero no la invita a levantar casa sino cuando vuelve de sus triunfos de estudiante en la Habana, convencido de que tienen todavía mejilla aquellos señores para años: "no valen para nada ¡para nada!" Y a los pocos días de llegar al Camagüey, la Audiencia lo visita, pasmada de tanta autoridad y moderación en abogado tan joven; y por las calles dicen: "¡ése!"; y se siente la presencia de una majestad, pero ¡no él, no él! que hasta que su mujer no le cosió con sus manos la guajira azul para irse a la guerra, no creyó que habían comenzado sus bodas.

Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello negro encajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la besase la gloria: oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito; se le humedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuando sabia de una desventura, o cuando el amor le besaba la mano: "¡le tengo miedo a tanta felicidad!" Leía despacio obras serias. Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. De cuerpo era delgado, y más fino que recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud. Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros; y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción, como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta la cabeza.¨ 

En ese mismo artículo José Martí  escribió; ¨De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud¨

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Tomado de http://futurodecuba.org/Agramonte%20tesis.htm

Discurso pronunciado por Ignacio Agramonte y Loynaz.

Acto de recibir la investidura del grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico, ante el Claustro de la Real Universidad de La Habana.

Sr. Rector e Ilustre Claustro. Señores:

La administración que permite el franco desarrollo de la acción individual a la sombra de una bien entendida concentración del poder, es la más ocasionada a producir óptimos resultados, porque realiza una verdadera alianza del orden con la libertad.

Viven el hombre en sociedad, porque en su estado natural, es condición indispensable para el desarrollo de sus facultades físicas, intelectuales y morales, y no en virtud de un convenio o de un pacto social, como han pretendido Hobbes y Rosseau.

La sociedad no se comprende sin orden, ni el orden sin un poder que lo prevenga y lo defienda, al mismo tiempo que destruya todas las causas perturbadoras de él. Ese poder, que no es otra cosa que el Gobierno de un Estado, está compuesto de tres poderes públicos, que cuales otras tantas ruedas de la máquina social, independientes entre sí, para evitar que por un abuso de autoridad, sobrepujando una de ellas a las demás y revistiéndose de un poder omnímodo, absorba las públicas libertades, se mueven armónicamente y compensándose, para obtener un fin determinado, efecto del movimiento triple y uniforme de ellas.

Me ocuparé de uno de esos poderes: del poder ejecutivo o administrativo; y sólo él, porque tal es el terreno en que me coloca la proposición que defiendo. En ella se ha tomado la palabra administración en una de sus diversas acepciones, en la del ejercicio del poder ejecutivo en toda la extensión de sus atribuciones.

La divina mano del Omnipotente ha grabado en la conciencia humana la ley del progreso, el desarrollo indefinido de las facultades físicas, intelectuales y morales del hombre; y para llegar a ese fin, ciertas condiciones que constituyen en él deberes de respecto a Dios, porque tiene que someterse a ellas, para llegar al cumplimiento de su destino, destino grandioso, sagrado, marcado por la Providencia; y derechos con respecto a la sociedad que debe respetarlos y proporcionar todos los medios para que llegue a aquel desenvolvimiento. "Detener la marcha del espíritu humano, ha dicho un célebre escritor, privándole de los derechos que ha recibido de la mano bienhechora de su Creador, oponerse así a los progresos de las mejoras morales y físicas, al acrecentamiento del bienestar y felicidad de las generaciones presentes y futuras, es cometer el más criminal de los atentados, es violar las santas leyes de la Naturaleza, es propagar indefinidamente los males, los sufrimientos, las disensiones y las guerras, de que los pueblos no han cesado de ser las víctimas".

Estos derechos del individuo son inalienables e imprescriptibles, puesto que sin ellos no podrá llegar al cumplimiento de su destino; no puede renunciarlos, porque como ya he dicho, constituyen deberes respecto a Dios, y jamás se puede renunciar al cumplimiento de esos deberes. Se ha dicho que el hombre, para vivir en sociedad, ha tenido que renunciar a una parte de sus derechos; lejos de ser así contribuye con una porción de sus rentas y aún a veces con su persona al sostenimiento del Estado, que debe defendérselos, que debe conservárselos íntegros, que debe facilitar su libre ejercicio. Bajo ningún pretexto se pueden renunciar esos sagrados derechos, ni privar de ellos a nadie sin hacerse criminal ante los ojos de la divina Providencia, sin cometer un atentado contra ella, hollando y despreciando sus eternas leyes. "La ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los Gobiernos", como en Francia la Asamblea Constituyente de 1791.

La justicia, la verdad, la razón, sólo pueden ser la suprema ley de la sociedad; decir: "salus populi suprema lex est" es tomar el efecto por la causa. El derecho para ser tal y obligarlo, debe tener por fundamento la justicia.

Tres leyes del espíritu humano encontramos en la conciencia: la de pensar, la de obrar. A estas leyes para observarlas, corresponden otros tantos derechos, como ya he dicho, imprescindibles e indispensables para el desarrollo completo del hombre y de la sociedad. Al derecho de pensar libremente corresponden la libertad de examen, de duda, de opinión, como fases o direcciones de aquél. Por fortuna, éstas, a diferencia de la libertad de hablar y obrar, no están sometidas a coacción directa; se podrá obligar a uno a callar, a permanecer inmóvil, acaso a decir que es justo lo que es altamente injusto. Pero ¿cómo se le podrá impedir que dude de lo que se le dice? ¿Cómo que examine las acciones de los demás, lo que se le trata de inculcar como verdad, todo, en fin, y que sobre ello formule su opinión? Sólo por medios indirectos; la educación, las precipitaciones, las costumbres, influyen a veces coartando el franco ejercicio de ese derecho, que es la más fuerte garantía para la sociedad y el Gobierno de un Estado que se funda en la verdad y la justicia.

A pesar de que la razón y la experiencia nos demuestran que no podemos formarnos una opinión exacta en ninguna materia sin examinarla previa y detenidamente, no han faltado hombres y aún clases enteras en la sociedad, que con miras interesadas y ambiciosas, han querido despojar al hombre de esos derechos revelados por la razón a todos, pues son universales, y monopolizarlos ellos. En cuanto a nosotros, siempre diremos con san Pablo: "Examinémoslo todo y atengámonos a lo que es bueno".

Consecuencia de la libertad de pensar es la de hablar. ¿De qué servirían nuestros pensamientos, nuestras meditaciones, si no pudiéramos comunicarlos a nuestros semejantes? ¿Cómo adquirir los conocimientos de los demás? El desarrollo de la vida intelectual y moral de la sociedad sería detenido en medio de su marcha.

De la enunciación de los diversos exámenes, de las contrarias opiniones, de las diferentes observaciones, de la discusión en fin, surge la verdad como la luz del sol, como del eslabón con el pedernal, la ígnea chispa.

Pero la verdad, se ha dicho, no siempre conviene exponerla; en realidad no conviene; pero es al poderoso que oprime al débil, al rico que vive del pobre, el ambicioso que no atiende a la justicia o injusticia de los medios de elevarse; lejos de ser perjudicial, es siempre conveniente al ciudadano y a la sociedad, cuyas felicidades estriban en la ilustración y no en la ignorancia o el error, y a los gobernantes cuando lo son en nombre de la justicia y la razón.

La prensa con razón es considerada como la representación material del progreso. La libertad de la prensa es un medio de obtener las libertades civil y política, instruyendo a las masas, rasgando el denso velo de la ignorancia, hace conocer sus derechos a los pueblos y pueden estos exigirlos.

No carece de inconvenientes la prensa completamente libre, pero ni contrapesan sus ventajas, ni son de tanta importancia como se ha tratado de hacer creer. "Se puede abusar de la prensa, dice un autor inglés, por la publicidad de principios falsos y corrompidos; pero es más fácil, añade el mismo, remediar este inconveniente combatiéndolo con buenas razones que empleando las persecuciones, las multas, la prisión y otros castigos de este género".

También se ha dicho que puede ser perjudicial por las infamaciones; a esto respondemos con Ovidio: "Conciamens recti famae mendacia ridet"; o con el emperador Teodosio, en una ley que promulgó en 393, en la que dice: "Si alguno se deja ir hasta difamar nuestro nombre, nuestro gobierno y nuestra conducta, no queremos que esté sujeto a la pena ordinaria, marcada por las leyes, ni que nuestros oficiales le hagan sufrir una pena rigurosa, porque si es por ligereza, es necesario despreciarlo; si es por ciega locura, es digno de compasión; si es por malicia, es necesario perdonarle".

Por otra parte, no es fácil que se expusiera un escritor a que el calumniado entablase contra él, ante el tribunal competente, la acción de calumnia, y sufrir las consecuencias.

La libertad de obrar consiste en hacer todo lo que le plazca a cada uno en tanto que no dañe los derechos de los demás. No puede darse, empero, demasiada latitud a esa restricción; hay casos en que, obrando libremente el individuo, causa un daño a los demás y a veces a la sociedad entera; y sin embargo, no puede impedírsele el ejercicio de su derecho, sin causarlos mayores atacando la libre acción individual. Así sucedería cuando un hombre imprudentemente invirtiera su capital en empresas ruinosas; en tal caso los abastecedores de un consumo sufrirían un menoscabo, pues que esa menos salida tendrían sus frutos; perjudicaría económicamente a la sociedad, porque ese capital se pierde para la circulación y una cantidad equivalente de industria perece. El único remedio a males de esta clase, es fomentar la instrucción y estimular los sentimientos nobles y generosos. Por punto general, nadie conoce mejor los intereses de uno como él mismo; y cuando la opinión general está bien dirigida y por la conservación de la individualidad tiene energía, es un freno bastante poderoso contra el egoísmo, la avaricia, la prodigalidad, la envidia y demás carcomas del bienestar individual y social.

El individuo mismo es el guardián y soberano de sus intereses, de su salud física y moral; la sociedad no debe mezclarse en la conducta humana, mientras no dañe a los demás miembros de ella. Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida individual; y más funestas aún cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella. Debe el hombre escoger los hábitos que más convengan a su carácter, a sus gustos, a sus opiniones y no amoldarse completamente a la costumbre arrastrado por el número. Es muy frecuente ese deseo de imitar ciegamente a aquellos que se hallan a igual altura que nosotros en la escala social, cuando no en una mayor. De este modo el hombre libre, convirtiéndose en máquina va perdiendo esa tendencia a examinarlo todo, a querer comprender y explicarse cuanto ve, a comparar y escoger lo bueno, desechando lo malo. Tendencia tan natural como necesaria en él.

Así llega a ser capaz de grandes sentimientos, de esa voluntad fuerte, invencible, que se ha comparado a un torrente que arrastra cuanto encuentra a su paso y que caracteriza a los grandes genios. Una sociedad compuesta de miembros de aquella índole, en la que por la uniformidad de costumbres, de modo de pensar, no hay tipos distintos donde poder entresacar las perfecciones parciales, que reunidos en un solo todo pueda servir de modelo, se paralizará en su marcha progresiva hasta que otra parte de la humanidad, que haya ascendido más en la escala del progreso y de la civilización, sacándola del estado estacionario en que se encuentra, le dé nuevo impulso para que continúe en la senda de su destino. Dígalo si no la China, el Oriente todo.

Que la sociedad garantice su propiedad y seguridad personal, son también derechos del individuo, creados por el mero hecho de vivir en sociedad. El olvido o el desprecio de ellos, si bien no es más criminal que los demás, sí es más a menudo causa de revoluciones y conflictos en que a cada paso se ven envueltas las naciones.

Estos derechos, lo mismo que los anteriormente expuestos, deben respetarse en todos los hombres porque todos son iguales; todos son de la misma especie, en todos colocó Dios la razón, iluminando la conciencia y revelando sus eternas verdades; todos marchan a un mismo fin; y a todos debe la sociedad proporcionar igualmente los medios de llegar a él.

La Asamblea Constituyente francesa de 1791 proclamó entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión...

Demostrado ya que el gobierno debe respetar los derechos del individuo, permitiendo su franco desarrollo y expedito ejercicio, creemos haber llenado nuestro deber con respecto a la primera parte de la proposición. Pasaremos a la segunda, o sea a demostrar que solo la administración centralizada de una manera bien entendida o conveniente deja expedito el desarrollo individual.

La centralización llevada hasta cierto grado, es por decirlo así, la anulación completa del individuo, es la senda del absolutismo; la descentralización absoluta conduce a la anarquía y al desorden. Necesario es que nos coloquemos entre estos dos extremos para hallar esa bien entendida descentralización que permite florecer la libertad a la par que el orden.

Frecuentemente se confunde la unidad con la centralización; pero la unidad es: la uniformidad de intereses, de ideas y sentimientos entre los miembros del Estado, y la centralización: la acumulación de las atribuciones del poder ejecutivo de un gobierno central. Las más de las veces existen juntas, sin embargo la Historia nos las muestra separadas en Roma cuando estaba en su apogeo de grandeza; en ella, al paso que sus Emperadores habían concentrado en sus manos todo el poder, no había unidad en el Imperio; y en la moderna Inglaterra, donde hay unidad de sentir y de pensar al mismo tiempo que descentralización administrativa.

La centralización limitada a los asuntos trascendentales y de alta importancia, aquellos que recaen, o que por sus consecuencias pueden recaer bajo el dominio de la centralización política, es indudable que es conveniente; más que conveniente, necesaria: pero es abusiva desde el momento en que, extralimitándose de la inspección y dirección que en aquellos negocios le corresponde, interviene en otros que no tienen esos caracteres.

Por fuerte que sea un gobierno centralizado, no ofrece seguridades de duración, porque todavía su vida está concentrada en el corazón y un golpe dirigido a él, lo echa por tierra. Los acontecimientos palpitantes aún y que han tenido lugar en Francia a fines del siglo pasado, confirman esta verdad.

La centralización no limitada convenientemente, disminuye, cuando no destruye la libertad de industria, y de aquí la disminución de la competencia entre los productores, de esta causa tan poderosa del perfeccionamiento de los productos y de su menor precio, que los pone más al alcance de los consumidores.

La administración, requiriendo un número casi fabuloso de empleados, arranca una multitud de brazos a las artes y a la industria; y debilitando la inteligencia y la actividad, convierte al hombre en órgano de transmisión o ejecución pasiva.

A pesar del gran número de empleados que requiere la dicha administración, los funcionarios no tienen tiempo suficiente para despachar el cúmulo de negocios que se aglomera en el Gobierno por su intervención tan peligrosa como minuciosa en los intereses locales e individuales, y de aquí demoras harto perjudiciales, y lo que es peor aún, su despacho, tras dilatado, es encomendado por su número a subalternos, cuya impericia o falta de conocimientos locales no ofrecen garantía alguna de acierto.

Mientras los sueldos de los empleados son demasiado mezquinos para sostenerlos con dignidad en la posición que sus funciones demandan, obligándolos a descuidar aquella algún tanto y recargándose con otras ocupaciones, aquellos por su multitud forman una suma altamente gravosa para el Estado.

La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso; se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas.

Lejos de tener todos esos inconvenientes una concentración bien entendida, disminuyendo el número de sus empleados, se les pagaría de un modo proporcionado a su trabajo y suficiente a satisfacer dignamente sus necesidades. Sólo así podrían dedicarse exclusivamente y con entusiasmo al cumplimiento de sus deberes. Este es el gran secreto para que la administración esté bien servida, dice Jules Simon, observando la administración inglesa.

Estableciendo cierta independencia entre ellos, su dignidad en vez de humillarse estando sometidos a los caprichos de un superior, crecería hasta llegar a su correspondiente altura, con una responsabilidad legal y no arbitraria. Lejos de ser convertidos en máquinas de ejecución o de transmisión, necesitarían desplegar su actividad e inteligencia, que redundaría en provecho de él mismo y de la sociedad.

El individuo, con esta organización, podría tener garantizado el libre ejercicio de sus derechos contra los excesos y errores de los funcionarios, con acciones legales y entabladas ante los tribunales competentes. Un código único. Arma regular y recursos financieros reunidos en la mano de un poder central para ser empleados conforme a la ley, sería una garantía bastante contra el federalismo y para repartir sus impuestos, administrar sus propiedades, construir sus vías de comunicación, gobernar, en una palabra, sus asuntos locales, que solamente ellos conocen y más directamente les interesan.

Si me fuera permitido mayor extensión yo aglomeraría más razones y los hechos que apoyan una concentración bien entendida del poder, porque es una organización dictada por los sanos y eternos principios y confirmada por la experiencia; pero fuerza es que concluya esta parte y lo haré copiando un trozo de Maurice Lachatre: "Así como los antiguos romanos no usaban de la dictadura sino por cortos intervalos y solamente cuando la patria corría grandes peligros, es necesario tener en ellos una acumulación tan enorme de poder, como la de una máquina que permite a un solo hombre atar una nación y someterla a su voluntad. En tiempo de paz, la centralización (limitada como lo hemos hecho nosotros), es el estado natural de un pueblo libre y cada parte de su territorio debe gozar de la mayor suma de libertad, a fin de que siempre y por todas partes, los ciudadanos puedan adquirir el desenvolvimiento normal de todas sus facultades".

Demostrado que sólo una administración concentrada convenientemente puede dejar expedito el desarrollo de la acción individual, quédalo también que sólo a la sombra de aquélla puede realizarse esa alianza del orden con la libertad, que es el objeto que debe ponerse todo gobierno y el sueño dorado del publicista, porque aquélla es la representación del orden; de esa armonía de los intereses y acciones de los individuos entre sí, y de los de éstos con el gobierno en su más perfecta concurrencia de libertad, representada por ese franco desarrollo de la acción individual.

El Estado que llegue a realizar esa alianza será modelo de las sociedades y dará por resultado la felicidad suya, y en particular, de cada uno de sus miembros; la luz de la civilización brillará en él con todo esplendor, la ley providencia del progreso lo caracterizará y perpetua será su marcha hacia el destino que le marcó la benéfica mano del Altísimo.

Por el contrario, el Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza; y el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan reinvindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación.

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NOTAS:

1- Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, Habana, 1912, vol. XV, p. 28-36.

2- Tomado del tomo II de la colección de Documentos Históricos del Coronel del Ejército Libertador Cubano, Sr. Francisco de Arredondo Miranda.

3- En la reproducción ofrecida por la citada Revista, léese al final de la misma esta fecha: Habana, Febrero 8 de 1862.

4- Ignacio Agramonte recibió la investidura de Licenciado en derecho Civil y canónico, el día 11 de junio de 1865.

5- Antonio Zambrana, en el discurso que pronunció en la velada conmemorativa del 40º aniversario de la muerte del insigne caudillo (1913), afirmó que "en uno de los ejercicios que sostenían un día de la semana en el aula magna los estudiantes de cada facultad, leyendo el elegido para el caso una disertación a que otros, también designados por el catedrático a quien tocaba hacerlo, presentaban objeciones y reparos, leyó Ignacio Agramonte... un discurso vibrante, eléctrico, elocuentísimo, en que, a propósito de un tema de administración, habló de los derechos menospreciados de Cuba y de su pésimo gobierno". Es decir, que para su condiscípulo Zambrana, el discurso de Agramonte fue simple y sencillamente un trabajo de academia, una juevina o sabatina como se decía en el lenguaje de las aulas.

Fuente:

http://escritorescubanos.multiply.com/

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Ese discurso también puede leerse en:Discurso leído por Ignacio Agramonte y Loynaz en la Universidad de La Habana en la Sabatina de 22 de febrero de 1862.

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ErnestoMiami

The Tragedy of Cuba: How Collectivism Dissolved the Individual

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DE LOS ARCHIVOS DEL BLOG BARACUTEY CUBANO

INFORMACIÓN  RELACIONADA

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

El General de Brigada Julio Sanguily Garrite  y el Coronel del Ejército Libertador, gran tribuno, Senador y Secretario de Estado  Manuel Sanguily Garrite  en la República nacida el 20 de mayo de 1902 eran  HERMANOS. Julio Sanguily Garrite tuvo un sólo hijo: Julio Sanguily Echarte, el cual tenía una alta responsabilidad militar cuando la Revolución de los sargentos del 4 de septiembre de 1933.

El jefe de la conspiración para el levantamiento en armas  en 1868 era Francisco Vicente Aguilera; el levantamiento se había pospuesto dos o tres veces esperando, entre otros argumentos, para  vender el azúcar de la zafra y tener dinero para la guerra. Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo había dilapidado su fortuna en viajes y vida suntuosa y  el pequeño ingenio de la Demajagua que había comprado con su hermano estaba hipotecado y la  dotación de esclavos era solamente de una decena si mal no recuerdo. No se ha encontrado evidencias de que iba a ser apresado por motivos políticos ni tampoco el supuesto  telegrama para su detención  por el cual  su sobrino, Ismael Céspedes,  que trabajaba en el telégrafo le avisó de su supuesta detención. De los otros conspiradores no hay noticias semejantes.

Carlos Manuel de Céspedes en sus 5 ó 6 años  como Presidente de la República de Armas  actuó de manera autoritaria y son conocidos  sus discrepancias con el civilista Ignacio Agramonte y Loynaz, al que José Martí llamó ¨diamante con alma de beso¨y ¨la azucena de la Revolución ¨por su actuar sin máculas. y llegó a  expresar: “De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud”.

I) Tomado de http://www.elveraz.com/articulo1400.htm


Quizás la más notoria de todas las reacciones en contra de Céspedes, la hizo el General Ignacio Agramonte, primo de Ana de Quesada, quien se declaró abiertamente enemigo de Céspedes, escribiéndole una carta a la Cámara el día 26 de Abril de 1870 en la que incitaba a deponer al Presidente.

(Ignacio Agramonte y Loynaz)


A continuación fragmentos de esa carta:

«… ¿Hasta dónde nos llevarán las contemplaciones y la falta de energía de la Cámara de Representantes? ¿Hasta cuándo aparecerá impasible ante tantos abusos? ¿Esperará que Carlos Manuel y sus Secuaces arruinen el país, para proceder con energía?

No parece sino que se quiere acabar con el Camagüey para poder decir luego neciamente, cuando se le haya reducido a la impotencia, que no hace nada, que el enemigo se pasea impunemente en su territorio; y en tanto sus Representantes que conocen el mal, que lo palpan como yo, y como todos, sufren y callan por contemplaciones que se avienen mal con la marcha firme y enérgica que exige toda revolución y la conciencia de todo buen patriota.

Piensen, amigos míos, que contraen responsabilidades ante los hermanos cuya confianza tienen, ante su conciencia y ante la Historia, los Representantes del Camagüey que permiten se les sacrifique en aras de celos mezquinos y de un encono injustificable; y de una vez pongan coto á esa explotación y á esa devastación inmotivada que amenazan hundir el país y la Revolución»

De V. V. de corazón. — Ignacio Agramonte y Loynaz.

Quemado de Cubilas, Mayo 21 de 1870

Al final del diario de Carlos Manuel de Céspedes hay un escrito,  con otra letra diferente, que dice que un negro que había sido esclavo o sirviente  de Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía (1828-1914) ya entonces Presidente de la República en Armas se había presentado ante el batallón español de San Quintín para delatar  donde estaba Carlos Manuel Céspedes; conocida su ubicación  fueron y persiguieron a Céspedes el cual fue muerto  según una fuente por el sargento Felipe González Ferrer, aunque la recompensa se dice que fue cobrada por el cubano Brígido Verdecia.

Se cree que Salvador Cisneros Betancourt se había negado a ofrecerle a Céspedes permiso para salir al exterior, donde estaba su familia (su segunda esposa Ana de Quesada, su hija y su hijo) porque Céspedes  cuando era Presidente de la República le había negado el permiso de salida del país al abogado, periodista y Mayor General Francisco Maceo Osorio, el cual había pedido ese permiso por su enfermedad para recuperarse en el extranjero. Maceo Osorio (quién había sido amigo de Céspedes tuvo posteriormente grandes diferencias con Céspedes) quien era muy amigo de Salvador Cisneros Betancourt,  muere de esa enfermedad el 16 de noviembre de  1873. Poco tiempo antes de la muerte de Céspedes, Salvador  Cisneros Betancourt le había retirado  la guardia personal a Céspedes, el cual muere muy pocos meses  después que Maceo Osorio el 27 de febrero de 1874.

Zoé Valdés fue la que transcribió  el diario de Carlos Manuel de Céspedes cuando ella trabajaba  con Eusebio Leal, el cual ignoró su trabajo al publicar el diario. La siguiente foto es ella trabajando con una gran lupa para hacer la transcripción.


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Tomado de https://s3.eu-central-1.amazonaws.com/

La última página del diario de Carlos Manuel de Céspedes

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El diario del Padre de la Patria, con sus acres comentarios que contradicen las versiones de la historiografía oficial, es otra muestra de que la historia de Cuba tiene muchas lagunas

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Por Jorge Luis González Suárez

7 de octubre de 2021

LA HABANA, Cuba. ─ El historiador de La Habana Eusebio Leal Spengler publicó en 1992 un documento histórico trascendental: “El Diario Perdido” de Carlos Manuel de Céspedes (Editorial Ciencias Sociales).

Es interesante la historia de cómo ese texto llegó a nuestros días. Al morir Céspedes en la finca San Lorenzo el 27 de febrero de 1874 el diario fue tomado por los españoles como trofeo de guerra. El brigadier Julio Sanguily lo compró a las autoridades españolas y pasó después a manos de su hijo Manuel Sanguily. Este, a su vez, legó a su hijo el manuscrito. A su muerte lo heredó su esposa, Sarah Cuervo.

El documento llegó posteriormente a manos de José de la Luz León, diplomático y periodista, quien lo tuvo en su poder hasta su fallecimiento en La Habana el 5 de junio de 1981. Su viuda, Alice Dana, por orden expresa del difunto,  entregó en sobre cerrado el manuscrito a Eusebio Leal. En el exterior del sobre, estaba escrito: “Estos papeles son de mi patria”.

La última etapa del diario abarca desde el 25 de julio de 1873 hasta el 27 de febrero de 1874, día de la muerte de Céspedes. Recoge las anotaciones que hizo Céspedes después de ser sustituido como Presidente de la República en Armas.

En la última hoja del diario, Céspedes hace fuertes críticas a varios patriotas de la época.

Sobre Tomás Estrada Palma dijo: “Era tan inmoral en sus costumbres privadas como hipócrita en sus manifestaciones públicas. Después de exigir en las mujeres una pureza ideal, seducía y hacía madres a las hijas de sus mayorales y por último lo hizo con una joven de buena familia que vivía en la casa de él en compañía de su anciana madre”

Sobre Salvador Cisneros Betancourt, marqués de Santa Lucía, escribió: “El Marqués tenía en Camagüey pésima opinión. Ignorante, arruinado, petardista, vicioso, puerco, no gozaba de más consideraciones que las que le dada su título”. Y agrega: “Después se ha distinguido por su crasa ignorancia, bajeza de miras y solapada ambición personal”.

Comentó sobre Luis Victoriano Betancourt: “No se ocupaba de sus funciones en la Cámara desde 1870, nunca ha tenido opinión propia, siempre ha sido eco de otros…”.

De Eduardo Machado comentó: “Se distingue por su miedo a los españoles… De poco ha servido en la revolución, pues la mayor parte del tiempo la ha pasado en los ranchos, huyendo y consumiendo los recursos de las familias”.

De Juan Spotorno afirmó: “Teniendo de quien hablar mal está satisfecho. Ligero, imprudente, ignorante de los negocios públicos y poco amigo de hallarse en contacto con el soldado no obstante de ser un coronel del ejército, tiene todas las malas cualidades de los hombres que hablan con dos voces y harán de él lo demás todo lo que quieran siempre que le arrojen alguna presa en que hincar el diente.”

La página final concluye: “Abrazando en conjunto a todos estos legisladores, concluiré asegurando que ninguno sabe lo que es la Ley”.

Los demoledores comentarios escritos por Carlos Manuel de Céspedes en sus horas finales son verdaderamente inquietantes.

Resulta llamativa en especial su mala opinión sobre Tomás Estrada Palma, quien sería, en la guerra de 1895, hombre de confianza de José Martí, su sustituto al frente del Partido Revolucionario Cubano y el primer presidente de la República.

De ser ciertos los cuestionamientos que hace Céspedes, demuestran a las claras la desunión y las rencillas que había entre algunos de los principales jefes de  la Guerra de los Diez Años, a la postre factor esencial  del fracaso de la contienda iniciada el 10 de octubre de 1868 y que terminó en 1878.

¿Por qué tanto rencor entre los que luchaban  por la independencia? ¿Serían solamente casos aislados?

El diario del Padre de la Patria, con sus acres comentarios que contradicen las versiones de la historiografía oficial, es otra muestra de que la historia de Cuba tiene muchas lagunas. Habrá que reescribirla, sin censuras, en una patria libre y democrática para conocer la realidad.

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Interesante retrato en el que aparece Ignacio Francisco Eduardo de la Merced Agramonte y Loynaz - de pie -  junto a sus padres  (Ignacio Agramonte Sánchez  y Filomena Loynaz Caballero) y hermanos: Enrique, Francisc@, Loreto y Mariano  - 

Ignacio Agramonte y Amalia Simoni  tuvieron dos hijos: Ignacio Ernesto y Herminia; 

Ignacio Ernesto Agramonte Simoni,  al menos , tuvo tres hijos: Ignacio Eduardo, Jorge y Osvaldo:


En Facebook se lee este comentario de una persona que se identifica como Diana M. Cortina: 

Yo fui muy amiga de los hijos de Ignacio, la única que vive es Amalia y vive en Tallahassee, eran Aidita, Amalia, Herminita, e Ignacio. Las de vista Hermosa calle10 era Jorge el papá de  Estela y Jorge .Herminia, al menos tuvo dos hijos:


 

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