jueves, abril 06, 2006

LOS REHENES DEL PARAISO OBRERO

Tomado de Cubaliberal.org


Los rehenes del paraíso obrero

por Raúl Rivero, Madrid *

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* Texto íntegro del discurso que Raúl Rivero no pudo leer en la Universidad de Sevilla, gracias a la eficiente acción de grupos democráticos de la izquierda andaluza. Es obvio: si Raúl Rivero no puede pronunciar este texto en La Habana, ¿por qué sí en Sevilla?
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Las decenas de periodistas que sufren hambre, enfermedad y castigo en las cárceles de la isla de Cuba son rehenes de un grupo de compadres que tomó el poder por la fuerza y por la fuerza se mantiene por casi medio siglo en un trono que se levanta sobre la policía y la propaganda.

Amanecer en una celda de castigo todos los días es una práctica que produce una especie de hastío por la vida. Desayunar una brizna de pan sucio y trasnochado con un poco de agua de azúcar, y esperar unas cucharadas de arroz y hierbas en el almuerzo y la misma ración para la cena es un antídoto contra toda ilusión.

Pero si, por ejemplo, uno tiene que esperar tres meses para ver a su familia durante dos horas en una celda con bancos de cemento y bajo los ojos de los guardias, tampoco tendrá mucho desvelo porque llegue el día de las visitas y el reencuentro con las personas que ama.

Esta descripción no es un relato que produce el odio, el rechazo o la imaginación. Lo viví yo durante dos años y lo vive ahora mismo, este día espléndido de la primavera de 2006, Víctor Rolando Arroyo, el periodista de Pinar del Río que fue sometido a dos golpizas salvajes en la cárcel de Guantánamo. En el Guantánamo de la capitanía castrista, donde funciona un almacén de hombres hace 30 años.

Todo eso lo padece el joven informador Pablo Pacheco en la prisión de Canaleta, junto a sus colegas Pedro Argüelles y Adolfo Fernández Sainz y el joven fotoreportero Omar Rodríguez Saludes, que cumple 28 años por fotografiar y filmar en su país zonas de la sociedad que la dictadura no quiere que se conozcan.

Lo sufren Normando Hernández, un profesional que fundó una pequeña revista hecha con métodos artesanales en Camagüey y de la que pudo sacar un solo número.

Enseguida los tribunales revolucionarios le pidieron una condena de cadena perpetua, aunque después se le rebajaran graciosamente a cinco lustros.

En el caso de Hernández, como en el de muchos otros, hay que añadir el tormento de diferentes patologías mal atendidas debido a la escasez de medicamentos, la enorme población penal y el hacinamiento de prisioneros. En galeras habilitadas para 20 cautivos suelen convivir 15 o 20 más, que deben dormir en el suelo y compartir un solo baño sanitario y el agua racionada.

Esta es la categoría de vida que lleva ahora en el Combinado del Este de La Habana el poeta y periodista Ricardo González Alfonso, con el agravante de que ha sufrido dos operaciones en los siempre sospechosos quirófanos carcelarios. Su herida inicial, que data de noviembre de 2004, no acaba de sanar, no cierra, no se cura.

Así pasa la juventud de Fabio Prieto Lorente, un joven corresponsal que languidece en una prisión en la Isla de Pinos, 120 kilómetros al sur de La Habana, porque estuvo años informando sobre la realidad de aquel territorio donde la barbarie es más libre porque no hay sedes diplomáticas ni periodistas extranjeros que registren los atropellos.

En la cárcel de Guanajay, entretanto, a sólo unos kilómetros de la capital cubana, los médicos militares acaban de reconocer que la patología que afecta al periodista José Ubaldo Izquierdo, preso desde marzo de 2003, no podrá encontrar remedio en las duras condiciones en que se encuentra.

Izquierdo, de 40 años, cumple una sanción de 16 y trabajaba como columnista en una agencia del periodismo independiente cubano.

Ya sabemos que el Día de la Libertad de Prensa donde únicamente se podrá celebrar en Cuba con dignidad y pleno derecho es en los calabozos de cualquiera de las 300 prisiones que pueblan el mapa de esa pequeña isla del Caribe.

Están en las sombras a donde han ido a parar por ser libres en un país donde la palabra libertad en boca de los amanuenses es un rumor de estopa y podredumbre y pronunciada por los hombre libres un delito que te lleva a la cárcel. Pero sólo allí, en esos calabozos donde nadie ha perdido la esperanza, es donde se puede hacer un brindis sincero y legítimo por esta fecha. Aunque lo que se levante para brindar sea un jarro sucio de aluminio con un trago de agua impura y tibia de los manantiales subterráneos de Cuba.



Abril 6, 2006
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Por David Gistau, Madrid *
Al abordaje: a Raúl Rivero

Aquella vez que hablamos, Raúl, mientras templabas con café un frío nuevo, me dijiste que la visión de Madrid desde la ventanilla del avión era la de la libertad.

Dejabas atrás las dos jaulas en las que peleaste por la dignidad durante años. Una del tamaño de tu mazmorra. La otra tan grande como tu Isla. Y sentías que por fin habías conquistado lo que no debiera ser sino una rutina por la que no se lucha: el derecho a escribir, a poner en las lindes del camino ese espejo que es el periodismo, sin que por ello haya que temer a quien llama a la puerta. Sin que por ello haya que sufrir persecuciones y repudios tan tenaces que primero condenan al hombre, entre su propia gente, a una soledad de campanilla de leproso. Y luego lo borran con la cárcel.

Supongo que, al llegar aquí, cargabas ya con las melancolías del exiliado. Las mismas por las que apenas nadie consoló a Cabrera Infante, otro terrorista como tú, otro torpe que cometió el error de no hacerse represaliar por alguna de las dictaduras del Cono Sur, sino por la de Castro.

Como no eres ingenuo, sabes que no es lo mismo. Lo comprobaste durante tu encierro, abandonado por los solidarios de guardia a los que el castrismo jamás inspiró una pegatina para la solapa, sino viajes con billete de vuelta al parque temático de la Revolución. Lo habrás comprobado este último domingo, cuando El País publicó un avance de las conversaciones entre Castro y Ramonet: ni una sola pregunta sobre los presos, sobre las libertades, tan sólo la impúdica entrega al dictador de un miserable moral, de un antiamericano patológico empeñado en justificar una tiranía sólo porque propaga ese aroma anti-imperialista que tan cachondos pone a los abajo firmantes de la burgue-masía euro-idiota.

Conocías el percal, no ignorabas que aquí cae simpático Polifemo y que existe un doble rasero selectivo que salva a según qué totalitarismo. Por eso no te habrá sorprendido lo que te ocurrió en la Universidad de Sevilla. Ya ves, incluso hasta aquí te persiguen los actos de repudio. Incluso aquí, sin que apenas nadie te proteja, te acompañe, intentan que no exista tu escritura. En realidad es una nimiedad, comparado con lo que has pasado, con todo cuanto debiera despertar la admiración de esos gilipollas que el otro día ensuciaron la universidad y agredieron todos los principios de la forma de vida que les cobija sin convertirles en rehenes, como a tu pueblo.

Por ello estoy seguro de que hoy no tienes ira. Tan sólo compasión. A los niñatos del botellón que te reventaron la lectura y te mancillaron, les dirás lo que dijiste a los intelectuales que te olvidaron cuando estabas en la cárcel: que ojalá jamás pasen por lo que tú pasaste, que ojalá jamás vivan bajo quien tú viviste. Se merecen ese aprendizaje.

* Para El Mundo, Madrid / Abril 6, 2005
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