RETRATOS RETOCADOS DE GENERALES Y NIETOS. FIDEL CASTRO Y SUS GENERALES
FIDEL CASTRO Y SUS GENERALES
Cubanet
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José F. Sánchez
Jefe de Buró
Cuba
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Julio 25, 2006
Joviales, dicharacheros y bonachones, los generales parecen de un ejército de fábula. La sangre y el tronar de las armas son sólo anécdotas. Pero cuidado. Ellos siguen ahí. Atentos y vigilantes, aunque ya no estén en el Secretariado del partido único. Listos para, llegado el momento, ocupar su lugar en la ecuación. Sólo que más gordos y más viejos. Granma, órgano oficial del Partido Comunista, se esfuerza en familiarizar a los cubanos con el lado más amable del generalato cubano. Para ello, desde hace varios días reproduce en sus páginas las entrevistas que realizara hace más de 10 años el periodista Luis Báez para conformar su libro "Secretos de Generales".
No es casual el empeño en mostrar generales con rostro humano. Con la nueva Ley de la Fiscalía Militar y un heredero designado cada vez más visible, dicen que la sucesión ya empezó. Pese a talibanes y purgas partidistas, la sucesión es impensable sin los generales, tengan el rostro que tengan. Granma, ayudado por las entrevistas de Luis Báez, pone el parche verde olivo antes que salga el grano. Es un modo de ir entrando en confianza y de que no suenen demasiado ásperas las órdenes en un futuro sin Comandante.
Granma y Luis Báez montaron un confesorio de utilería con micrófonos, amplificadores y maquillistas. Todo con la esperanza de convencer a los súbditos incrédulos de que "el ejército de Fidel" lo dirigen seres humanos. Casi lo consiguen. De uno en uno y de los mejorcitos, los principales jerarcas militares del régimen desfilan por Granma como los quiso ver Báez. Narran sus bizarras aventuras en la guerra, en Cuba o Africa, y su modo idílico de vivir la "pax fidelista".
No espere confesiones. Los generales no se confiesan. Jamás. Los generales de un ejército de hierro e invulnerable abren sus verjas para revelar hábitos domésticos y gustos culinarios. Sólo poco más que eso. Si acaso, evocan al Segundo en Jefe, en ratos de ocio guerrillero toreando novillos en su principado serrano. O revelan pactos de amigos que se preocupan por ser sepultados juntos, con suficiente poder para decidir que sea en el Cacahual. Abuelos campechanos y jaraneros, aficionados al ron y el lechón asado, la jardinería, la pesca y las rancheras mexicanas. Sin dudas, errores ni arrepentimientos. Irrestrictamente leales al Jefe. Describen su existencia plácida y feliz. En sus mansiones de zonas congeladas. Entre una comilona y la próxima. Cerca de la mesa de dominó. A bordo de sus carros. Todo aromático y refrigerado. A puertas cerradas. Midiendo el tiempo en los relojes Rollex que les regalaron el Uno o el Dos. A distancia adecuada de la plebe. No refieren sus privilegios. No hace falta. Ocultaron a tiempo de miradas indiscretas los yates, las langostas y los whiskies para dedicarse a velar por los nietos.
Sus bromas no convencen. El humor de los generales suele ser inasible para los no iniciados en los círculos del poder. Por mucho que se esfuerzan, no logran caer simpáticos. Son demasiados distantes. Nos separa de ellos un océano de privilegios y despotismos. Sixto Batista, por ejemplo, se muestra como un simpático anciano de 74 años que no cesa de bromear. A inicios del Período Especial invitó alegremente a los miembros de los CDR a romper cabezas de opositores a batazos. Parece ser que algunos tomaron demasiado al pie de la letra la jocosidad del General Batista, Sixto, no Fulgencio. Quisiera creer algunos de estos secretos. Por ejemplo, en el amor de los generales por sus nietos. Quizás algún día dependa de los generales decidir si les legan una patria mejor.
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