jueves, agosto 10, 2006

OPERACIÓN ATAÚD VACÍO

Tomado de
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/opinion/15236397.htm

Operación ataúd vacío

Por Daniel Morcate

El largo ensayo de la muerte de Fidel Castro en el que participamos los cubanos, unos como actores y la mayoría como espectadores ansiosos, está poniendo las cosas más claras de lo que ya estaban. El tirano nos ha cogido la vuelta de tal manera que no sólo nos confiscó durante 47 años el país que con ingenuidad creíamos de todos y preparó tranquilamente su sucesión dinástica, sino que al parecer se está dando el lujo de morirse despacio con un ojo cerrado por los fármacos y el otro abierto para ver quién se mueve más de la cuenta a su alrededor; y para disfrutar las misas que le dedica la camaleónica Iglesia católica cubana. Esto último les parecerá una aberración a algunos, pero no a Castro, quien, en la duermevela de la convalecencia, seguramente está evocando cómo inició su carrera de déspota con los jesuitas, exactamente igual que su epónimo Stalin.

Lo primero que va quedando claro es que una transición democrática a la muerte del dictador dependerá del surgimiento de héroes de la retirada: hombres y mujeres del régimen que, con la ayuda de opositores internos, decidan sepultar el castrismo junto a su creador. Esa probabilidad será remota mientras le quede aliento a Castro. Los cubanos de la isla se hallan tan desmoralizados que muchos creen que el comandante se está haciendo el moribundo para emprender la purga final antes de la inevitable partida. Operación Ataúd Vacío, le llaman, expresión con la que satirizan la predilección de la dictadura por las tácticas policiales. Hasta que no vean ese ataúd lleno con la mole del engendro, y hasta que la piadosa Iglesia cubana no le oficie la última misa, los héroes de la retirada ni siquiera se reconocerán a sí mismos.

Claro va quedando también que, a la muerte de Castro, permanecerá intacta la misma madeja de complicidades internacionales que lo convirtieron en el dictador de más larga duración en la era moderna. Tal es el mensaje que envían muchas democracias con posibilidades de influir sobre la situación cubana. Dicen que a la desaparición de Castro ''los cubanos deberán decidir solos, sin interferencia extranjera, su suerte''. Pero, tratándose de un país sometido al totalitarismo, eso significa, en el argot de la realpolitik, que también están dispuestos a abandonarles a la merced del nuevo déspota y los secuaces que les designe el viejo tirano.

Se hace evidente además que, aunque Castro estuviera agonizando, Estados Unidos permanecerá solo y por tanto inefectivo en su lucha más retórica que real contra la dictadura cubana. Los gestos de reprobación internacional al régimen son tan escasos y tímidos que los cubanos libres nos hemos acostumbrado a aplaudirlos con estridencia. Así celebramos muchos la solidaridad que ha esbozado el gobierno del presidente Bush con una futura Cuba democrática. Pero no a todos se nos escapa que a Washington le interesa sobre todo evitar una estampida desordenada hacia sus costas en caso de que Castro y el castrismo se mueran demasiado.

Desde la perspectiva de los cubanos, lo importante ahora es anhelar, y si fuere posible propiciar, que se llene de una vez el ataúd todavía vacío del tirano. En Argentina Juan Manuel Cao ayudó a reventarle el intestino con preguntas sobre la doctora Hilda Molina, su rehén de lujo. ¿Ya estará recibiendo emails el comandante convaleciente? Por las mentes de los médicos que le atienden podría pasar la idea de la eutanasia activa e incluso de una ocultable negligencia médica. Hasta el guaguancó del Versailles podría resultar el arma decisiva si el ojo abierto del dictador llegara a ver el espectáculo. Los héroes de la retirada sólo se reconocerán en el cementerio, cuando sobre el ataúd caiga la última paletada de tierra.