viernes, agosto 11, 2006

POLÍTICA HACIA CUBA

Política hacia Cuba


Por José M. de Areilza Carvajal

La necesidad de plantear una política ambiciosa hacia Cuba puede ser un revulsivo para la política exterior española, que no atraviesa uno de sus mejores momentos. La transmisión de poderes en la isla sugiere que el castrismo no sobrevivirá su fundador. El hermano designado no es una figura popular ni respetada. Castristas, opositores democráticos y exiliados están de acuerdo en que Raul no sirve para la sucesión. Se recupere temporalmente Fidel o no, se acortan los plazos para dar la palabra a los cubanos y llevar la democracia a la última dictadura comunista del hemisferio americano.

Cualquier gobierno español debe volcarse en apoyar este proceso de transición, tal vez más que en casos anteriores en Iberoamérica. Todos los españoles somos algo cubanos, por razones reales y sentimentales, y casi todos los cubanos sienten de forma especial su vinculación histórica, familiar y cultural con España. Cuba, junto con Marruecos y Guinea Ecuatorial, pertenece al núcleo de las relaciones bilaterales españolas más intensas y complejas, en las que España tiene experiencia y responsabilidades especiales y un campo de actuación reconocido por terceros países.

Pero el anuncio de que llega la transición cubana encuentra a la diplomacia española debilitada, a pesar de que durante años ha preparado diversas estrategias ante un eventual cambio en Cuba. La política exterior del Gobierno de Zapatero bascula entre dos extremos, por un lado la acumulación de declaraciones y gestos excéntricos, a veces chocantes en un país occidental, y por el otro, la adopción de un perfil muy bajo, que hace rayar a nuestro país en la irrelevancia y le ausenta de las decisiones europeas más importantes. Las poco medidas declaraciones y fotos ante el conflicto entre Israel y el Líbano, buscando la propaganda doméstica, es un ejemplo de lo primero y la decisión inexplicable del Presidente del Gobierno de apenas viajar al exterior o de seguir una y otra vez a Francia en cuestiones europeas ilustra bien la segunda actitud de pasotismo.

En este contexto, se dan dos circunstancias que limitan el futuro papel de España en Cuba y que deben ser corregidas cuanto antes. En primer lugar, la falta de liderazgo español en el seno de la UE sobre asuntos de America Latina, tras el juvenil acercamiento del gobierno de Zapatero a Fidel Castro, Hugo Chavez y Evo Morales. En el caso concreto de Cuba, el ejecutivo español convenció hace dos años en Bruselas a sus socios para que las embajadas europeas en La Habana se distanciaran de la oposición democrática, pero el acercamiento al régimen no ha dado ningún fruto. Los contactos españoles privilegiados con la Iglesia y el Ejército en Cuba y con los miembros del exilio deben servir al gobierno español para volver a recuperar la iniciativa europea.

En segundo lugar, España debe establecer una concertación invisible e intensa con Washington sobre Cuba, que ayude al gobierno norteamericano a acertar y moderar sus posiciones, por ejemplo acabando con el embargo y las sanciones económicas y favoreciendo la transición desde dentro. Pero la relación del gobierno Zapatero con la administración Bush sigue estando bajo mínimos. El ejecutivo norteamericano no se fía de nuestro gobierno en cuestiones cubanas, por lo que España debe hacer todo lo posible, esta vez sí, por ofrecer colaboración inteligente y restaurar la confianza, sabiendo que, nos guste o no, EE UU se implicará a fondo en la transición cubana.

Finalmente, hay una circunstancia en nuestra política nacional que dificulta el futuro papel de España en Cuba. La actual impugnación de la transición española desde cierta izquierda hace menos creíble que ofrezcamos a los cubanos nuestra experiencia de evolución pacífica desde la dictadura a la democracia, como en el pasado se ha hecho con otros países iberoamericanos. También por razones de política exterior, el gobierno de Zapatero debería pasar página y hacer suyos los ideales de reconciliación y convivencia que presidieron nuestro período constituyente.

La fluida situación en Cuba es una llamada a recuperar lo mejor de la política exterior española, como puente entre Europa y las Américas, y debe servir para evitar divisiones innecesarias en cuestiones domésticas. Estamos ante uno de esos casos en los que ningún gobierno de España puede guiarse por reflejos ideológicos. El futuro de Cuba requiere que España haga Política, con mayúscula.