domingo, agosto 27, 2006

YO TAMPOCO

Yo tampoco



POr Manuel Vazquez Portal


Hay mujeres, como Ileana Ros, Silvia Iriondo, Laida Carro, Janisset Rivero, Sonia Berges, Laura Pollán, Berta Soler, Marta Beatriz Roque, Berta Antúnez y miles más que no nombro pero tampoco olvido, que deciden ser novias eternas de la patria. Unas vestidas de negro, otras de blanco, son luto y pureza en el camino hacia la luz; juntura, equilibrio en la balanza de la historia.

Es un amor grandioso lo que las impulsa. Si unas, una vez se fueron del patio engalanado de humildes clavellinas, nunca se fueron porque plantaron para siempre las clavellinas en sus almas, y cuando están tristes, cuando la nostalgia las acogota, cierran los ojos, registran su corazón y vuelven a aspirar el aroma de su tierra. Si algunas, una vez se quedaron, nunca se quedaron porque su patio se hizo árido y mató las humildes clavellinas que ya no pudieron irrigar entre tantos extraños abedules que les impusieron.

Unas y otras son ahora unas solas. Y entonces se las ve nimbadas por una belleza particular. Sus esposos las secundan y las admiran, no las limitan ni se encelan. Pasan a ser madres protectoras y mimosas de todos los patriotas. Traen a su tierra un nuevo parto de varones honrados, de hembras altivas. Tienen un bálsamo para cada herida de la memoria, una pócima secreta para aliviar la desesperanza, un ungüento para azuzar el valor. Son todo ternura. Y más que de gorro frigio en la cabeza, van de orquídeas en el pelo. No es la violencia ni la venganza lo que brota de sus ojos. Su mirada es manantial de amparo; sus manos, palomas en el aire, bordando la filigrana exquisita de un futuro sin sombras.

Y hay hombres, como Lincoln --digo de mi amigo el cubano, el de Banes, que como uno de los padres fundadores de la tierra que nos acoge, alcanza dimensión de ejemplo--, Angel de Fana, Horacio García, Angel Garrido, Héctor Maseda, Oscar Elías Biscet, Normando Hernández, que deciden ser eternos galanes de la patria, que es como ser eternos servidores de la libertad. Caballeros, sin miedo y sin tacha, cuyo yelmo es el pecho limpio y cuya adarga es la idea afilada, plural y precisa. Y se juntan, porque es hora de juntarse, y se le ve batallando contra la urdimbre de barrotes que encierran a los sueños y a los hombres. Los unos, lidian con las rejas de las distancias y el destierro; los otros, pugnan con las cárceles de hambres e incómodo jergón, pero ninguno se amilana ni llega tarde a la cita con la hora impostergable, el molino cierto y añorado. Son todos uno. Y han dicho: yo no.

Lo dijeron una vez desde la tribuna que nadie quería escuchar. Gritaron en el desierto. Aullaron en la nevada. Se desgañitaron frente a la oreja hechizada por el maleficio de un mito hipócrita. Se opusieron a los ídolos falsos, a los dujos que alelaban. Lo dijeron desde el fondo del inmundo calabozo, desde el susto de los fusiles apuntándoles, desde el desespero de una rústica balsa al pairo, desde la pintada en un muro altamente vigilado, desde el miedo de un ''mítin de repudio''. Lo dijeron: yo no. Y se escuchó: yo no. Y se hizo coro: yo no. Es Cuba quien dice: yo no. Es un pueblo entero quien dice: yo no.

Pero no conminan al desastre y la guerra, a la destrucción y la sangre. Convidan a la cordura y el decoro. Invitan a la independencia y el respeto a la ley. Llaman al derecho del ser humano y la fecundidad de la existencia. Inducen a la integridad, al ágape de la reconciliación de todos con la patria. Son los heraldos nuevos de aspiraciones heredadas de quienes nos fundaron una nación venerable. Llaman a la resistencia pacífica, al tránsito decente.

Sin embargo, en La Habana, La Habana nuestra, La Habana que nos robaron, nos negaron, nos arruinaron los jurásicos fantasmas de la sucesión y el terror, aspiran todavía a que el mundo les crea que se preparan, se movilizan contra el inminente zarpazo del monstruo extranjero que supuestamente siempre los ha amenazado, e invitan a la guerra, al Apocalipsis, mientras anuncian que el Drácula de los pesares se alzará nuevamente desde el catafalco tenebroso para dar las últimas órdenes del desastre.

Quizás fue Andrei Sajarov el primero que dijo: yo no, y convocó en Moscú a los otros, con más amor que piedras; tal vez fue Vaclav Havel quien dijo alguna vez: yo no y convocó en Praga a los otros, con más versos que armas; a lo mejor fue Lech Walesa el que gritó en una fábrica de Polonia: yo no y convocó a los otros, con más sueños que ciencias, pero de lo que sí estoy seguro es que desde Cuba vino una voz rotunda, hastiada del engaño, exacta en sus anhelos, unánime en sus aspiraciones, que gritó: yo no delato, yo no atropello, yo no colaboro, yo no quiero sucesión, y no ha quedado otra que responder, desde donde quiera que uno esté: yo tampoco.