CUBA: Sobran los Castro
Sobran los Castro
Por Bertrand de la Grange
Domingo 08 de Agosto de 2010
¿Quién sobra en Cuba? ¿El millón de asalariados —el 20% de la fuerza laboral de la Isla— que viven a costa del erario nacional y no producen nada, según el presidente Raúl Castro? ¿O los dos hermanos Castro, que han creado ese sistema perverso para perpetuarse en el poder, en detrimento de la libertad y del bienestar de sus 11 millones de súbditos?
Para el régimen, los que sobran son los cubanos. Y no sabe qué hacer con ellos. La economía, controlada en su práctica totalidad por el Estado, está quebrada y no se hunde más gracias al turismo, a las remesas de los exiliados y al petróleo que manda el socio venezolano, Hugo Chávez. No hay producción de ningún tipo, industrial o agrícola, con excepción del tabaco y pocas cosas más. La Isla importa, esencialmente de Estados Unidos, la mayoría de los alimentos que necesita. ¡Hasta el azúcar!, que fue durante décadas la principal riqueza del país.
( Fidel y Raúl Castro, el 7 de agosto en la Asamblea Nacional. (AP) )
Cuando no hay producción, no hay trabajo, y Cuba no escapa a esa regla universal. Con la diferencia de que el régimen socialista garantizaba la salud gratuita y una canasta básica para todos, trabajasen o no.
Ya no hay presupuesto para pagar esas "conquistas revolucionarias". Lo ha dicho el general Castro con esa voz engolada y ese tono desafiante que caracterizan sus intervenciones públicas: "Hay que borrar para siempre la noción de que Cuba es el único país del mundo en que se puede vivir sin trabajar".
Y ¿qué propone para crear empleo? La misma receta que aplicó en los años 90, cuando Moscú cortó su cuantiosa ayuda: autorizar la creación de pequeños negocios privados, cuyas licencias dejaron de renovarse en cuanto la economía superó el bache gracias a la generosidad de Chávez.
"El Consejo de Ministros acordó ampliar el ejercicio del trabajo por cuenta propia [...], eliminando varias prohibiciones vigentes para el otorgamiento de nuevas licencias y la comercialización de algunas producciones, flexibilizando la contratación de fuerza de trabajo", ha explicado Raúl Castro el 1 de agosto. Según él, estas medidas "constituyen en sí mismas un cambio estructural y de concepto en interés de preservar y desarrollar nuestro sistema social y hacerlo sostenible en el futuro".
O sea, más de lo mismo, como lo indica la puntualización que hizo el ministro de Economía y Planificación, Mariano Murillo: "No se puede hablar de reformas. […] Es una actualización del modelo económico donde van a primar categorías económicas del socialismo, no el mercado […] Se aligerará un grupo de cosas del modelo económico, pero no vamos a entregar la propiedad estatal".
¿Será ese engendro el primer paso rumbo al modelo chino, ese capitalismo de Estado que admira tanto Raúl Castro? ¿O, como todo parece indicar, se trata de una maniobra más para ganar tiempo y descargar sobre los ciudadanos una responsabilidad que el Gobierno ya no puede asumir?
Para el régimen, "liberar las fuerzas productivas" consiste en mantener el control férreo de la burocracia sobre la empresa privada y matarla a impuestos, como lo hizo en los años 90 con los paladares (pequeños restaurantes) o las casas de huéspedes.
Mientras el general Castro echaba un jarro de agua fría sobre las expectativas de los cubanos, su hermano Fidel salía de su madriguera medicalizada y multiplicaba sus intervenciones públicas. No comentó, sin embargo, las medidas anunciadas por Raúl.
Los cubanólogos se devanan los sesos para buscar una explicación a ese protagonismo repentino de lo que queda del Máximo Líder, ese fantasma inquietante con voz y manos temblorosas. Es la confirmación de las supuestas desavenencias entre los dos hermanos, dicen unos, y un mensaje de Fidel para decir que nada se puede hacer sin él. No, aseguran otros, es una manera de apoyar a Raúl en un momento político muy delicado.
El motivo real es lo de menos. Lo preocupante es que los Castro y los gerontócratas que les rodean, empezando por Machado Ventura y Ramiro Valdés, siguen mareando la perdiz y no tienen la más mínima intención de abrir el puño. Ellos son los primeros en saber que, por definición, no se puede reformar un régimen totalitario y, si intentas hacerlo, pierdes el poder, como ocurrió en la antigua URSS.
No habrá cambios de fondo mientras esa generación esté al mando y, por eso, los cubanos siguen votando con los pies. Dos días después del discurso de Raúl, 31 hombres y mujeres, el mayor grupo en mucho tiempo, salieron clandestinamente de la Isla. Llegaron por mar a Estados Unidos, donde engrosarán la numerosa comunidad de exiliados que han huido en los últimos 50 años. Todos sobraban en el paraíso de los Castro.
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