miércoles, agosto 11, 2010

Fidel Castro. Su propia guerra

Su propia guerra




Por Miguel Iturria Savón


LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - El sábado 7 de agosto la televisión cubana transmitió otro capítulo de la tragicomedia mediática de Fidel Castro, quien presidió la sesión especial de la denominada Asamblea Nacional del Poder Popular, ante la cual disertó sobre la catástrofe que se desencadenará en el Golfo Pérsico, si el gobierno de los Estados Unidos se atreve a desestimar las amenazas de Irán, cuyo gobierno desarrolla un plan de armas nucleares que desestabiliza la región.

La pista parlamentaria devino sesión de vedetismo con guión prefijado. Castro retomó su papel de gurú universal y los diputados confirmaron su fidelidad al tirano, al cual interrumpían con aplausos, preguntas complacientes y felicitaciones por su cumpleaños 84. Sin moverse del sillón, el ex mandatario hizo gala de sus poses actorales, matizadas por el desvarío mental y los excesos verbales; mientras el séquito de aduladores derrochaba servilismo, ávidos por escuchar las profecías del caudillo.

Más que un cónclave de interés nacional, la asamblea del sábado entre el déspota y sus legisladores, resultó un encuentro de sombras chinescas que acentúa la desesperanza. Ni los bostezos del hermano, multiplicado por cero entre tantos disparates, ni la cautela de Alarcón al conducir “los debates”, justifican la diatriba irresponsable del envejecido comandante, enfermo de poder y protagonismo.

En este juego de roles, Fidel Castro disparó sus últimos cartuchos contra el pueblo de Cuba, asfixiado por medio siglo de totalitarismo. Castro, como Stalin, Mao y Franco, pretende gobernar hasta el fin de sus días, con las riendas del poder en manos de sus adoradores, cuya veneración y servilismo están fueras de dudas.

Castro libra su propia guerra contra nuestra isla, aunque enmascara su legado de muertes, éxodos masivos, devastación económica, miseria colectiva, corrupción generalizada y dependencia exterior; camufladas en discursos de barricada propios de la guerra fría, cuando exportaba la utopía socialista y desestabilizaba a los países de la región.

El cinismo del cacique y sus vasallos provoca más carcajadas que simpatía. Sus recientes intervenciones públicas, las “reflexiones” que en su nombre escriben sus amanuenses, y el libraco de 800 páginas sobre la estrategia de la victoria, representan los balbuceos del cierre.

Al reseñar la sesión del Parlamento del sábado 7 de agosto, los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana serán respetuosos y circunspectos. Tal vez Patricia Grog, Andrea Rodríguez y Fernando Ravsberg muestren su admiración por el patriarca insular y describan las advertencias contra los Estados Unidos, que ahora “pretende humillar al pueblo de Irán”, cuyos ayatolas son aliados de los Castro.

Los cubanos, hastiados de tragicomedias y ampulosidad verbal, sabemos que las profecías bélicas de Castro y los aplausos de sus legisladores, son otra rama del árbol del cinismo. Más de lo mismo en el pozo de la inercia.