sábado, diciembre 05, 2015

Esteban Fernández: MR. KEILING Y MARIO BYRNE

MR. KEILING Y MARIO BYRNE

Por  Esteban Fernández

Permítanme decirles que en la compañía de teléfonos Pacific Bell existe una cadena de comandos muy parecida a la del ejército. El problema hay que indicárselo al jefe  inmediato y si éste no puede resolverlo entonces trasladarlo a su superior y así sucesivamente.

Es decir, que yo comencé- gracias a un consejo de Aris Caso- como parte de un grupo de empleados que le rendían obediencia a un manager, estos supervisores tienen por encima de ellos a un “second level”  y estos a su vez están bajo las órdenes de un tercer nivel y la cosa sigue subiendo hasta el infinito. Es decir que había muy poca comunicación directa entre el peón y los jerarcas de la empresa.

En 17 años sólo tuve una excepción  y fue la de un compatriota llamado Rudy Castillo que era  “segundo nivel” pero, que por encima de eso, era (y sigue siendo) un cubano interesado en los acontecimientos en nuestra patria y lo primero que hacía al llegar al local de 936 Formosa en Los Ángeles era llamarme para su oficina e intercambiar noticias y opiniones, y los jueves me pedía el periódico 20 de Mayo. Es decir, que nunca puso su puesto por encima de su patriotismo y siempre nos tratamos “de cubano a cubano”, desde luego, sin faltarnos el respeto ni utilizar la amistad en beneficio mutuo.

Pero al llegar yo a la compañía, después de dos semanas, se apareció de visita proveniente de Nueva York un alto ejecutivo de la empresa quien simplemente venía  a ponernos en fila india, estrecharnos a cada uno la mano y preguntarnos: “How are you?” La norma era decir: “Fine, thank you”. Eso era todo, pero en ese instante yo no sabía eso, ni nadie me había explicado lo de “la escala jerárquica”.

(MARIO BYRNE 1959 )

Al mismo tiempo a Mario Juan Byrne, quien era uno de mis mejores amigos, yo lo consideraba un erudito en todas las materias. ¿Ustedes creen que Hugo Byrne es un tremendo escritor e intelectual? Cierto, pero su hermano Mario siempre fue su maestro y guía. Y yo estaba convencido de que merecía un mejor empleo del que tenía.

La cuestión fue que al Mr. Keiling darme la mano y saludarme ante la sorpresa e incredulidad de todos los presentes le dije: “Sir, can I  talk to you in private”. Me miró seriamente y me respondió: “In a few minutes as soon as I finish here”. Ahí me cayó encima todo el mundo a regañarme y a querer saber qué diablos yo quería decirle al encumbrado personaje. Y rápidamente me hicieron saber que lo que yo había hecho era inexcusable, suerte que mi supervisor inmediato llamado Hugo Cázares comprendió mi novata y en eso llegó Mr. Keiling interrumpiendo la reprimenda y me dijo: “OK, I’m ready for you, come to the office”.

Y allí a la velocidad de una ametralladora le metí tremenda trova explicándole que “yo tenía un amigo, casi como un hermano, que hablaba como cinco idiomas, que era un genio y que estaba realizando un trabajo como vendedor de vinos que era muy por debajo de su categoría intelectual, y que yo pensaba  que él sería de gran valor para la Pacific Bell”. Creo que estas últimas palabras fueron las más convincentes porque no le supliqué trabajo para mi amigo sino que le llevé a su mente que Mario sería una buena adquisición y de mucha utilidad para la empresa.

Mr. Keiling se quedó pensativo por unos segundos -que me parecieron una eternidad- hasta que simplemente me dijo: “Give me his telephone number“. Yo me quedé en un hilo porque no me regañó pero tampoco me dio ninguna esperanza. Yo pensaba que no solamente Byrne no trabajaría allí sino que yo sería echado de la compañía.  Cogí un papelito y apunté el nombre y el número de teléfono de mi amigo y se lo di, distraídamente él se lo metió en un bolsillo. Me dio las gracias y me estrechó la mano de nuevo. Eso fue todo. Yo utilicé 50 palabras y él sólo cinco. Esa es una de las diferencias entre los cubanos y los americanos: Nosotros floreamos demasiado, ellos van al grano.

Al llegar a mi casa llamé a Mario y con pena le dije lo sucedido y que no me sentía muy optimista de que mi gestión iba a dar resultados porque había roto un precepto de la Pacific Bell.

Mario se rió y me dijo: “Gracias, no te preocupes, te la comiste, me llamó este señor Keiling y el lunes me tengo que presentar en el 5670 Wilshire Blvd. en L.A. para laborar en las Yellow Pages ganando como tres veces lo que gano en la vinatera”. Y ahí estuvo Mario trabajando para las “Yeyo Pagés” (así les decíamos los cubanos del area a las Páginas Amarillas del directorio de la compañía de teléfonos) hasta el día de su retiro. Y con todo y eso nunca estuve muy conforme porque  siempre consideré que el brillante Mario Byrne todavía merecía algo mejor. Pero no me hagan caso porque hasta de Presidente de una Cuba libre me hubiera parecido muy poco para el inolvidable Mario