Mariela Castro descaradamente expresa que las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) fueron como una escuela al campo y que los 'campos de trabajo' para homosexuales en Cuba son un asunto 'muy sobredimensionado'
Documental filmado en 1983 donde se pone al descubierto la represion castrista hacia los homosexuales y disidentes.Despues de 30 anos muchos de estos protagonistas y testigos han muerto pero su voz queda como eterno testimonio de una epoca de barbarie y de psicosis politica
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Castrar para purificar
Carolina de la Torre ha escrito un libro necesario y valiente en el que, aparte de narrar una historia de familia, recupera una página ignominiosa de la historia reciente de Cuba
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Por Carlos Espinosa Domínguez
Debo confesar que cuando leí las primeras referencias sobre Benjamín. Cuando morir es más sensato que esperar (Editorial Verbum, Madrid, 2018, 334 páginas), me sorprendió mucho que su autora, Carolina de la Torre (Matanzas, 1937), hubiese aguardado tanto para redactar ese libro. Pero una vez concluida su lectura, he quedado convencido de que su decisión fue madura e inteligente. La distancia que lo separa del doloroso hecho que documenta y recrea le permitieron abordarlo con ecuanimidad y rigor. Y también dedicar el tiempo necesario para recopilar y procesar el abundante material con que lo ha compuesto.
El suceso que sirve de núcleo al libro fue el suicidio de su hermano Benjamín a los veinticuatro años. Esa pérdida de uno de los miembros significó un golpe traumático para la familia, que tuvo que sobrevivir con la carga de aflicción y culpa. Su autora, quien es una distinguida y respetada figura en el campo de la psicología y cuyo trabajo ha sido laureado en varias ocasiones en Cuba, expresa que en Benjamín quiso registrar, “después de muchos años, el daño que puede producirse cuando la furia y los prejuicios toman el lugar que debe ocupar el amor por los semejantes y por nuestra diversa humanidad”. Y agrega que “si de algo vale para otros (ya a mí me valió) es para que ninguna persona, atrapada e n los problemas y contrariedades de la vida, se vuelva inútil, ciega o egoísta ante el sufrimiento de los demás”.
Para redactar su libro, partió, en primer lugar, de sus propias vivencias y del testimonio que recogió de sus hermanos. También incorporó documentos escritos por su madre y por los amigos de su hermano. En el caso de estos últimos, se dedicó a localizarlos por distintas vías, pues muchos pasaron a residir después en el extranjero. Asimismo, recopiló cartas y poemas pertenecientes a Benjamín, que forman parte del bloque final titulado “Memorias, testimonios y recuerdos”.
Comenta la autora que comenzó a investigar “en serio y con una especie de proyecto en 2010, buscando amigos, yendo a bibliotecas, escribiendo a conocidos, hasta llegar a saber mucho de lo que ignoraba de la vida de mi hermano Benjamín, aunque esta obra, como cualquier relato basado en una historia real, no es una reconstrucción perfecta ni siquiera de mi historia familiar. Los olvidos y los falsos recuerdos son casi imposibles de evitar”. Sus padres y hermanos aparecen con sus nombres auténticos y conservan sus identidades. Los demás caracteres, aunque se inspiran en personas reales, han sido recreados por la ficción. Para reconstruir esta historia familiar, Carolina de la Torre decidió no emplear la primera persona y optó por un narrador omnisciente.
Los acontecimientos que tuvieron lugar los primeros días de enero de 1959 hicieron que Blanca y Alfredo, los padres de Benjamín y Carolina, empezaran a reconsiderar sus planes de instalarse en Colombia, el país natal de la madre. El triunfo de la revolución era una motivación poderosa para que optaran por quedarse en la Isla. La familia había logrado una buena posición económica, pero se sintió identificada con las leyes de beneficio social encaminadas a alcanzar la igualdad y la justicia con las que el matrimonio tanto había soñado. “Ahora, que por primera vez puedo vislumbrar una nueva vida y una esperanza, no vamos a irnos”, le argumentó Blanca a su esposo.
Este era profesor de Ciencias en una exclusiva academia norteamericana y antes había ganado una beca Guggenheim para trabajar en la Smithsonian Institution. Desde el inicio del triunfo revolucionario, se hizo miliciano y culminó la caminata de los 62 kilómetros. Asimismo, poseía una colección que perteneció a su tío, el eminente antropólogo y naturalista Carlos de la Torre, y la donó al Museo Nacional de Ciencias Naturales de la recién creada Academia de Ciencias. Pero debido a su carácter introvertido y benigno, no aguantó las presiones del extremismo que ya empezaba a imperar y abandonó la universidad. Se dedicó entonces a laborar en varios centros científicos, tras rechazar las buenas ofertas de trabajo de instituciones norteamericanas con las cuales había tenido vínculos.
Los tres hermanos, Carolina, Benjamín y Salvador, iban con sus padres a los desfiles y concentraciones. Disfrutaban y comentaban entre ellos los logros y nuevas leyes que se promulgaban y participaban de cuanta iniciativa era convocada. Los tres jóvenes además se sumaron de manera activa y entusiasta al proceso revolucionario. Salvador tomó parte en la defensa combativa de la patria. Se alistó en las milicias y cumplió duros entrenamientos. Se formó luego como artillero antiaéreo y estuvo movilizado durante la invasión de Playa Girón y la crisis de los misiles de 1962. Después fue nombrado jefe de una base aérea en Santa Clara. Irónicamente, a comienzos de los 70, después de cinco años en su voluntario y durísimo servicio militar, fue llevado a los tribunales al aplicársele la Ley contra la Vagancia, “mientras trataba, a puro pulmón, de hacerse ingeniero”.
Carolina y Benjamín, por su parte, se sumaron a la campana de alfabetización. Para el joven, resultó ser la oportunidad de redención personal que le permitiría sentirse a la altura de los tiempos y de sus hermanos, “que se pasaban la vida alardeando de su incorporación practica al proceso revolucionario”. Aunque su mayor deseo era adelantar el bachillerato y estudiar arte, no dudó ni por un instante en su decisión de irse a alfabetizar. Lo asignaron en el hogar de una familia campesina en Buey Arriba, en la región oriental. Y pese a las dificultades y los problemas de salud (padecía de asma y en una ocasión se puso tan mal, que lo enviaron por dos semanas a su casa), aguantó con firmeza: “¡No me voy a rajar! No solo porque quiero cumplir hasta el final, sino porque me gusta lo que hago, a pesar de los trabajos que paso. Siento que es útil; lo más útil que he hecho en toda mi vida”. Al igual que su hermana, estaba convencido de que “nunca jamás otro llamado de la Revolución podría ser más significativo, ni podría, en tan corto tiempo, producir en ellos una transformación tan radical”.
Tras finalizar la campaña de alfabetización, Carolina y Benjamín fueron recuperando las rutinas de la existencia que antes llevaban. Regresaron a sus clases con buena parte de los conocimientos olvidados, pero enriquecidos espiritualmente con la experiencia acumulada. Ella continuó en la secundaria, mientras que su hermano tomó los cursos que le restaban para graduarse de bachillerato, de artes plásticas en San Alejandro y de profesor de inglés.
Benjamín era un joven imbuido en la creación y se había rodeado de un grupo de amigos con intereses e inquietudes afines. Juntos asistían al teatro, a conciertos y a otras actividades culturales, y tenían tertulias callejeras en las que compartían charlas y reflexiones. Podían pasar horas hablando de literatura, música, ballet, pintura e incluso filosofía. Todo eso está muy bien resumido y narrado en el capítulo titulado “Benjamín y sus amigos (1962-1963)”, que corresponde además al final de una etapa de la vida del joven.
Admitía su orientación sexual como una enfermedad
A Benjamín la juventud se le venía encima con una idea confusa o culpable de su homosexualidad. No era amanerado, abierto ni osado. Al contrario, la admitía como se puede admitir la epilepsia o el vitíligo, como una enfermedad, lo mismo que hacía la psicopatología de esos años. En sus escritos, se refería a su homosexualidad como la “flor asquerosa de mi juventud”, y hubiese querido reprimirla. No estaba preparado para resolver ese problema, mucho menos para hablar sobre él. Y cuando lo hizo con su psiquiatra, lo animaba el deseo de poderse “curar”.
Y a propósito de los tratamientos que recibió, Benjamín le contó a una amiga que el doctor Eduardo Gutiérrez Agramonte lo sometió a su llamada “Nueva modalidad del tratamiento de la homosexualidad”, que él había puesto en práctica con pleno apoyo oficial. Se trataba, como se explica en el libro, de una torturante terapia aversiva, mediante la cual se esperaba que el paciente acabase venciendo los impulsos homoeróticos debido a que le mostraban imágenes con atractivas figuras masculinas, a la vez que le aplicaban pequeñas descargas eléctricas (en otros países también empleaban vomitivos). La curación de la patología sexual se basaba en la hipótesis de que al quedar asociada la visualización con la reacción negativa producida por la electricidad, se lograría el rechazo de las figuras masculinas. “No puede ser mejor reprimir un impulso con torturas que tratar de sublimar”, le comenta a Benjamín su amiga.
Por esos mismos años circulaban en la Isla creencias no menos descabelladas que la del antes mencionado doctor. En el fragmento de un discurso suyo reproducido en el libro, el Finado expresa esta perla: “Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (Risas), pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto. Siempre observé eso, siempre lo tengo muy presente”. (A quien le interese, aquí puede leer el discurso completo acerca de los “flojos de pierna” y los “árboles torcidos”: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1963/esp/f130363e.html)
(Fidel Castro en uno de sus discursos)
A Benjamín y a un amigo suyo les tocó ser víctimas de una de las “recogidas” hechas entonces (el término se decía en los 60 y siguió diciéndose después, “como si se tratara de basura que se esconde, oculta o almacena para que no desluzca algún lugar”). Se hallaban en la cafetería El Carmelo, a donde fueron tras salir de un concierto en el Teatro Amadeo Roldán. Un comentario gracioso los hizo reír en exceso, lo cual irritó al camarero. Este pasó a insultarlos en voz alta y protestó de estar “harto de tanto pájaro aquí”. Ninguno de ellos creyó que las risas eran la causa de lo sucedido. Era obvio que los estaban cazando. Eso quedó confirmado cuando un hombre vestido de civil se les acercó cuando estaban a punto de salir. Muy educadamente les pidió sus carnets y les dijo que lo acompañasen un momento a la estación de policía. Allí se les hizo una acusación por “escándalo público y sodomía contra la ciudanía”, les levantaron un acta de advertencia y los dejaron encerrados esa noche. Benjamín y su amigo quedaron así fichados para engrosar un proyecto de reeducación a la manera china que ya estaba a punto de ponerse en marcha.
A partir de ese momento, el joven y todos los que integraban el grupo tuvieron bien claro que no se descansaría en perseguir a quienes no diesen la talla en el paradigma de moral comunista que, de acuerdo al régimen castrista, los cubanos debían alcanzar. ¿Qué opción les quedaba? Renunciar a los teatros, los encuentros en los parques, los conciertos, el arte y cualquier otra actividad que pudiera identificarlos como “enfermitos”. Eso llevó a Benjamín a comentar con tanto enfado como amargura: “¡Qué desgracia cumplir veinte años con tanta estupidez! ¡Con tantas cosas que se pudieran crear! ¿Cómo una Revolución que ha sido tan grande puede echarse de enemigos a quienes los pudieran apoyar? En el mundo hay guerras, niños hambrientos, viejos abandonados, enfermedades sin cura, qué sé yo. Pero aquí se desgastan en estos absurdos, y luchan contra cualquier cosa que les parezca una emancipación. Elisheba, ni te creas que el asunto es la patilla o el librito, sino lo que creen un símbolo de rebeldía y de libertad”.
Semanas después, Benjamín y su amigo recibieron un telegrama en el que se les ordenaba presentarse “para unirse a las filas del honroso Servicio Militar Obligatorio”. En realidad, iban a ser enviados a una de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Se trataba de campos de trabajo forzado establecidos en la provincia de Camagüey, y que estuvieron activos entre 1965 y 1968. Los Comités de Defensa de la Revolución eran los encargados de proporcionar el material humano. La denuncia por la cual el joven fue enviado a las UMAP se debió justamente a la presidenta del CDR de su zona. Años después, Blanca le escribió a esa señora una carta en la cual, entre otras cosas, le expresa: “Josefa, ¿qué afán mezquino y vil, qué pobreza de espíritu te llevaron a cometer semejante crimen? (…) Vientre podrido, vientre yermo, donde Dios no se atrevió a sembrar nueva vida. Si hubieras podido, aunque hubieses parido una víbora como tú, quizás no habrías sido tan depravada (…) Yo te maldigo desde mi vientre sagrado y puro. Te maldicen mis hijos Salvador y Carolina a que aún luchan llenos de buena voluntad y desinterés por la Revolución. Te maldice el padre de Benjamín al que has destruido al igual que a mí; te maldice mi ángel, Liz, a quien arrancaste su más puro y gran compañero y hermano. Y te maldice él desde esa tumba fría que tú abriste”.
A nosotros nos jodieron la esperanza
A Benjamín le tocaba ahora emprender el proceso de “reintegración social”, que supuestamente era el objetivo de las UMAP. Sabía que iba a resultar muy difícil reinsertarse en la misma sociedad que lo había segregado. Y, en efecto, lo fue. No pudo reiniciar los estudios de pintura, ni estudiar música, ni volver a la universidad. Eso fue para él lo peor, pues lo que sufrió en las UMAP pertenecía al pasado y había decidido perdonarlo. Lo más terrible era el presente, en el que no veía solución. Como le comentó a una amiga, “a nosotros nos jodieron la esperanza”. Reconoció que no era fuerte y que era incapaz de enfrentar lo que veía venir: “un desprecio que no merezco, vivir una vida sin estudios, sin libertades y sin dignidad”. El 11 de octubre de 1968, su madre lo encontró muerto, tras haberse tomado las decenas de pastillas de Fenobarbital que había ido acumulando en las últimas semanas. Entre las notas que antes de suicidarse redactó, dejó escrito en una dirigida a una amiga: “No ha llegado nuestro tiempo y más sensato que esperar es morir”. Tenía veinticuatro años.
Para la familia, el suicidio de Benjamín significó un golpe terrible. No hablaron mucho sobre ello, ni a la semana, ni al mes de haber acaecido. Al dolor de todos se sumaba un incurable sentimiento de impotencia y de culpa. Probablemente, a quien más afectó fue a Blanca, quien no podía soportar ni comprender la ausencia de su hijo: “Me has dejado absolutamente sola y tú sabes por qué lo digo; nadie me entiende como tú, nadie me mira con tus ojos comprensivos, nadie como tú me prestará los oídos para escuchar música”. Se indignaba además con las palabras con que algunos trataban de consolarla: “Y cuántas veces me ponen de ejemplo a las madres de los héroes, de los mártires de la patria. ¿Cómo se atreven? ¿Soy acaso la madre de Martí o de Frank País? ¿Tuviste acaso el derecho de luchar por tu causa? ¿Pudo alzarse tu voz para defenderla? ¿Se te honra o se te glorifica acaso? ¿En cuántos corazones vivirás eternamente? Y tus sublimes pensamientos, ¿de quiénes serán patrimonio?”.
En el último capítulo, titulado “A modo de epílogo: Carolina soy yo”, la autora del libro deja de ser un personaje y pasa a escribir desde la primera persona. Cuenta allí que la muerte de su hermano la cambió a ella y a los demás miembros de su familia. Confiesa que, en su caso personal, no se volvió de derecha, ni cambió radicalmente su modo de pensar. Pero se volvió más crítica, más sensible a las injusticias e injerencias en la vida privada de las personas y perdió el extremismo y la intolerancia. Eso ocurrió poco a poco, y ya después, cuando maduró y tuvo más experiencia, expresa que “no solo seguí cambiando, sino que mi camino contó con el apoyo de mi voluntad consciente de no parecerme a la persona fanática y obediente que antes de morir mi hermano pude llegar a ser; no quiero ser una más de los que callan y dicen a todo que sí”.
(Carolina de la Torre con su hijo José Manuel Calviño en Miami , hijo del psicólogo Calviño que tenía o tiene un espacio en la televisión cubana)
Su autora no se ha limitado a plasmar sus recuerdos, sino que antes de comenzar a redactar el libro se dedicó a rescatar y leer lo dejado por las personas que para entonces ya habían fallecido. Buscó también a los sobrevivientes y extrajo de ellos toda la información y los testimonios que pudo. Se sentó después a escribir, para tratar de entender las razones que llevaron a su hermano a inmolarse. Era consciente de que el trágico hecho se produjo como consecuencia de circunstancias políticas y sociales muy concreta, y por eso consideró indispensable incorporar alguna información sobre el contexto. Reflejó así el júbilo popular del 1 de enero de 1959, la intensidad con que se vivieron los primeros meses, el comienzo de los ataques y sabotajes, la fallida invasión de Playa Girón, pero también los discursos incendiarios, la puesta en marcha de la campaña contra los elementos considerados antisociales” y degenerados, la satanización de la música extranjera, el absurdo debate que se suscitó en torno al feeling, a partir de una crítica de Gaspar Jorge García Galló.
Todo eso está aparece armado a la manera de un puzle bien planificado, contado con un justo balance entre la emoción y el rigor documental. Benjamín está escrito además con un estilo claro y directo, que elude las digresiones innecesarias. Y también con una solvencia literaria poco usual en alguien que normalmente se mueve en otro campo. Asimismo, el libro posee una buscada eficacia comunicativa que hace que su lectura se siga con mucho interés. Carolina de la Torre ha contado una historia que tenía que ser salvada del olvido. Y lo ha hecho en un libro necesario y valiente.
En las páginas finales, la autora expresa su esperanza en que con su libro, “otros puedan ver sus culpas y hasta pedir perdón con humildad. Tal vez pudiera servir también como reflexión para quienes, en nombre de un supuesto deber, o de un ideal, promovieron, apoyaron, o callaron, ciertos hechos y tendencias que nunca se debieron permitir”. La publicación de Benjamín coincide con el medio siglo transcurrido desde el cierre de las UMAP. Hasta hoy, nadie ha perdido perdón por aquel oprobioso engendro, y lo más probable es que nunca nadie lo hará. Abel Sierra Medero comentó que Mariela Castro ha tratado de minimizar el alcance y dimensión de las UMAP en la historia de la Revolución, y ha asegurado que va a promover una investigación sobre este tema. Ocho o nueve años después, sus palabras no han pasado de la promesa.
Por eso lo que Benjamín escribió en un poema cuando se hallaba en Camagüey, sigue siendo resonando hoy como una acusación: “Yo denuncio a los criminales verdugos/ que dicen salvar a la sociedad/ estrangulando la naturaleza./ Yo denuncio a quienes sistematizan y destruyen el amor,/ yo denuncio a aquellos que ignoran/ la naturaleza trágica del sexo,/ yo denuncio a los estúpidos/ que para purificar castran”.
© cubaencuentro.com
Tomado de http://www.diariodecuba.com
UMAP: Castro se desencadena
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Un discurso de 1966 prueba su responsabilidad por esos campos de concentración
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Por Manuel Zayas
Barcelona
03-02-2012
¿Recuerdan aquellas declaraciones de Fidel Castro al periódico mexicano La Jornada donde decía que él había sido responsable de la persecución homófoba de los años 60 en Cuba? ¿Se acuerdan de que asumió esa responsabilidad precisamente por no prestarle atención a la persecución homófoba, por estar ocupado de cosas más importantes, como los atentados contra su vida y los planes de invasión?
Bien. Pues en uno de esos momentos en que el Máximo Líder no temía mucho por su vida ni esperaba una invasión inminente, se explayó anunciando detenciones por todo el país. Habló hasta de eliminar el pecado y el vicio dentro de la revolución. Y amenazó con la necesidad de ser sanguinarios.
El discurso es del 13 de marzo de 1966 y fue efectuado en la escalinata de la Universidad de La Habana ante un público de seguidores que aplaudía y voceaba frenéticamente.
Los campos de concentración estaban en pleno apogeo entonces: habían sido abiertos el 19 de noviembre de 1965 bajo el nombre de Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
¿De quién había sido la idea de esos campos?
"Fidel les dio el nombre", escribió Gerardo Rodríguez Morejón, periodista oficial y el primer biógrafo del líder cubano, en un artículo publicado el 14 de abril de 1966 en el diario habanero El Mundo: "UMAP: forja de ciudadanos útiles a la sociedad".
¿Cuánta crueldad se administraría en esos campos de concentración cubanos? Bueno, dejemos que sea el propio Fidel Castro quien lo diga. Lo citaré in extenso, porque creo que sus palabras no tienen desperdicio. El enfásis en las frases es mío, y el discurso está (todavía) accesible en el portal gubernamental que contiene sus discursos :
"Lógicamente, si la Revolución, abandonando su carácter paciente, hubiese querido un día arreglar cuentas con unas pocas decenas de sujetos, todos los cuales sabemos en qué esquina se paran, qué hacen, qué hablan, con quiénes se juntan, a qué bar van a tomar —porque son unas pocas decenas—, y los conocemos a ellos y a todos sus amigos, en dondequiera que están; si la Revolución, abandonando sus métodos de paciencia, hubiese querido un día arreglar cuentas con todo ese lumpen si queremos llamarlo ‘lumpen revolucionario...’ ¿y por qué llamarlo ‘lumpen revolucionario’? Porque se hacen pasar por revolucionarios, pero criticando todo el día a la Revolución; se hacen pasar por gentes que no están del lado de allá, sino del lado de acá. Y, claro, del lado de allá posiblemente no iban a vivir mejor de lo que han vivido, como parásitos, sin hacer nada." [El énfasis en esta y otras frases es del autor del artículo.]
(Fidel Castro)
"¿Cuántos son? Pues les puedo asegurar que no pasan de 50, exagerando mucho, exagerando mucho. Esos elementos del amiguismo, de la piña, de las fiestas, de las juergas, del vicio, del parasitismo, que han querido estarle cobrando el precio a la Revolución, en estos siete años, de lo que hicieron. Y mientras muchos murieron, y otros muchos después del triunfo de la Revolución se han acabado la vida trabajando, hay unas pocas decenas de gentes que se han pasado el tiempo cobrándole a la Revolución el precio, de lo poquito que hicieron, en algunos casos más, en algunos casos bastante, y en algunos casos nada —y, por cierto, esos que han hecho un poco más que lo que los demás son muy pocos. Por sus nombres los podríamos enumerar a todos. Pero, ¿para qué? No hace falta."
"En este caso —como decíamos nosotros— lo que hay que liquidar no es el pecador sino el pecado. Y sencillamente a ese elemento parásito de la Revolución, ¡con ese elemento vamos a ajustar cuentas, y estamos ajustando cuentas! (Aplausos.)"
[...]
"Y nuestro problema con estos señores tenemos que resolverlos sencillamente. Son unas pocas decenas. De esas pocas decenas, unos tendrán que ir a la cárcel por delito de tipo común, sencillamente por desfalco, uso indebido de fondos; otros tendrán que ir al Servicio Militar; otros tendrán que ir a la UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción; y otros tendrán que ir a centros de rehabilitación de acuerdo con las disposiciones del Código de Defensa Social. (Aplausos.)"
"Ha sido necesaria esta amarga experiencia, esta dolorosa experiencia."
"Y como yo decía, lo importante no es fusilar a tres o cuatro, y que unas cuantas gentes más siguieran en la 'dulce vita'. Y además, creando las condiciones que viabilizan estos pecados."
[...]
"Y nosotros, partiendo de este amargo ejemplo, sin matar un mosquito, sin que se derrame la sangre de un mosquito, y siempre que se pueda ganar una batalla sin que se derrame la sangre de un mosquito, ganemos la batalla sin derramar la sangre de un mosquito. (Aplausos)" "Y cuando no quede más remedio que derramar la sangre de muchos mosquitos, o muchos gusanos, pues entonces derramemos la sangre de los gusanos. Porque si estamos en defensa de la Revolución dispuestos a que se derrame la sangre de los revolucionarios, no vacilaremos en derramar la sangre de nuestros enemigos cuando las circunstancias lo exijan. (Aplausos.)" "¿Qué ocurre con esa gente que hacen tales cosas? Desalientan al trabajador, desmoralizan al trabajador."
[...]
"No vamos a fusilar a esa gente, no; en otros sitios los han fusilado, pero de verdad que lo que debemos es fusilar el vicio, porque en eso hay muchas responsabilidades. Todos tenemos responsabilidades, ¡todos! Tomar conciencia de esos vicios y erradicarlos es lo que corresponde hacer, y algunos pepillitos de estos mandarlos al Servicio Militar Obligatorio (aplausos), o mandarlos a la agricultura, sean quienes sean y llámense como se llamen. (Aplausos.) ¿Privilegios en el seno de la Revolución? (Exclamaciones de: '¡No!'); ¿derechos feudales en el seno de esta Revolución? (Exclamaciones de: '¡No!'); ¿apellidos en el seno de esta Revolución? (Exclamaciones de: '¡No!') Pues bien, luchemos contra eso y habremos sacado el más saludable fruto de esta experiencia amarga."
"Tenemos a unos cuantos señores arrestados. No les va a pasar nada, nadie se asuste; simplemente estamos investigando algunas irregularidades, algunas inmoralidades, algunas faltas que están sancionadas por el Código Penal. ¿Viciosos en el seno de la Revolución? ¡No! Porque, en todo caso, lo mandamos a un hospital para que lo curen; si está loco, a un manicomio, pero que no estorben. Hay mucho que hacer, hay mucho que trabajar." "¿Guapos por la calle? ¡No! Si son guapos haremos boxeadores con ellos, o algo por el estilo, a ver si, no sé."
"Y les advierto que esta es la atmósfera capitalina, estos vicios son capitalinos. Una ciudad grande tiene las características de una ciudad grande.Estos vicios no son propios de las capitales de provincias, son propios de nuestra capital. ¿Qué lo ha alentado? Cierta impunidad, cierto historial de quienes han sido genuinos representantes de esos vicios." "Y ha llegado la hora —como decía—, sin matar un mosquito, de ponerle fin a todo esto. Y, desde luego, le pondremos fin sin violencia. Habrá que, desde luego, en algunos casos interrogarlos, hacer investigaciones, hacer ciertas inquisiciones, y las estamos haciendo."
Castro contra Castro
Las decenas de arrestos anunciados por Fidel Castro se convirtieron en decenas de miles. Alrededor de 25.000 hombres en edad del servicio militar acabaron en los campos de concentración de las UMAP: hippies, homosexuales y religiosos.
La crueldad admistrada implicaba la tortura física, el trabajo forzado y hasta el fusilamiento. Fidel Castro había pedido sangre de ser necesario. Todas estas medidas él las definió así: "Ha sido necesaria esta amarga experiencia". Él, el Gran Inquisidor.
Pese a sus lapsus mentis reconociendo una responsabilidad indirecta con las UMAP, Fidel Castro nunca ha pedido perdón por sus crímenes. Hasta su sobrina tuvo que salirle al paso y decir que no, que él no era responsable de nada.
"Pedir perdón sería una gran hipocresía. (…) Me alegro que aquí no se pida perdón, sino que se traten de establecer reglas y leyes para que nunca más ocurra", dijo Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX).
Poco tiempo después, Mariela Castro pidió investigar qué sucedió en las UMAP, cerradas en 1968. Pero, ¿se imaginan a un familiar de Adolf Hitler dirigiendo el Tribunal de Nüremberg? ¿A un pariente de Iósif Stalin ordenando investigar los crímenes perpetrados en los gulags soviéticos? ¿A la viuda de Augusto Pinochet condenando los crímenes de su marido? ¿Se imaginan?
Etiquetas: campos de concentración, castrismo, conducta impropia, cuba, depuraciones, escuela al campo, fidel castro, homosexuales, homosexualismo, Mariela Castro, minfar, minint, Raúl Castro, religiosos, UMAP
2 Comments:
WOAAA.....Excelente presentacion de BaracuteyCubano sobre la monstruosa creacion de la
bestia de Biran,.....el UMAP.......miles de Cubanos pasaron por esas ergastulas de horror,
abuso y maldad........alli se enviaron cubanos de todas "margenes"" .....y yo pregunto
si enviaron Cubanos de todas "margenes".....como es que Mariela Castro, lider de una de
esas "margenes" no fue enviada al UMAP ???......Ahhhhhhh....claro....porque era la hija
de Raul Castro, en ese caso el ser lesbiana fue ignorado......cuanto excremento comunista
regado y pudriendo la Patria de Marti.
Hola Estimado Riguero
En aquellos años de la UMAP Mariela era una niña bastante pequeña.
No se si Mariela era o es lesbiana pero lo que le puedo asegurar es que su primera hija la engendró con un terrorista chileno que es buscado por participar en el asesinato de un Senador de Chile que se dice que está refugiado en Cuba y que sus otras dos hijas son con un italiano de ahí que quizás Mariela de no ser hija de Raúl Castro y debido a su comportamiento díscolo cuando era muy joven, hubiera sido advertida por su comportamiento y quizás hasta encarcelada por ¨jinetera¨ con extranjeros...
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