martes, septiembre 22, 2020

Vicente Echerri: El recurso de la intervención (Este trabajo se publica en dos partes. La segunda parte, titulada La obra de la intervención, aparecerá mañana.)

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano 


Si mal  no recuerdo  el intento de  la compra de Cuba  por parte de los EE.UU.  en 1854 era realmente la compra de Cuba por  criollos o cubanos de  El Club de La Habana; lo anterior me parece haberlo leido en el libro Bajo la piél de la manigua  del historiador oficialista cubano  Rolando Rodríguez García, publicado en 1996. Este no fue  el único intento de compra de Cuba a España  por los cubanos utilizando a los EE.UU.  como fachada; recuerdo haber leido que en 1897 se hizo otro intento.

 Nydia Sarabia en su libro Noticias confidenciales sobre Cuba, 1870-1895 publicado en Cuba en 1985 detalla como gracias a Horatio S. Rubens, periodista norteamericano y abogado amigo de José Martí, y a la independencia del Poder Judicial dentro del gobierno norteamericano se logra recuperar buena parte de la expedición de La Fernandina, algo que en la tiranía Castrista siempre se ha tratado de ocultar y que antes del triunfo de la Revolución tampoco fue muy conocido. En la monumental obra en 10 tomos Historia de la Nación Cubana, publicada en 1952, sí aparece algo de esa devolución si mal no recuerdo; dejo eso a los especialistas.

Una digresión: fue Nydia Sarabia la que al encontrarse de casualidad con Dulce María Loynaz y empezar a hablar en una cola de la leche, y conocer que al periodista Pablo Álvarez de Caña, segundo esposo de Dulce María y el amor de su vida, no lo dejaba la dictadura regresar a morir en Cuba, habló con Celia Sánchez Manduley y ´ésta pudo obtener el permiso del régimen por su estrecha relación con el tirano. El otrora famoso periodista de las crónicas sociales de El Diario de La Marina pudo morir en Cuba y al lado de su amada esposa Dulce María que no quiso irse de Cuba con él porque ¨la hija de un general no se va de su país¨.Dulce María Loynaz era hija del Mayor General del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, el autor del Himno Invasor.

Unas breves palabras que aportan gran luz sobre las relaciones entre EEUU y la anterior República de Cuba, que fueron pronunciadas en 1913 por ese arquetipo de integridad que fue Manuel Sanguily, quien fuera Coronel del Ejército Libertador, Senador de la República y Ministro de Estado [Relaciones Exteriores] del gobierno de José Miguel Gómez, en un memorable discurso en uno de los dos  teatros Politeama (ambos  encontraban encima de la Manzana de Gómez) ante el cuerpo diplomático acreditado en Cuba:

Mantendrá el Gobierno las relaciones más cordiales en el orden diplomático y de los negocios, con las naciones amigas entre nosotros dignamente representadas, y sobre todo cultivará los grandes y vitales intereses que en franca y afectuosa correspondencia nos ligan a los Estados Unidos, no ya solo en consideración a las ventajas que deriva de ellos nuestra economía, sino por los incomparables servicios que el pueblo y el Gobierno americano han prestado a la causa de la justicia, de la civilización y de nuestra nacional soberanía.

Y no os sorprenda esta sincera manifestación de quien siempre ha vivido inquieto y receloso en el temor de los grandes y los fuertes. Dos veces -una, por la ceguedad de nuestra vieja y orgullosa Metrópoli; otra por enconos fratricidas-, vinieron aquí los americanos traídos por su fortuna o llamados por nuestras discordias, y siempre se retiraron de nuestro territorio, haciéndonos el doble beneficio de construir dos veces la república, y dejándonos en el corazón atribulado, desengaños y escarmientos; más en ambas ocasiones, motivos superiores de admiración y de gratitud por esa magnánima conducta que jamás en la historia habían observado los pueblos fuertes y triunfantes con los débiles, conturbados y decaídos”.

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Tomado de https://www.cubaencuentro.com/

El recurso de la intervención

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Este trabajo se publica en dos partes. La segunda parte, titulada La obra de la intervención, aparecerá mañana.

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Ejecución de insurrectos cubanos por las tropas españolas, según una ilustración de Liberty The Story of Cuba, de Horatio S. Rubens.

Por Vicente Echerri

Nueva York

21/09/2020 2:17 pm

Desde 1959, cuando la revolución liderada por Fidel Castro empezó a acentuar su tendencia totalitaria, muchos cubanos, de diferentes estratos sociales, creyeron que una intervención militar de Estados Unidos era pertinente para abortar la consolidación de un régimen que se proponía la implantación de una ideología foránea (el marxismo-leninismo) mediante el expediente de una tiranía. Para entonces, la Enmienda Platt (ese salvavidas de que dispuso Cuba en las primeras décadas de su existencia republicana) había sido abrogada desde hacía un cuarto de siglo obedeciendo a un prurito de soberanía. Queríamos —yo, aunque niño entonces, lo quería también— que «los americanos» vinieran una vez más a socorrernos, pero ya antes les habíamos atado legalmente las manos.

A partir de la llegada de John Kennedy al poder en enero de 1961, Washington optó decisivamente por la no intervención, aunque buena parte de los cubanos se negaba a admitirlo. A pesar del popular discurso antiplattista, los nuestros se comportaban como el personaje del cuento que quiere tener el pastel y comérselo a un tiempo. ¡Cómo es que nuestros vecinos del Norte nos dejan a merced de esta pandilla de gánsteres comunistas! Y eso lo decían las mismas voces que no habían dejado de exigir, durante décadas, el derecho de nuestro país a la autodeterminación sin que ningún procónsul yanqui viniera a darle órdenes.  Y los vecinos —que, en verdad, no debían de habernos tomado tan al pie de la letra— optaron por mantenerse distantes y, salvo algunas acciones puntuales en que podía verse afectada su seguridad (como la Crisis de los Misiles), nos dejaron librados a nuestra suerte hasta el día de hoy. Los catastróficos resultados para Cuba de esa política son obvios. El mayor problema de nuestro querido país es que llevamos sesenta años esperando a «los americanos» y estos no acaban de llegar.

Sin embargo, alguna vez, en el verano de 1898, acudieron a librarnos de la opresiva tutela española y a respaldar —con entusiasmo, energía y honrada dedicación— nuestro ingreso en el mundo. La pobre Cuba, asolada por un conflicto atroz, entraba, como menesterosa cenicienta, del brazo de un general norteamericano en el salón de las naciones. Eso nunca debimos olvidarlo y, mucho menos, dejar de agradecerlo. La ingratitud es una de las peores flaquezas del carácter, tanto en los individuos como en los pueblos.

La guerra hispano-americana no se produjo —como algunos insisten en afirmar— como puro acto de rapacidad de Estados Unidos frente al decadente imperio español, sino como la respuesta solidaria del pueblo norteamericano con la lucha y el sufrimiento de los cubanos (aunque filipinos y puertorriqueños terminaran por verse arrastrados en ese conflicto).

Que los norteamericanos intervinieran en la guerra de Cuba a favor de los cubanos fue una idea del liderazgo mambí y del lobby de sus exiliados en Estados Unidos, sin que esto significara que a Máximo Gómez o a Tomás Estrada Palma los motivaran ideas anexionistas. En el momento en que estalla nuestra última guerra de independencia, el anexionismo no interesaba ni a norteamericanos ni a cubanos. Se había contemplado varias veces a lo largo del siglo, sobre todo en la reunión de Ostende (octubre de 1854), en que Estados Unidos estuvo a punto de comprarle Cuba a España por cien millones de dólares (en esto no había nada inmoral, tengamos presente que las colonias, incluidos sus habitantes, se compraban y se vendían como si fuesen mercancías). Para fines de siglo era un proyecto obsoleto.

Los cubanos querían la independencia, pero se sentían impotentes de conseguirla a corto plazo frente a la voluntad represora de España que llegó a emplazar en un territorio relativamente pequeño a un cuarto de millón de soldados. Cuando —debido al cambio de gobierno en Madrid por el asesinato de Cánovas del Castillo— relevan a Weyler, en octubre de 1897, la situación de las tropas mambisas era en extremo precaria. Las posibilidades de llegar a otra Paz del Zanjón eran muy grandes, lo cual hubiera significado para la independencia, en el mejor de los casos, un aplazamiento de varios años.

Convencer al gobierno de Estados Unidos de que debía intervenir decisivamente a favor de la independencia de Cuba fue un empeño meritorio con un ambiciosísimo objetivo sobrado de escollos. En primer lugar, vencer la renuencia de un establishment que no veía ventajas en participar de ese conflicto y que quería mantenerse fiel a sus propias leyes de neutralidad, y luego, comprometer a Estados Unidos a que respetaría la independencia de Cuba y que, después de echar a los españoles, les entregaría el país a los cubanos como un Estado constituido.

Aquí interviene un personaje decisivo e injustamente olvidado, el abogado Horatio Rubens, lobista  y representante de la causa de Cuba ante las primeras instancias del gobierno norteamericano. Hasta llegó a decirse que a Rubens (que había sido amigo de Martí) debíamos agradecerle la independencia de Cuba. En este argumento tal vez haya alguna exageración, pero, al parecer, la mediación de Rubens fue decisiva en conseguir la «declaración conjunta», el pronunciamiento de ambas cámaras del Congreso que decía sin ambages que «Cuba es, y de derecho debe ser, libre e independiente». Esta promesa explícita fijó radicalmente el rumbo de la política cubana de Estados Unidos, sirviendo de freno a cualquier ambición anexionista que hubiera despertado en algunos la fácil conquista del territorio vecino. Los americanos irían a Cuba a hacernos el trabajo «sucio» (en el sentido literal de este término, nuestro país era un enorme muladar), se dedicarían durante poco más de tres años a sanear física y moralmente el país, a crear sus instituciones, a desarrollar su infraestructura y luego nos lo entregarían y se irían. Algo sin precedentes y muy difícil de entender en una nación (EEUU) que estaba aún entonces en una fase expansionista. ¿A qué se debió este insólito gesto de generosidad?

Fundamentalmente, a la simpatía del pueblo norteamericano con la causa de nuestra independencia. ¿Cómo se generó esa simpatía? Gracias a la labor propagandística de tres grandes cadenas de periódicos: El New York World, de Joseph Pulitzer, en memoria de quien todavía otorgan los premios que llevan su nombre; su directa competencia, The New York Journal, de William Randolph Hearst, quien también era dueño de una cadena de medios de difusión, Hearst Communication; y el New York Tribune de Charles A. Dana (aunque éste había muerto un año antes del estallido de la guerra hispano-americana). Estos tres importantes medios de difusión se han tildado, con razón, de amarillistas; pero pusieron el peso de su influencia a favor de la independencia de Cuba y eso los debía hacer acreedores de la gratitud de los cubanos hasta el día de hoy. Y, la pregunta esencial, ¿el porqué de esa simpatía? Se debía a la incansable labor de cabildeo de los exiliados cubanos: una élite política y social de las mejores que haya podio tener país alguno, que se dedicó incansablemente a seducir a estos medios de prensa, a través de los cuales conquistó el corazón de los norteamericanos. La declaración de guerra a España sería una última consecuencia de ese esfuerzo.

La idea de la independencia de Cuba siempre se gestó en Estados Unidos. Las expediciones de Narciso López (que es totalmente falso que fuera anexionista) se gestaron en Nueva York y Nueva Orleáns. La bandera de Cuba (la que llevó López a Cárdenas en 1850 y que es hasta hoy nuestra enseña nacional) fue diseñada en un hogar cubano en Nueva York y ondeó por primera vez en este país (en Nueva York y en Nueva Orleáns) antes que en Cuba. Los exiliados cubanos supieron, con admirable sabiduría política, seducir a los norteamericanos con la idea de su independencia nacional. En esa tarea, José Martí sería un gestor decisivo y, después de su muerte en Dos Ríos, el liderazgo cubano, tanto en los campos de la insurrección como en el exilio, proseguiría en esa campaña de seducción.

Los independentistas cubanos creían, desde la guerra de los Diez Años, que la política norteamericana hacia Cuba era un factor decisivo en su contienda contra España. Estados Unidos, donde había habido exiliados cubanos desde la tercera década del siglo XIX (José M. Heredia, el P. Varela) era visto por nuestros próceres fundadores como un modelo a imitar (mucho más que el resto de América Latina, donde prosperaron tiranías desde el primer día de la independencia). El gran empeño (fallido) de los cubanos en nuestras dos guerras de independencia fue que Estados Unidos reconociera la beligerancia de la República en Armas. Hacia el final del último conflicto (en medio de la campaña devastadora de Valeriano Weyler), el liderazgo cubano empezó contemplar la idea de una intervención de Estados Unidos que pusiera fin al imperio español al tiempo que preservara la independencia por la que luchaban.

En marzo de 1897, desde los campos de Sancti Spíritus, Máximo Gómez le escribe una carta al presidente Grover Cleveland, en la cual, luego de abundar en los desmanes y crímenes del gobierno colonial contra los habitantes de la isla, invoca la Doctrina Monroe para que Estados Unidos le ponga fin de alguna manera a la campaña feroz de Weyler. En primer lugar, le recuerda al presidente la simpatía del pueblo norteamericano, a diferencia de otras naciones del mundo, hacia la causa de nuestra independencia:

«Vea con que egoísta indiferencia o con qué expresiones de abstracto sentimentalismo, el mundo, con la casi única excepción del pueblo norteamericano, mira la guerra que está cubriendo de sangre las hermosas y amables llanuras de la fértil Cuba como si lo que estuviera ocurriendo allí fuese algo ajeno a sus intereses y a los de la civilización moderna; como si no fuera un crimen ignorar de este modo los estrechos lazos que unen a la sociedad»[1]

Más adelante, confiesa su impotencia para salvaguardar las vidas y haciendas de los cubanos, sobre todo de los civiles no combatientes, que quedan a merced de las autoridades españolas:

Tenemos ante nosotros la espléndida iniciativa que Ud. tomó al protestar enérgicamente contra las masacres de europeos y cristianos en China y en Armenia, dando por consiguiente un ejemplo de caritativa energía. Es en este sentido que yo recurro a Ud. ahora, al tiempo que declaro sincera y abiertamente que soy incapaz de prevenir los actos barbáricos que deploro.[2]

Y finalmente, cita y aboga por una intervención más precisa:

El pueblo norteamericano, que con todo derecho marcha a la vanguardia del Hemisferio Occidental, no puede y no debe seguir tolerando el asesinato sistemático y a sangre fría de indefensos americanos, por temor de que la historia pueda acusarlos de complicidad con tales atrocidades. Imite el noble ejemplo que acabo de citarle. Su acción estaría, además, sólidamente fundada en la Doctrina Monroe, ya que esa doctrina no puede referirse meramente a la usurpación de territorio americano, y no puede descansar solamente en la defensa de las potencias constituidas en América contra la ambición europea. No puede proteger el territorio americano y, al mismo tiempo, entregar a sus habitantes desarmados a la crueldad de una potencia europea despótica y feroz. Debe extenderse también a la defensa de los principios que caracterizan la civilización moderna y que completan la vida y la cultura de la sociedad americana. Corone Ud. su honorable historial como estadista con la ejecución de este gran acto de caridad cristiana. Dígale a España que cese la matanza y le ponga fin a la crueldad, y emplee el peso de su autoridad para imponérselo. Miles de corazones agradecidos bendecirán por siempre su memoria, y Dios, el misericordiosísimo, lo contemplará como la obra más meritoria de vuestra noble vida. Su humilde servidor. M. Gómez. [el subrayado es mío].[3]

Los medios de prensa afines a la causa de Cuba fueron decisivos en la captación de la opinión pública norteamericana, llegando al punto de que en los puestos de periódicos de muchas ciudades de Estados Unidos se vendían pequeños objetos de interés (banderas, escudos, monedas, etc.) cuya recaudación se destinaba a la ayuda de los rebeldes cubanos.

Esa intervención se produjo, en principio, con la declaración de guerra de Estados Unidos a España el 21 de abril de 1898. El inicio de las hostilidades en suelo cubano aún demoraría varias semanas. Es curioso que el Ejército español, que tenía cerca de 200.000 efectivos en Cuba, opusiera tan poca resistencia a un cuerpo expedicionario inferior en número y en preparación militar. Los norteamericanos sólo superaban decididamente a los españoles en el mar, como quedó demostrado en las batallas navales de Cavite (1º de mayo) y Santiago de Cuba (3 de julio). No es temerario afirmar que el mando militar español de tierra (con las excepciones que conocemos) debe haber sido víctima de una profunda desmoralización.

Orestes Ferrara, que se encuentra en el campamento de Máximo Gómez en el momento en que éste se entera de que Estados Unidos le ha declarado la guerra a España, cuenta en sus memorias como es recibida la noticia en el estado mayor del hambreado y fatigado ejército mambí:

En tal estado verdaderamente penoso, recibimos la noticia de la intervención americana. No puedo explicar el júbilo intenso, enloquecedor, que se apoderó de los cubanos. Corríamos por el campamento, nos abrazábamos y el grito común era: “Al fin libres”… Nuestra bella bandera flotaba elegante y ligera al soplo de la fresca brisa. Reíamos, llorábamos. Cuba era verdaderamente libre. El viejo Gómez se había alejando de su tienda mezclado en todos y sonreía, sonreía quizás por primera vez después de tres años de constante tragedia. Vitoreado por sus soldados, seguía mirando a aquellos jóvenes ebrios de alegría y, de tiempo en tiempo, miraba a la bandera que estaba, por la fuerza del viento, tan alegre como todos nosotros. En un momento dado gritó: «Eh, cuidado, que no se ha acabado todavía. Hay que pelear aún y hay que seguir muriendo».[4]

[1] Florencio García Cisneros, Máximo Gómez, ¿caudillo o dictador? Miami, Universal, 1986, p. 184.

[2]Ibid., p. 185.

[3]Idem.

[4] Orestes Ferrara, Memorias, una mirada sobre tres siglos, Madrid, Playor, 1975, p. 100.

© cubaencuentro.com

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Breve fragmento de mi ensayo Ecos de Una Extraña Petición, Mención del Concurso Vitral 2000, concurso de la revista del mismo nombre de la Diócesis de Pinar del Río, Cuba; el premio quedó desierto ... por las bases del concurso de haber sido premiado el ensayo, se tenía que publicar en Cuba, algo que a la tiranía no le hubiera gustado nada)

Carlos Manuel de Céspedes  firmó la petición al Presidente Grant  de la anexión a Cuba a la Unión Americana, ya que ese había sido la conclusión de la comisión que se encargó, a pedido de la Asamblea de Guáimaro,  de estudiar el problema de la anexión, pero Carlos Manuel de Céspedes no era un entusiasta de la anexión, como si lo fue, por ejemplos  Ignacio Agramonte y otros miembros e la Asamblea del Centro); Céspedes firmó para cumplir con el resultado de la comisón conformada por la antes mencionada asamblea constituyente de Guáimaro.

La mención al norteamericano Thomas Jordan (quién, por cierto, después de depuesto ¿¿renuncia?? no se manifestó en contra de los independentista ni a favor de los integristas)  y la solicitud de anexión se exponen, por ejemplo, en el siguiente fragmento del mencionado libro de Rolando Rodríguez cuando se aborda la Circular a los mandos, con motivo del nombramiento de Thomas Jordan, como jefe de operaciones de Camagüey; a mediados de 1869:

[Cuento con] que usted con su conocimiento y su voluntad coadyuvará por cuantos medios le sugiera su amor a la patria, a que llevemos a feliz término la consolidación de nuestro gobierno, haciendo conservar el necesario equilibrio de los diferentes poderes que lo constituyen, para que mañana podamos ser dignos de entrar a formar parte de la Gran República Americana que hemos tomado por modelo, y a la cual hemos propuesto ya nuestra anexión...70

La proposición de la que se habla en el fragmento anterior es el acuerdo de la Cámara de Representantes, acuerdo aprobado por unanimidad (y posteriormente firmado por Céspedes), que planteaba:

Hacer presente al Gobierno y al pueblo de los Estados Unidos, que este es realmente, en su entender, el voto unánime de los cubanos y que si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificara, esta se realizaría sin demora.71

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EL ESPECTRO POLÍTICO NORTEAMERICANO CON RESPECTO A LA PROBLEMÁTICA CUBANA

(Breve fragmento de mi ensayo Ecos de Una Extraña Petición, Mención del Concurso Vitral 2000, concurso de la revista del mismo nombre de la Diócesis de Pinar del Río, Cuba; el premio quedó desierto ... por las bases del concurso de haber sido premiado el ensayo, se tenía que publicar en Cuba, algo que a la tiranía no le hubiera gustado nada)



Por Pedro Pablo Arencibia Cardoso

El presidente Grant le prometió inicialmente ayuda a los insurgentes cubanos en una entrevista extraoficial brindada a Morales Lemus, pero en general, fue notoria la posición de Grant en contra de la lucha cubana. Esta actitud fue abiertamente adoptada después de la muerte, 5 de septiembre de 1869, del Secretario de Guerra John A. Rawlins, su amigo y ex compañero de armas. Grant reconoció inicialmente la beligerancia de los cubanos y como consecuencia de ello se habían obtenido ciertas ventajas para la causa cubana en territorio norteamericano; aunque, el historiador Rolando Rodríguez plantea en la obra citada, que el Secretario de Estado Hamilton Fish recibió el reconocimiento pero no le colocó los sellos que lo legalizaban87.

Estas diferentes posiciones adoptadas por personalidades pertenecientes a un gobierno norteamericano, es un ejemplo de la situación general, de que en los diferentes gobiernos norteamericanos han existido personalidades que han adoptado diferentes posiciones con respecto a la causa cubana. No era la misma posición la que ocupaba con respecto a Cuba el Secretario de Guerra Rawlins, de grandes simpatías hacia la causa cubana y llamado "nobilísimo" por el indiscutible historiador antimperialista cubano Emilio Roig de Leuchsenring88, que la posición representada en ese mismo gobierno por el Secretario de Estado Fish.

(John Aaron Rawlins (February 13, 1831 – September 6, 1869) was an United States Army general during the American Civil War, a confidant of Ulysses S. Grant, and later U.S. Secretary of War.)

Poco antes de morir de tuberculosis, el Secretario de Guerra Rawlins le expresó en su lecho de muerte a Creswell, su amigo y compañero de gabinete:

Deseo que le prestéis vuestro apoyo. Cuba debe ser libre. Su tiránico enemigo debe ser aniquilado. Esta República es responsable de ello. Juntos hemos trabajado.89


El historiador Abdala Pupo hace una cita más extensa de las palabras del moribundo Rawlins:

Allí está Cuba, la pobre Cuba que lucha. Quiero que Ud. defienda a los cubanos. Cuba tiene que ser libre. Su tiránico enemigo tiene que ser aplastado. Y no sólo debe ser libre Cuba, sino que deben serlo todas sus islas hermanas. Nuestra República es responsable de su libertad. Yo desapareceré, pero Ud. tiene que tomar a pecho esta cuestión. Por ella hemos trabajado juntos. Ahora le incumbe a Ud. solo velar por Cuba.90

(John Aaron Rawlins cuando era militar)

La imagen de un gobierno norteamericano monolítico y constante en su posición con respecto a Cuba, va en contra del análisis histórico dialéctico de cualquier hecho histórico. Después de comenzada la Guerra de los Diez Años, se presentaron en los Estados Unidos varios proyectos de ley, mociones y resoluciones que reconocían la independencia cubana. El senador Sherman presentó una resolución que autorizaba a Grant a reconocer la independencia, tan pronto considerase que los beligerantes cubanos tenían un gobierno de facto91. Hubo también una proposición que planteaba la anexión.

El presidente Grant con el reconocimiento que inicialmente le dio a la lucha cubana, debido a Rawlins, y su posterior cambio a una posición francamente anticubana, debida a Fish, es una muestra clara de las diferentes posiciones que asumió el gobierno norteamericano en todo el siglo XIX e inicios del XX.
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OTRO FRAGMENTO DE  MI ENSAYO ECOS  DE UNA EXTRAÑA PETICIÓN ES EL SIGUIENTE:

POSICION DEL MANDO MAMBI Y DEL PUEBLO CUBANO ANTE LA INTERVENCION NORTEAMERICANA

Para conocer cual era la disposición del mando cubano con respecto a la intervención norteamericana en la guerra, es importante conocer que después del hundimiento del acorazado Maine ( el 15 de febrero de 1898) y conociendo el fuerte deseo de sectores del gobierno y del pueblo norteamericano de intervenir en la situación cubana, ocurrieron estos dos hechos:

1) Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador, se negó rotundamente, llamándole atrevimiento a la proposición del Gobernador español Ramón Blanco de que se alíe al Ejército español para combatir a Estados Unidos. La carta de Blanco es del 20 de marzo de 1898139 , pero según otros historiadores, ambas cartas son de principios del mes de mayo de ese año. Bernabé Boza en su segundo tomo de Mi diario de la guerra incluye la carta de Gómez, de la cual extraemos el siguiente fragmento:

Usted dice que pertenecemos a la misma raza y me invita a luchar contra un invasor extranjero; pero usted se equivoca otra vez, porque no hay diferencia de sangre ni de razas.Yo sólo creo en una raza: la humanidad, y para mí no hay sino naciones buenas y malas. España habiendo sido hasta aquí mala y cumpliendo en estos momentos los Estados Unidos hacia Cuba un deber de humanidad y civilización. Desde el atezado indio salvaje, hasta el rubio inglés refinado, un hombre para mí es digno de respeto, según su honradez y sentimiento cualquiera que sea el país o raza a que pertenezca o la religión que profese.

(Máximo Gómez Báez)

Así son para mí, las naciones y hasta el presente, sólo he tenido motivos de admiración hacia los Estados Unidos. He escrito al Presidente Mc Kinley y al general Miles dándoles gracias por la intervención americana en Cuba. No veo el peligro de nuestro exterminio por los Estados Unidos a que usted se refiere en su carta. Si así fuese, la historia los juzgará.140

2) Los insurrectos rechazaron la disposición española del 10 de abril de 1898 de suspender las hostilidades en Cuba con objeto de preparar y facilitar la paz .141. 

Posteriormente el Consejo de Gobierno, presidido por Bartolomé Masó, aprobó el 10 de mayo de 1898 supeditar las fuerzas cubanas al mando militar norteamericano142. Esta aprobación fue anterior a que tropas norteamericanas desembarcaran en Cuba; aunque, la guerra entre España y Estados Unidos oficialmente había comenzado el sábado 23 de abril, cuando España le declaró la guerra a Estados Unidos ante la publicación de la Resolución Conjunta, el 19 de abril de 1898, y los preparativos bélicos que se estaban haciendo por la parte norteamericana, pero básicamente, para evitar un golpe de estado militar que derribara a la monarquía y con él salir de la crítica situación militar, política y socioeconómica que presentaba la España de ese fin de siglo. Estados Unidos le declaró oficialmente la guerra a España el lunes 25 de abril.143

Debo añadir que la decisión del Consejo de Gobierno del día 10 de mayo de 1898 fue tomada sobre la base que los insurgentes cubanos debían hacer causa común con Estados Unidos, país valorado como ... nación justa, poderosa y fuerte, dispuesta a coadyuvar con nosotros144.

Para conocer cual era la disposición del pueblo cubano ante la intervención norteamericana en la guerra, me voy a referir a una entrevista realizada el día 16 de diciembre de 1969 por María Poumier al destacado historiador cubano José Luciano Franco, fallecido en Cuba, donde éste planteó:

El ejército americano fue bien recibido, contra todo lo que diga todo el mundo; porque el odio concentrado de Cuba desde años era contra los españoles; se tomó en ese momento por el pueblo la llegada norteamericana como una cosa libertadora. Había, en comparación con España, un idealismo cubano, considerando al norteamericano el mejor del mundo.145


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