viernes, octubre 27, 2023

Algunas versiones de la desaparición de Camilo Cienfuegos: Documental: ¿Asesinaron a Camilo?. Carlos Fariña Vargas: Habla un allegado a Camilo Cienfuegos

 Discurso de Camilo Cienfuegos el  21 de octubre de 1959   en el teatro del Campamento Militar Ignacio Agramonte de la ciudad de Camagüey donde califica de traidor a Huber Matos y alaba a Fidel Castro


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Tomado de https://www.martinoticias.com

Carta de Renuncia de Huber Matos

Camagüey, octubre 19 de 1959

Dr. Fidel Castro Ruz

Primer ministro

La Habana

Compañero Fidel:

En el día de hoy he enviado al jefe del Estado Mayor, por conducto reglamentario, un radiograma interesando mi licenciamiento del Ejército Rebelde. Por estar seguro que este asunto será elevado a ti para su solución y por estimar que es mi deber informarte de las razones que he tenido para solicitar mi baja del ejército, paso a exponerte las siguientes conclusiones:

Primera: no deseo convertirme en obstáculo de la Revolución y creo que teniendo que escoger entre adaptarme o arrinconarme para no hacer daño, lo honrado y lo revolucionario es irse.

Segunda: por un elemental pudor debo renunciar a toda responsabilidad dentro de las filas de la Revolución, después de conocer algunos comentarios tuyos de la conversación que tuviste con los compañeros Agramonte y Fernández Vilá. Coordinadores Provinciales de Camagüey y La Habana, respectivamente: si bien en esta conversación no mencionaste mi nombre, me tuviste presente. Creo igualmente que después de la sustitución de Duque y otros cambios más, todo el que haya tenido la franqueza de hablar contigo del problema comunista debe irse antes de que lo quiten.

Tercera: sólo concibo el triunfo de la Revolución contando con un pueblo unido, dispuesto a soportar los mayores sacrificios... porque vienen mil dificultades económicas y políticas... y ese pueblo unido y combativo no se logra ni se sostiene si no es a base de un programa que satisfaga parejamente sus intereses y sentimientos, y de una dirigencia que capte la problemática cubana en su justa dimensión y no como cuestión de tendencia ni lucha de grupos.

Si se quiere que la Revolución triunfe, dígase adónde vamos y cómo vamos, óiganse menos los chismes y las intrigas, y no se tache de reaccionario ni de conjurado al que con criterio honrado plantee estas cosas.

Por otro lado, recurrir a la insinuación para dejar en entredicho a figuras limpias y desinteresadas que no aparecieron en escena el primero de enero, sino que estuvieron presentes en la hora del sacrificio y están responsabilizados en esta obra por puro idealismo, es además de una deslealtad, una injusticia, y es bueno recordar que los grandes hombres comienzan a declinar cuando dejan de ser justos.

Quiero aclararte que nada de esto lleva el propósito de herirte, ni de herir a otras personas: digo lo que siento y lo que pienso con el derecho que me asiste en mi condición de cubano sacrificado por una Cuba mejor. Porque aunque tú silencies mi nombre cuando hablas de los que han luchado y luchan junto a ti, lo cierto es que he hecho por Cuba todo lo que he podido ahora y siempre.

Yo no organicé la expedición de Cieneguilla, que fue tan útil en la resistencia de la ofensiva de primavera para que tú me lo agradecieras, sino por defender los derechos de mi pueblo, y estoy muy contento de haber cumplido la misión que me encomendaste al frente de una de las columnas del Ejército Rebelde que más combates libró. Como estoy muy contento de haber organizado una provincia tal como me mandaste.

Creo que he trabajado bastante y esto me satisface porque independientemente del respeto conquistado en los que me han visto de cerca, los hombres que saben dedicar su esfuerzo en la consecución del bien colectivo, disfrutan de la fatiga que proporciona el estar consagrado al servicio del interés común. Y esta obra que he enumerado no es mía en particular, sino producto del esfuerzo de unos cuantos que, como yo, han sabido cumplir con su deber.

Pues bien, si después de todo esto se me tiene por un ambicioso o se insinúa que estoy conspirando, hay razones para irse, si no para lamentarse de no haber sido uno de los tantos compañeros que cayeron en el esfuerzo.

También quiero que entiendas que esta determinación, por meditada, es irrevocable, por lo que te pido no como el comandante Huber Matos, sino sencillamente como uno cualquiera de tus compañeros de la Sierra -¿te acuerdas? De los que salían dispuestos a morir cumpliendo tus órdenes--, que accedas a mi solicitud cuanto antes, permitiéndome regresar a mi casa en condición de civil sin que mis hijos tengan que enterarse después, en la calle, que su padre es un desertor o un traidor.

Deseándote todo género de éxitos para ti en tus proyectos y afanes revolucionarios, y para la patria -agonía y deber de todos- queda como siempre tu compañero,

Huber Matos

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Para Martí si en la nueva república no se iba a respetar el carácter entero de cada uno de los hijos de la nación, no valía la pena ir a la supuesta lucha libertaria:

¨... O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre; - o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos. ¡ Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y los derechos de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia !...¨ (Tomo 4, 270)

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CARTA DE JOSÉ MARTÍ A MÁXIMO GÓMEZ

New York, octubre 20, 1884

Sr. Gral. Máximo Gómez

N.Y.

Distinguido General y amigo:

Salí en la mañana del sábado de la casa de Ud. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas, –sino obra de meditación madura: –¡qué pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande!– Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía personal que Ud. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.

Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento: –y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante este espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?– Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria: -y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto; –porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ella exponga la vida. El dar la vida constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente.

Ya lo veo a Ud. afligido, porque entiendo que Ud. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro, es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda consideración de orden secundario la verdad adusta, que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su puesto las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado que no tengan remedio. Domine Ud., Gral,. esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y disgusto con que oí un inoportuno arranque de Ud., y una curiosa conversación que provocó a propósito de él el Gral. Maceo, en la que quiso– ¡locura mayor!–darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Ud., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos. –¡No: no por Dios!: –¿pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse, como se verán Uds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.

A una guerra, emprendida en obediencia a los mandatos del país, en consulta con los representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda lograrse; –a una guerra así, que venía yo creyendo –porque así se la pinté en una carta mía de hace tres años que tuvo de Ud. hermosa respuesta– que era la que Ud. ahora se ofrecía a dirigir; –a una guerra así el alma entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo; –pero a lo que en aquella conversación se me dio a entender, a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja, para atraerse las personas o los elementos que pueden ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas, por más que fuese brillante y grandiosa, y haya de ser coronada con el éxito–, y sea personalmente honrado el que la capitanee; –a una campaña que no dé desde su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras de que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica; –a una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito –y no se me oculta que tendría hoy muchas –no prestaré yo jamás mi apoyo. –Valga mi apoyo lo que valga, y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso oro puro, –yo no se lo prestaré jamás.

¿Cómo, General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el alma? –Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a echar sobre mis hombros.

Y no me tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y merece Ud. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Ud., –y puede no llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor ignominia.– Es verdad, Gral., que desde Honduras me habían dicho que alrededor de Ud. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que Ud. lo sintiese, su corazón sencillo; que se aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus hábitos para apartar a Ud. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran ofreciendo –a un engrandecimiento a que tiene Ud. derechos naturales.– Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para andar husmeando intrigas, ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con éste, seré siempre bastante poderoso.

¿Se ha acercado a Ud. alguien, Gral., con un afecto más caluroso que aquél con que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi? ¿Ha sentido Ud. en muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase yo andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas femeniles de hoy o esperanzas de mañana? Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo, a Ud., lleno de méritos, creo que lo quiero: –a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está Ud. representando, –no-.

Queda estimándole y sirviéndole

JOSÉ MARTÍ

Tomo I, página 178 de las Obras Completas

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Documental: ¿Asesinaron a Camilo?



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DESMITIFICANDO UN MITO

Por Aldo Rosado-Tuero
28 de marzo de 2018

En estos días he observado atónito el resurgir en las redes sociales el mito de que Camilo Cienfuegos “el Comandante bueno, carismático y noble”—así lo calificó alguien en Facebook—era anticomunista y por eso Fidel lo mató o lo mandó a matar. En esa discusión se airearon las más increíbles y disparatadas tesis—sin que nadie aportara una sola prueba, sobre el apoyo de Camilo a Hubert Matos, sobre que Camilo y Raúl eran enemigos desde la Sierra, que si a Camilo lo mató Raúl o el “Comandante Pancho” y hasta—ríanse—que fue Vilma Espín quién le descerrajó un tiro.

Como periodista y como combatiente que he dedicado tres cuartas partes de mi vida a combatir la tiranía castrista y que además conocí a Camilo Cienfuegos, no puedo soportar en silencio tanta cháchara intrascendente que trata de dignificar al más fiel perrito faldero que ha tenido Fidel Castro, a un esbirro que veía por el culo de su amo Fidel y quién servilmente en un juego de béisbol entre revolucionarios se negó a integrar el equipo que enfrentaba al equipo en que jugaba Fidel Castro con la más abyecta y “chicharrona” frase que yo he escuchado jamás: “Contra Fidel, ni en la pelota”.

(Camilo Cienfuegos y Fidel Castro. Fidel fue el pitcher o lanzador y Camilo el cather o receptor del equipo ocasional de béisbol ¨Barbudos¨, Comentario añadido por el bloguista de Baracutey Cubano)

¿Por qué iba Fidel a desaparecer a su más fiel cachanchán?

El mito tiene su génesis en la idea de uno de los “cerebros” de la CIA, que cuando se fue a inaugurar la planta de radio que la agencia le financió a Hubert Matos, se le ocurrió que tal vez se pudieran ganar a algunos militares castristas lanzando el bulo de que Camilo estaba de acuerdo con Hubert Matos y que por eso Fidel lo hizo matar y lo desapareció.

Ese mito, sin ninguna prueba que lo legitime, apoyado por la propaganda de la CIA, ha aumentado entre las nuevas generaciones, a pesar de que los oficiales que acompañaron a Hubert Matos el 21 de octubre de 1959,  han negado rotundamente la versión de que Camilo se entrevistó con Hubert a solas.
 En Nuevo Acción hemos publicado las declaraciones de quién fuera capitán ayudante del regimiento Agramonte y por ende de Hubert Matos, Roberto Cruz Zamora (en EE.UU.=Roberto Cruzamora), que también fueron profusamente difundidas por el Miami Herald y por la radio, en que Roberto narra cómo fue la detención de Hubert por Camilo   y la despótica postura de quien en aquel momento era el Jefe del ejército castrista y el más fiel esbirro del tirano Fidel Castro.

(Hubert Matos al frente e inmediatamente detrás se encuentra el también detenido Roberto Cruz Zamora)

Olvidan los que propagan y defienden el mito la postura de Camilo antes y después del 21 de octubre de 1959. Su actitud despótica de ese día, su discurso en la terraza Norte del Palacio Presidencial solamente unos días después de meter a Hubert y sus oficiales en la cárcel (leer debajo el texto de ese discurso) otras pruebas que mostraré hoy que desmienten la falsa propaganda en favor de Camilo Cienfuegos, uno de los más fieles cancerberos del castrato.

Como una foto vale por mil palabras aquí les mostraré unas cuantas fotos que desconstruyen totalmente el mito del “Camilo bueno”.

La foto que encabeza este artículo fue tomada el 21 de octubre, después que Camilo había detenido y enviado para la prisión de La Cabaña a Hubert Matos y sus oficiales y en ella aparece Camilo junto a Fidel—que había mandado a su perro de presa adelante—y ambos denostaron y llamaron a Hubert TRAIDOR.


La foto de arriba de este párrafo es la copia de una nota manuscrita de Camilo Cienfuegos al periódico Castrista “Debate” dando las gracias al pueblo camagüeyano por “haber ayudado a desbaratar la nueva traición a la patria”

(En el mismo año 1959  la avioneta o helicoptero en que viajaban Raúl Castro y otras personas tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en la Ciénaga de Zapata  y Raúl Castro estuvo perdido unas horas ; se inició la búsqueda y fue precisamente, si mal ni recuerdo pero  esto que escribo fue un reportaje de esa época en la revista Bohemia, Camilo Cienfuegos el que encontró a Raúl Castro. Comentario del Bloguista de Baracutey Cubano)

Y en esta otra foto (arriba) es la que desmiente gráficamente la “histórica enemistad de Raúl y Camilo que viene desde  la Sierra”. En ella están juntos disfrutando de unas vacaciones los dos comandantes más culpables después del tirano mayor por la destrucción de Cuba

Fue precisamente el ya difunto Roberto Cruzamora (ver foto de arriba  en la que aparece Roberto detrás de Hubert cuando iban presos para La Habana, y quién compartió celda con Hubert por  7 años, quién hablando del tema me dijo: “Para probar que Fidel es el diablo que es, no hay que inventarle nada. Basta con los horrores que ha hecho. Inventarle  mentiras, solo debilita nuestros argumentos ante los no cubanos, que al descubrir esas mentiras dudarán de las verdades de los crímenes reales del castrismo”

Texto del último discurso de Camilo Cienfuegos después de tomar prisionero a Hubert Matos y demás oficiales del Regimiento Agramonte, los tilda de traición y respalda la revolución:

““Tan altos y firmes como la Sierra Maestra son hoy la vergüenza, la dignidad y el valor del pueblo de Cuba en esta monstruosa concentración frente a este Palacio, hoy revolucionario, del pueblo de Cuba […] Tan alto como el Pico invencible del Turquino, es hoy y será siempre el apoyo de este pueblo cubano a la Revolución que se hizo para este pueblo cubano […] Se demuestra esta tarde que no importan las traiciones arteras y cobardes que puedan hacer a este pueblo y a esta Revolución, que no importa que vengan aviones mercenarios tripulados por criminales de guerra y amparados por intereses poderosos del gobierno norteamericano, porque aquí hay un pueblo que no se deja confundir por los traidores; aquí hay un pueblo que no le teme a la aviación mercenaria […]

Porque sabemos que este pueblo cubano no se dejará confundir por las campañas hechas por los enemigos de la Revolución, porque el pueblo cubano sabe que por cada traidor que surja habrá mil soldados rebeldes que estén dispuestos a morir defendiendo la libertad y la soberanía que conquistó este pueblo […]  Porque para detener esta Revolución cubanísima tiene que morir un pueblo entero, y si esto llegara a pasar serían una realidad los versos de Bonifacio Byrne: Si desecha en menudos pedazos se llega a ver mi bandera algún día… ¡nuestros muertos alzando los brazos la sabrán defender todavía! […] que no piensen los que envían los aviones, que no piensen los que tripulan los aviones que vamos a postrarnos de rodillas y que vamos a inclinar nuestras frentes. De rodillas nos pondremos una vez, y una vez inclinaremos nuestras frentes, y será el día que lleguemos a la tierra cubana, que guarda veinte mil cubanos para decirles: ¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no cayó en balde!” (Fin de la cita)

¿Son estas las palabras de un tipo que estaba de acuerdo con Huber Matos? ¡Por Dios, tengan un poco más de seriedad!

Los hechos demuestran históricamente que Fidel no tenía por qué desaparecer a su más fiel esbirro que lo seguía como un perrito faldero, mientras disfrutaba de sus vicios más conocidos: “ron, mujeres y pelota”, como le dijera en su cara el 21 de octubre de 1959 uno de los oficiales que eligieron ir a la cárcel con Hubert Matos. La hechos históricos deben de prevalecer sobre la propaganda. Que Fidel—al igual que Raúl—era  capaz de asesinar a sus mejores amigos y colaboradores no cabe la menor duda, pero Camilo no le dio en vida nunca una sola muestra para que dudara de su absoluta y perruna lealtad.
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EL 21 DE OCTUBRE DE 1959 EN CAMAGÜEY

(Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Húber Matos  en la mal llamada Caravana de La Libertad en enero de 1959)

Por Roberto Cruzamora *

El 21 de octubre de 1959 pudo haberse evitado la tragedia que ha agobido al pueblo de Cuba durante más de 47 años. Aquel día, en Camagüey, estaban dadas todas las condiciones para liquidar el balbuciente castrismo. Huber Matos tenía el apoyo decicido de oficiales y tropa del Regimiento Agramonte y demás escuadrones de la provincia, así como de las federaciones obreras, campesinas y estudiantiles a nivel provincial.

La opinión pública de Camagüey ya estaba recelosa de Castro y algo parecido ocurría en el resto de la isla,  incluyendo a altos dirigentes del Movimiento 26 de Julio, el gobierno y jefe militares de otras provincias, con las que conversábamos abiertamente del rechazo al cáncer del comunismo que hacía metástasis más y más en el cuerpo sano de la revoluciónn
nacionalista.

Liquidado Castro, ¿ qué habría pasado? Cierta confusión en los primeros momentos. pero ¿habría podido el a la sazón impopular sustituto Raúl Castro, resistir con éxito la sublevación del Ejército Rebelde y el estado de conciencia nacional contra la instauración del comunismo? ¡No! Muerto y denunciado el plan “melón” de Fidel, habría muerto al nacer ese monstruo híbrido estratégico de los Castro y la revolución habría vuelto  a los cauces que la originaron.

Esa fue una ocasión digna de mejor suerte protagónica. Hubo, sin embargo, ausencia total de liderazgo por parte de Huber Matos, a quién apoyé entonces sin mirar consecuencias y de lo cual aún hoy no me arrepiento, a sabiendas de que Matos fue una bandera que se deshizo entre las manos de los que la sosteníamos, estrujada y raída por el efecto erosivo del tiempo.

(Foto histórica del traslado de los detenidos en Camagüey el 21 de octubre de 1959. En primer plano a la derecha, Hubert Matos, inmediatamente detrás  de él Roberto Cruzamora. Ambos ya fallecidos)

No se puede hablar de la coyuntura histórica que analizamos sin hablar de la conducta de su principal fugura, Matos. Las coyunturas históricas marcan a sus protagonistas. Matos lleva sobre sus hombros y su conciencia la terrible carga de su actitud vacilante e irresoluta. Su carta a Fidel y la declaración grabada en su voz el 21 de octubre en horas de la mañana, leídas ambas retrospectivamente, nos hacen exclamar: ¡Ojalá que nunca las hubiera hecho! Son un largo dedo índice que lo inculpa y explica sicológicamente por qué nos ordenó a los oficiales y a la tropa que nos disparáramos “bajo ningún concepto” para evitar “derramamientos de sangre”. Esa actitud era propia de un Ghandi, no de un comandante militar defenestrado en público por Castro, quién entró en el Regimiento Agramonte rodeado de una turba que movilizó en las calles de Camagüey y con sólo unos pocos escoltas que trajo de La Habana.

El trabajo sucio de perfecto sicario lo realizó Camilo Cienfuegos. Arrestó a un Matos inerme-que intentó ser conciliador- con actitud descompuesta y peyorativa. No tuvo en cuenta siquiera que lo hacía  en la casa y delante de la familia de quien se rendía sin oponer la menor resistencia.

(Huber Matos en un acto  conmemorando el nacimiento de la República de Cuba el 20 de mayo de 1902. Foto de dos o tres años antes de fallecer)

Ahora Matos, dice que Camilo tuvo una conversación privada con él en su dormitorio. Como testigo que permaneció todo el tiempo junto a Matos, puedo jurar que esta conversación no tuvo lugar, pues Camilo nunca estuvo a solas con Matos. Dice Matos que Camilo le envió dos notas a la prisión. Como  único compañero de celda de Matos que nunca se separó de él, puedo jurar que esas notas jamás se recibieron en prisión. Hay que tener en cuenta  que en aquellos años la confianza recíproca entre Matos y y yo era notoria.

La triste realidad es que Camilo-ya en la oficina central de la Jefatura del Regimiento-llegó tan lejos en calificativos de la peor especie contra Huber Matos que no se detuvo en su ensañamiento ni siquiera después  de haberlo quebrado emocionalmente. Como si todo eso no bastara, el ataque de Camilo a Matos desde el balcón del Palacio Presidencial el 26 de octubre de 1959 puede refrescar memorias olvidadizas sobre el mito de Camilo “El Bueno”.

La memoria de José Manuel Hernández, capitán del escuadron de Florida, y el sargento José García, nos exigen moralmente desde sus tumbas que digamos la verdad, por la que ellos se inmolaron de su propia mano el 21 de octubre, en gesto de protesta digna de recordación y encomio.

*  Roberto Cruzamora era el  capitán ayudante del Regimiento Ignacio Agramonte, cuando ocurrieron los hechos narrados el 21 de octubre de 1959. Recibió la condena  más larga después de la impuesta  a Huber Matos por aquellos hechos.

(Publicado en la edición del sábado 21 de octubre del 2006)
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Habla un allegado a Camilo Cienfuegos

(Testimonio de Carlos Fariña Vargas,)

       

 (Osvaldo Sánchez Cabrera, uno de los más importantes operativos de la KGB (o quizás del GRU, Inteligencia Militar  de la Unión Soviética) en Cuba y uno de los jefes del brazo armado del Partido Socialista Popular (nombre que tuvo en una época el partido comunista de Cuba nacido en 1925) al lado de Camilo Cienfuegos Gorriarán, cuyo hermano Osmani Cienfuegos  ya entonces era comunista. Una de las versiones de la desaparición de Camilo Cienfuegos  apuntan a Osvaldo Sánchez como ejecutor del asesinato de Camilo. Osvaldo Sánchez  muere acidentalmente por supuestamente  ¨fuego amigo¨ cuando derribaron el 9 de enero de 1961 su avioneta cerca de Varadero. Nota del bloguista de Baracutey Cubano)

Carlos Fariña Vargas, fotógrafo argentino, trabajaba en el diario La Prensa, de Lima, desde 1957. Un buen día se encontró con Agustín Tamargo, entonces subdirector de la revista cubana Bohemia, quien viajaba por algunos países de América Latina tratando de publicar trabajos que dieran a conocer la rebelión que tenía lugar en Cuba. Fariña supo así de las acciones contra el dictador Batista, del asalto al cuartel Moncada, y del alegato conocido como “La historia me absolverá”.

    Al igual que otros, simpatizó con aquella joven revolución, y llegó a cooperar en algunas actividades que lo conectaron con el exilio cubano en Lima. Aquí conoció a Hilda Gadea, entonces esposa de Ernesto Guevara, y le tomó fotos a la hija de ambos. Una de esas fotos se la obsequiaría después al Ché.

    A los pocos días de su llegada a La Habana en el año 1959, el jefe de la Revolución envió aviones de las fuerzas armadas a casi todos los países latinoamericanos para repatriar a los exiliados. Algunos presidentes de otros países también prestaron aviones con ese fin, como fue el caso de Honduras, de donde regresaron unos 200 cubanos. Perú fue el último país adonde se envió por exiliados cubanos, debido a presiones del Ché, quien vivía en Cuba con Aleida March y no deseaba un reencuentro con Hilda. Pero antes de terminarse enero llegó el vuelo desde Lima con los exiliados cubanos, y con dos latinoamericanos simpatizantes de la nueva revolución: Carlos Fariña y el periodista chileno Orlando Contreras.

    La acogida en el aeropuerto de la fuerza aérea, en Marianao, al fondo del campamento de Columbia, fue muy efusiva y emocionante. Uno de los repatriados del mismo vuelo, con la espontaneidad característica de los cubanos, se llevó a los dos extranjeros a comer a su casa; allí durmieron y, al día siguiente, Carlos y Orlando se fueron caminando hasta el hotel Hilton, en el Vedado: un foco de ebullición desde donde el Comandante por esos días dirigía el país. Al llegar al hotel fueron directo al baño, para encontrarse nada menos que con Tamargo, que entonces dirigía el noticiero del canal 11. En esa primera visita al todavía hotel Habana Hilton, Orlando y Carlos quedaron muy impresionados al ver que en fecha tan temprana ya se transmitía televisión a colores en Cuba .

    Se dirigieron los tres a buscar un hotel en la calle Prado, donde Agustín los presentó con Riera, un dirigente de la Asociación de Cafetaleros. Fue este señor quien, al saber que eran periodistas, decidió llevarlos con Camilo Cienfuegos, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde. Así que a las pocas horas de estar en Cuba conocieron al legendario guerrillero y le ofrecieron sus servicios. Cuando le presentaron al fotógrafo, Camilo soltó enseguida una de las suyas: ¡Coño, otro argentino más! ¡Si ya tenemos bastante con el Ché Güevara! (así decía, pronunciando la u). Y después de pocas palabras más, les dijo algo que nunca supieron si fue orden o ruego: ¡Encárguense del Negociado de Prensa y Radio!

    Para ocupar esa responsabilidad se requería que fueran oficiales del ejército rebelde, y Camilo los propuso a ambos como Segundos Tenientes ante el presidente Urrutia, quien estaba encargado entonces de tales nombramientos; por supuesto Urrutia los nombró de inmediato. Orlando Contreras se iría después para la Voz del INRA, una estación de radio dedicada a informar sobre los logros de la Reforma Agraria, y con el tiempo llegó a ser un periodista muy conocido en la Isla.

    Por su parte, Fariña en lo adelante estuvo siempre al lado de Camilo; andaba con él todo el día y todos los días, para arriba y para abajo, inspeccionando regimientos o simples puestos de soldados, en misiones y en transgresiones, y pudo conocer muy bien y admirar profundamente al hombre cuya valentía sólo era comparable a su simpatía. Casi se convirtió en su guardaespaldas.

    Realizaron juntos un sinfín de correrías y trabajos por toda la isla. ¡Deja la cámara y agarra el fusil! —solía decirle Camilo. En broma, porque él también valoraba el trabajo del fotógrafo. Una vez, en Las Villas, llegaron a un puesto militar y Camilo, siguiendo lo que ya era su costumbre, entró por el fondo saltando la cerca de alambre de púas. A Carlos no le quedó otro remedio que seguirlo, aunque eso podía significar que las postas les dispararan. El único soldado presente, de guardia en la entrada principal, los reconoció enseguida. El jefe del puesto no estaba cumpliendo sus funciones, se había ido nada menos que para la playa. Camilo pidió el libro de partes, y escribió que aquel soldado que estaba cumpliendo su deber era ascendido a Teniente y por lo tanto quedaba al mando de la unidad, mientras que el Jefe de la Unidad era degradado. El teniente así castigado había peleado en la Sierra, y después, en La Habana, el Comandante le buscó un trabajo bien remunerado fuera del ejército. Camilo tenía unos principios de justicia firmes y transparentes —me decía Carlos, pensativo.

    Fariña conoció a muchos de los hombres más allegados a Camilo. Por ejemplo, al jefe de su escolta, llamado Manolo. Había peleado al mando del héroe, y al parecer era tan arrojado como su jefe. Cuentan que en medio del fragor de la batalla solía pararse y gritarles a los soldados de Batista: ¡Casquitos, me van a coger la cabeza de la pinga!, llevándose la mano al sitio correspondiente. Tanto repitió eso, que le decían “Manolo Cabeza de Pinga”. Supo también Fariña que gran parte de la columna de Camilo fue enviada por Fidel en junio de 1959 a invadir Santo Domingo e iniciar la lucha guerrillera contra Trujillo (con la oposición, entonces todavía posible, de varios de los principales jefes revolucionarios). Buena parte de la columna desapareció, unos hombres muertos en combate y otros asesinados después de caer prisioneros.

    Un día se encontraban en Bayamo, en una cantina, y Camilo le preguntó: Oye, Ché, ¿tú eres comunista? Carlos le respondió que no, y Camilo prosiguió: ¡Yo tampoco, y si esto se jode, agarro mis escopeteros y cojo p´al monte otra vez! No viviría lo suficiente para hacerlo. Ese día estaban en un grupo, y además es de suponer que frases como esa las dijo también Camilo en otros lugares, con otra gente. No estaba en su naturaleza ocultarse para hablar nada, menos ocupando la posición que tenía. Un artículo suyo que había salido en Bohemia era muy claro en cuanto a sus opiniones, radicalmente contrarias al comunismo y a lo que llamaba el imperialismo soviético.

    En una oportunidad, avanzado ya el año 59, se encontraban en Varadero y recibieron la orden de presentarse en Santa Clara para participar en un acto en el Parque Central de esa ciudad. Camilo era de Yagüajay, un pueblo de esa provincia, donde además había alcanzado una de sus victorias más resonantes con el Ejército Rebelde; si era querido y admirado en toda Cuba, más lo era todavía en Santa Clara. Aunque salieron rápidamente, en un DC3 pilotado por quien entonces era conocido como El Casquito Lozano (ex piloto de Cubana de Aviación que en esos días manejaba el helicóptero de Camilo y después sería director de Aeronáutica Civil), llegaron tarde, porque se habían demorado en localizarlos. Eso no hubiese tenido mayor importancia, pero resulta que llegaron al acto en pleno discurso de Fidel, y cuando el pueblo reconoció a Camilo se volvió hacia él y corrió hacia el grupo que llegaba para vitorearlo, mientras Fidel seguía hablando para gente de espaldas que sólo se fue volteando a medida que Camilo se acercaba a la tribuna . El Gran Líder disimuló de momento el enojo. Pero después, reunidos en una casa de la ciudad (también estaba el Ché, que había hablado antes que Fidel), Camilo tuvo que aguantarle no sólo una fuerte reprimenda, sino toda una perorata sobre la importancia de que en una Revolución hubiera un solo líder para mantener la unidad de todo el pueblo, y el gran cuidado que debería tenerse en esos asuntos. Eso, a pesar de que era obvio que no había sido intención de Camilo quitarle público. Aquella situación, con Camilo, guarda cierta similitud con otra de muchos años después: cuando Gorbachov viajó a Cuba, El General Arnaldo Ochoa habló con él en ruso, frente a Fidel, que por unos momentos dejó igualmente de ser el centro de la atención. Fue un lapso breve, pero ese es el tipo de cosas que ciertas personalidades no perdonan.

    Doce días antes de la desaparición de Camilo, Fidel suprimió el Ministerio de Defensa y creó el de las Fuerzas Armadas. El resultado de esta decisión fue que tanto el Ejército Rebelde, como la Marina de Guerra y la Aviación, quedaron supeditados al nuevo ministerio, y por lo tanto Camilo se convirtió en subalterno de Raúl Castro. Ni corto ni perezoso, Raúl comenzó a “depurar” el ejército y ordenó dar de baja a centenares de guerrilleros, entre ellos buena parte de lo que quedaba de los soldados que habían combatido con Camilo, y a todos los miembros de su escolta, a los que mandó de regreso a sus lugares de procedencia.

    Camilo en esos días se movía prácticamente sin protección, aunque, confiado como era, el asunto no le preocupaba. Por eso, cuando partió de Camagüey por última vez, Manolo no iba con él. Los comunistas seguían tomando con rapidez todas las posiciones clave en el país, hasta que Huber Matos protestó por ello y le escribió la conocida carta a Fidel. Camilo estaba ajeno a estos acontecimientos; acompañado por Carlos Fariña, había estado quince días recorriendo la provincia de Oriente. Regresaron a la capital para el fin de semana.

    Carlos se encontraba hablando con Lozano cuando el comandante le dijo que se fuera a descansar, que se verían el lunes. Pero por algún presentimiento el fotógrafo fue al Estado Mayor al día siguiente. Como tenía los uniformes sucios, iba vestido de civil, y en un transporte militar, cosa prohibida desde hacía poco por una orden de Fidel. No obstante, no sólo lo dejaron pasar, sino que le pidieron darse prisa: tenía una citación de Camilo para presentarse lo antes posible en el Regimiento Agramonte (el que estaba bajo el mando de Huber Matos en Camagüey), y un recado de que el Capitán Teruel, ayudante de Raúl Castro, lo estaba buscando. Encontró a Teruel y se dirigieron al aeropuerto militar, al fondo de Columbia, donde había varios aviones preparados en disposición combativa. En uno de ellos partieron para el regimiento camagüeyano.     Carlos fue de inmediato a la oficina de Huber Matos, y allí estaba Camilo, sin camisa, sentado sobre el escritorio en forma de media luna de Huber Matos. A su lado había un arma queCamilo le había regalado a Huber, y que mucha gente conocía: un calibre 38 pequeño. En la cacha externa tenía grabada una bandera cubana, y en la interna una palabra que Camilo solía usar en broma con algunos de sus allegados: “Comevaca”. Era un regalo afectuoso, que aludía a la época guerrillera. Huber había agregado a su cartuchera un aditamento y usaba esta pistolita encima de la suya.

    Carlos le preguntó a Camilo qué sucedía. Eso bastó para que el comandante, siempre alegre y sonriente, manifestando una cólera inexplicable, le gritara: ¡Quién eres tú para preguntarme! Carlos lo miró serio y extrañado sin decir nada. Ante el silencio respetuoso de su ayudante, Camilo se calmó y le dijo que fuera a comer algo. Al lado de la oficina de Matos había un pequeño cuarto con un catre donde echarse a dormir un poco, cuando el natural exceso de trabajo y preocupaciones de un oficial de su rango en esos tiempos lo mantenía demasiadas horas en su oficina. Fariña iba retirándose, pero pudo escuchar cómo Camilo, asomado a la puerta de ese cuarto, decía: No te preocupes, Huber, yo voy a ser testigo de descargo a tu favor.

    Muchos piensan que si Fidel hubiera ido en persona a aprehenderlo, Huber Matos se hubiese defendido. Era un verdadero ídolo en su regimiento y todos sus soldados lo habrían apoyado. Pero el Máximo Líder envió a uno de los dos comandantes más prestigiosos (el otro era
el Ché), que era jefe de Huber por ser Jefe del Estado Mayor, y además su amigo. Ambos confiaban, confiaron, en la justicia revolucionaria que no era otra cosa que el arbitrio de Fidel: Camilo accedió a cumplir la orden de aprehensión y Huber a dejar que lo tomaran preso.

    Al fin Fariña supo por qué Camilo lo había mandado llamar: le solicitó que fuera a todas las emisoras provinciales de radio y grabara los programas transmitidos en los últimos diez días que habían contado con la participación de Matos. Era una orden de Fidel, quien pretendía rebuscar en las palabras del acusado cualquier cosa que le sirviera como prueba de la “traición” por la que ya había decidido condenarlo. Después de darle esta orden a Fariña, Camilo regresó a La Habana. Ramiro Valdés partía con el Comandante Matos y más de 40 de sus oficiales, en calidad de presos, al campamento de Columbia.

    Pero ocurrió un problema técnico: todavía las emisoras camagüeyanas transmitían en 50 ciclos y todos los aparatos con que contaba Fariña funcionaban en 60; de modo que no se podía grabar; tuvo que regresar a La Habana a buscar grabadoras apropiadas, en un automóvil de los que tenían decomisados en el regimiento de Huber.

    Obtenidos los equipos, Carlos se reportó en el Estado Mayor antes de volver a Camagüey, y se encontró con que Camilo se dirigía de nuevo a esa ciudad. El comandante le pidió que fuese en el avión con él, pero Carlos le explicó que tenía que devolver el automóvil, pues había dejado su firma por él en Camagüey, de modo que viajaron separados. Ese detalle quizás le salvó la vida al fotógrafo, pues de haber viajado con Camilo en el avión, probablemente hubieran regresado también juntos, en el vuelo del desenlace trágico.

    Jorge Enrique Mendoza, con algunos ayudantes, fue el encargado por Fidel de fabricar la supuesta conspiración de Huber. Camilo fue a Camagüey con la intención de interrogar a los hombres de Mendoza, de lo cual Raúl Castro tuvo conocimiento. ¿Qué información llevaba Camilo Cienfuegos para La Habana como resultado de su investigación? Nunca se sabrá; lo que sí se sabe bien es que Camilo no creía en la supuesta conspiración de Huber.

    En el último viaje Habana-Camagüey Camilo iba a volar con uno de sus ayudantes, el capitán Lázaro Soltura, pero Raúl Castro dispuso que Camilo viajara con Senén Casas Regueiro, que seguiría hasta Santiago después. ¿Por qué impidió Raúl que viajara el ayudante de Camilo, si sobraban plazas en el avión? Es uno de los detalles que se han convertido en incógnita. El avión en que regresaba Camilo para La Habana era un Cessna 310, bimotor. Salió con un soldado de escolta y el piloto, llamado Luciano Fariñas (el mismo apellido de Carlos pero con ese al final).

    Hay distintas versiones sobre el aparato de radio del avión; algunos afirman que no tenía o estaba defectuoso, y otros que funcionaba bien. El hecho es que, como dice Carlos, Camilo se montaba en cualquier cosa. El piloto Fariñas, entonces teniente, tenía alguna experiencia; en una ocasión Carlos y Camilo cayeron con él en las inmediaciones de Cayo Largo, accidente sin consecuencias debido a fallas del avión, en que Fariñas demostró habilidad y sangre fría. El vuelo, aquel 28 de Octubre, iba a durar unas dos horas. Nunca más fue visto el héroe popular, el Señor de la Vanguardia, el comandante rebelde más querido y más representativo de la idiosincrasia del cubano.

    A los 20 minutos de salir el avioncito de Camilo, despegó del mismo aeropuerto un Sea Fure, avión de fabricación inglesa que era el caza de hélice más rápido en la época. Salió con las armas descubiertas, y al regresar, se vio que el piloto había disparado los cañones y las ametralladoras; informó que lo había hecho para probar las armas. La posibilidad, el sentimiento de que le hubiera disparado a Camilo era tan fuerte, que Manolo “Cabeza de Pinga” lo obligó a ir con él en una lancha hasta donde decía haber disparado, y le exigía, encabronado y encañonándolo, que encontrara los cartuchos vacíos, cosa desde luego imposible en el mar. Al regreso Manolo estuvo a punto de matarlo, y al parecer lo hubiera hecho si no le quitan al piloto de enfrente y lo apaciguan. El nombre de este piloto no se recuerda, pero se comentó entonces que Raúl Castro le había dado de alta en la fuerza aérea. Nunca se tuvo otra noticia de él. Fidel mencionó en su explicación posterior lo del despegue del Sea fure, sin decir el nombre del piloto y sin que nunca se le llamara a hacer declaración alguna. Es más, el capitán Fortuño, miembro de la Fuerza Aérea de Camagüey, dijo a la prensa el 31 de octubre que había notado en el avión de Camilo que “un motor estaba fallando”. Fortuño tampoco fue llamado a declarar. En realidad no podía ser llamado a declarar, porque no se realizó investigación alguna sobre el supuesto accidente.

    El gobierno, por su parte, demoró solamente treinta horas en dar por perdido al comandante. El parte oficial fue publicado en Revolución la mañana del 30 de octubre, a 36 horas del despegue del Cessna.

    Después de la desaparición del héroe, el jefe de la torre de control de Camagüey fue encontrado muerto de un disparo en la sien. La sangre y la masa encefálica mezcladas en un amasijo pegajoso le dejaron la cabeza pegada a la pared. Quedó de pie, extrañamente recostado al muro; Carlos estaba presente cuando algunos compañeros lo despegaron de la pared y lo acostaron. Oficialmente, el controlador fue declarado suicida.

    Fariña participó en la búsqueda de su jefe y amigo, volando 10 horas diarias durante 6 días, hasta que se perdió toda esperanza de encontrarlo. Un total de 130 aviones, según se informó, se dedicaron a buscar a Camilo. El gobierno de Cuba hasta le pidió ayuda al de los Estados Unidos para localizarlo, pero le marcó unos límites tan al norte, que no había la menor posibilidad de que fuera encontrado por los americanos. Otro detalle interesante que Fariña recuerda es que Fidel compareció por televisión junto al padre de Camilo y le dijo que tenía que resignarse, pero se lo dijo ¡antes de que se diera por concluida la búsqueda!

    Como suele suceder en estos casos, surgieron varias versiones de aparición: en Pinar del Río, en Yagüajay, incluso que andaba con una enfermera. El 4 de Noviembre una noticia aseguraba que había aparecido vivo. Todo el pueblo se entusiasmó; lo ubicaban en una embarcación pequeña llamada “Recuje” u “Ocuje”, que tocaría costa de un momento a otro. Pronto se supo que era falso.

    Almeida ya había sido nombrado sustituto de Camilo como Jefe del Estado Mayor cuando Carlos Fariña regresó de la búsqueda. Entonces se enteró de que estaban desarmando a todos los ayudantes de Camilo. Él llegó con Almeida a entregarle también su arma, pero el nuevo jefe le dijo que la conservara. A los pocos días uno de los militares allegados a Camilo, el comandante Cristino Naranjo, ayudante del héroe hasta su desaparición, fue muerto por el capitán Manuel Beatón en una de las entradas al campamento de Columbia, a la que Naranjo llegaba en automóvil con dos de sus hombres. Según la versión oficial, se le pidió identificación y, al buscarla, la posta creyó que se trataba de un arma y los balearon, matando a los tres. No es algo imposible pero sí difícil de creer, ya que Beatón conocía perfectamente a Naranjo . Otro de los allegados a Camilo fue encontrado muerto en un automóvil, y varios más fueron encarcelados por diversos motivos. Gran parte de los ayudantes del Estado Mayor de Camilo murieron o desaparecieron en poco tiempo. Lo que quedaba de la columna de Camilo fue dispersada, enviados algunos hombres a Isla de Pinos y otros a Pinar del Río, para la base de San Julián. Entre estos estaba un grupo que después fue llamado a participar en la guerrilla del Ché en Bolivia.

    Fariña presenció también la farsa del juicio contra Huber Matos. Fue una excepción, pues sólo permitieron la presencia de altos oficiales. El fiscal fue Papito Serguera, quien tenía sobre su mesa una pila de documentos como de un pie de alto, las supuestas pruebas no se sabe de qué. Fariña me contó que cuando llegó Fidel a la sala del juicio, Huber le gritó un par de verdades, al punto de que los escoltas de Fidel rastrillaron las armas y lo apuntaron. Después no pudo decir nada más. Fidel como siempre habló todo lo que quiso, desviando el problema principal, que era la renuncia de Matos a su cargo porque los comunistas se estaban infiltrando en el ejército, a otros asuntos de poca importancia, además tergiversándolos. Terminó con una frase dirigida a los jueces, parafraseando el final de su defensa cuando el ataque al Moncada. Alguna vez tuve en mis manos un folleto con este discurso, cito de memoria: Si ustedes quieren absolverlo, ¡absolvedlo, no importa, la historia lo condenará!

    Para aquellos jueces, en cuya designación desde luego Fidel mismo había intervenido, era muy difícil llevarle la contraria a un acusador que era también su jefe. El Comandante Huber Matos fue condenado a 20 años de cárcel por haber escrito aquella carta, sin dudas la renuncia más duramente castigada de la historia. Es obvio que los oficiales fueron invitados a presenciar aquellos hechos con una intención disuasiva.

    A Carlos Fariña los sucesos relacionados con la muerte de Camilo, el juicio de Huber Matos, algunos fusilamientos que presenció, muchos otros de los cuales supo, presumiendo que no eran justos, le significaron lo que en Cuba se llama una cura de caballo de ese virus que es la simpatía hacia la revolución cubana. Hizo que un amigo le enviara del extranjero una carta diciéndole que su padre estaba enfermo, y aunque Almeida se negó a autorizarlo a salir del país, después Raúl accedió a ello. Ojos que te vieron ir, nunca más regresó a la Isla; vivió y trabajó hasta su muerte en mi misma ciudad, donde el azar nos hizo encontrarnos y me contó sus experiencias.
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Tomado de http://universoincreible.com/




Las últimas palabras de Camilo Cienfuegos

   
  Por   Reinaldo Lopez
    27 de octubre, 2011

Las últimas palabras de Camilo Cienfuegos, momentos antes de caer asesinado por una ráfaga de ametralladora, no sorprendieron a sus victimarios. “Pancho, tírame a los huevos”, gritó Camilo frente la inminencia de su muerte a manos de sus compañeros.

Además sabemos, según el testimonio del también comandante Jaime Costa, que la muerte sorprendió al aguerrido Camilo en la casa grande de un campo de fumigación, donde a un lado se encontraba estacionada su avioneta, esa que millones de cubanos salieron a buscar desconsolados cuando se les dio la noticia de su desaparición.

Costa nos dice que él mismo fue partícipe de aquel asesinato por no haber hecho nada para impedirlo, además de asegurar que después de aquella metralla aniquiladora también se escucharon, cuatro o cinco disparos de pistola, que suponemos debieron salir de las armas personales de Raúl, Almeida, Aragonés, Pancho (José Angel Sotolongo Pérez) y del propio Fidel Castro, con la marcada intención de comprometerlos a todos con aquél crimen innombrable.

Testigos muy confiables y compañeros de lucha del desaparecido Camilo, aseguran que después de que saliera del regimiento de Camagüey, recibió una llamada por radio de Fidel para que se presentara en la Ciénaga de Zapata de inmediato, pero que de allí jamás regresó.

Tu estás loco Fidel, se le escuchó gritar también al comandante Cienfuegos en medio de la más acalorada discusión. Pero eso no le valió de nada, pues su suerte ya estaba decidida de antemano. Después del asesinato un exaltado Fidel gritó en voz alta para que lo escucharan los de afuera: El pueblo lo condenó.

Encontrar los restos mancillados del comandante Camilo Cienfuegos, o al menos conocer el lugar exacto de su sepultura, si es que esta ocurrió, parecen hoy una tarea tan imposible como necesaria.
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Jaime Costa Chávez

Jaime Costa Chávez (n. Guanajay, Pinar del Río, Cuba, 1933–1 de septiembre de 20151​), militar revolucionario cubano y político opositor a Fidel Castro.

Tras el golpe de Batista en 1952, entra en los movimientos de resistencia contra el dictador, siendo encarcelado; con la amnistía general se exiliará en México.

Excomandante de la revolución, participó como asaltante al cuartel de Moncada, expedicionario del Granma y en la guerrilla de Sierra Maestra, en donde alcanzó el grado de comandante; desertó de las filas del ejército rebelde a principios de la revolución cubana, era muy amigo de Ciro Redondo.

A cinco años del triunfo de la revolución se distanció del proceso, sufriendo prisión. En 1964, en la Causa 412/1964 de la Cabaña, fue condenado a muerte, pero la pena fue conmutada por 30 años de cárcel y trabajos forzados, de los que cumpliría seis. Aquejado de una grave enfermedad, hemiplejia, el gobierno cubano le concede la amnistía, la cual acepta, a instancias de la Cruz Roja Internacional que lo traslada a Estados Unidos2​.
En su principal libro autobiográfico, "El clarín toca al amanecer", hace un resumen de los acontecimientos que lo precedieron como combatiente contra la tirania. Vivió sus últimos años en España con su familia, desde donde promovió un cambio de gobierno en Cuba. Falleció en Miami en 2015.

Referencias
 «El clarín toca al amanecer». Archivado desde el original el 6 de enero de 2011. Consultado el 13 de mayo de 2010.
 «Autobiografía,Ediciones Rondas, S.L.». Archivado desde el original el 8 de octubre de 2010. Consultado el 13 de mayo de 2010

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Tomado del libro  El Clarín toca al amanecer, del Ex Comandante Jaime Costa


“Todos hablaban de la aparición de Camilo, y los centros de información se sentían presionados por la gente, que querían noticias en detalle. Yo seguía sin saber la verdad de aquel raro juego.

Volvimos a entrar en el rústico caserón campesino, y nos acercamos nuevamente a Fidel, que escuchaba a Dorticós:

-¿No ves? te lo dije -le repetía, exhibiendo su triunfal alegría-, no queda más remedio que hacer lo que se hizo con Frank País, ya que cogerá demasiada fuerza y tendrás que responderle de todo esto y finalmente compartir el poder con él… ‘no se puede dar marcha atrás’, para todos Raúl está perdido y nadie pregunta por él, les da lo mismo que aparezca o no, y tal vez prefieren que no lo encuentren. Voy a dar orden de que digan que Raúl apareció y verás que se pierde la noticia sin que a nadie le interese.

-¿Tú crees que será así? -preguntó Fidel, mostrando cara de absoluta ingenuidad y casi me pareció que no había pensado la pregunta, sino que la hizo mecánicamente, sin procesarla, teniendo su cerebro ocupado por otra idea.

Alejándose, Dorticós fue a conversar con el mismo grupo de la ocasión anterior y se mantuvo con ellos no menos de media hora, regresando a donde estaba Fidel, que caminaba lentamente, pero afirmando con fuerza cada pisada, como si los pies estuvieran expresando conclusiones a las que iba arribando su cerebro.

-Nadie le hizo caso a la noticia, -repetía ahora Dorticós, añadiendo:- acuérdate de Frank País.

Fidel se detuivo un ratico en silencio y sin decir algo, como quien de hecho acepta la idea que le han filtrado en su mente, dijo:

-Bueno, vamos.

La expresión de Dorticós parecía triunfal, como que había ganado la partida y se sentía seguro de que ya Fidel estaba en el plan de acción para ejecutar lo que le tenían programado como principal actor, máximo jerarca y figura decisiva. Todos fuimos para los autos, no sé cómo yo me senté en el timón de uno, y a mi lado Almeida, atrás otra persona que no recuerdo y Fidel Castro, quien esta ocasión tampoco hizo la menor referencia personal a mí. Salimos rumbo a la Ciénaga de Zapata, que está en el lado opuesto, al sur de la Isla. Yo no conocía el camino y Almeida me orientaba, constituyendo una caravana de vehículos, que eludíamos toda complicación para llegar al lugar propuesto. Por el radio del auto oímos que un parte de Palacio había desmentido la información previa que afirmaba la aparición de Camilo Cienfuegos, informando además, que ya se había localizado a Raúl Castro. Movimos para otras estaciones y repetían lo mismo, finalmente volvían a sus informaciones rutinarias y apagamos el receptor. Todos estábamos en silencio cuando llegamos al batey de un centro agrícola, con casas dispersas que no parecían ocupadas por gentes del lugar, sino como almacenes de aperos de labranza, maquinarias, abonos, y más allá una casa de vivienda cuyo amplio portal avanzaba un tanto haci ala explanada.

La casa había sido seguramente, la residencia de los señores expropiados y ahora era usada, según me pareció, como lugar de descanso y trabajo discreto. Frente a la misma, la explanada se prolongaba formando una pequeña pista de aterrizaje, en la cual había un avión Cesna, que era el que habitualmente utilizaba Camilo Cienfuegos.

Fidel entró en la casa, sentándose en un sofá y estirándose a lo largo, como si necesitara descanso. Oía todo cuanto se decía y pasaba la vista, sin detenerse en alguien, o se quedaba con la mirada perdida, como si estuviera estudiando los secretos de la pared, simulaba prestar atención a cuanto le decían unos yotros, sin dar respuesta alguna a nadie, más bien como si estuviera catalogando las opiniones que iba escuchando de quienes, por su jerarquía, se sentían autorizados a opinar, o decir algo.

Entró Agustín Martínez, quien dando por situado el tema a que se refería, le dijo:

-¿Qué te parece, igual que Frank País, que era tan líder como tú, porque los del 26 de Julio le obedecían más que a tí y no quedó más remedio que entregarlo? Fue el Partido -añadió vivamente- el primero que se dio cuenta, ya que él tenía muchas simpatías por los americanos y estos lo valoraban mucho, en la medida en que se iba convirtiendo en líder del Ejército Rebelde, pues tú dabas una orden y la gente iba a consultarle para ver si la aprobaba o no, antes de cumplirla, y ahora se repite la historia con éste, que tiene la simpatía de los americanos y del Ejército Rebelde. ¿Tú viste la alegría del pueblo cuando se dijo que había aparecido?

Fidel permanecía en silencio, no denotaba ni aprobación, ni rechazo, sencillamente oía y seguía en abstracción.

Entró Aragonés y también, sin introducción alguna, como apoyándose por lo expuesto por Augusto Martínez, le decía:

-¿Tú pensaste que el pueblo se lanzara a la calle, como lo hizo con la noticia de la aparición de Camilo? ¿No fue igual que cuando dijo que había aparecido Raúl, verdad?

Fidel tampoco articuló palabra alguna. Eran las mismas ideas que se repetían, bajando de categoría los exponenetes y de elegancia en la expresión, pero las mismas ideas machacadas, repetidas, elaboradas por alguien tras bambalinas, que se las iban haciendo entrar en el cerebro poco a poco, a través de tres personas distintas a las cuales había oido las mismas expresiones, o era un teatro por el cual se hacía aparecer que Fidel estaba siendo empujado a una decisión que ya estaba tomada, porque había nacido en él, y los demás eran únicamente supuestos gestores que servían para darle la sensación de voluntad colegiada a lo que era irrefrenable propósito en la mente del máximo dirigente.

Fidel seguía en silencio. Tenía un tabaco apagado en la mano izquierda y permanecía tirado en el sofá, con la espalda apoyada sobre el brazo derecho. Luego de permanecer en la misma posición un largo rato se puso de pie y pidiendo que nadie lo acompañara, que quería estar solo, salió y comenzó a pasearse lentamente frente a la casa…”

…”Yo me acerqué a la ventana, revisando el paisaje que me ofrecían los pequeños grupos que conversaban aquí y allá, y a cierta distancia en la minúscula pista de aterrizaje, el pequeño avión de Camilo cienfuegos. No se me ocurrió entonces pararme y decirle a todos:

-Miren, este es el avión que estamos buscando, este es el avión de Camilo.

Quedé mudo. Nadie se me acercaba, nadie me hablaba. Fidel iba y venía como si contara los pasos. A la izquierda, otras casas rústicas que me lucieron desocupadas. Pensé que la única regularmente habitada era en la que estábamos nosotros.

Llegaron dos máquinas que habían salido un rato antes,  trayendo algunas cosas de comer, que supuse habían adquirido en algún pueblo próximo y penetrando en la casa, fueron a una habitación interior, supuestamente el comedor. Muchos se movieron en igual dirección para participar de los alimentos. Yo me quedé en el mismo lugar, me sentía aislado y confundido y tods, como obedeciendo a una orden que se mantenía en silencio, no pasando de frases a palabras entrecortadas y mínimos comentarios. Sólo los de más rango conversaban en pequeños grupos separados.

Bastante más tarde llegó Raúl Castro con ramiro valdés y alguien más. No hubo saludos, nadie dijo nada. Raúl preguntó por Fidel y, seguido de Ramiro, fue en su busca pues había desaparecido del escenario visible. La presencia e inmediata ausencia de Raúl provocó la atención de todos, el murmullo de cuyos bajos comentarios cobró el tono más alto, pero todo siguió igual, excepto que sólo quedaban al alcance de mi vista los de rango superior y personal auxiliar, todos los “notables” fueron desapareciendo.

Al poco rato, el silencio imperante hasta entonces fue roto abruptamente, comenzando a oirse voces altas, gritos a veces, exclamaciones e imprecaciones, de un tono más alto… oí la voz tiplada de Raúl, como es habitual cuando él quiere imponerse y hacerse oir, puse atención y no oi más a Raúl. El vocerío venía de una de las casas próximas a la residencia en que nosotros estábamos. Hubo unos minutos de silencio, y luego la voz de Fidel, comoexpresando una conclusión que decía: “El pueblo es el que  te condena, nosotros no, y te condena porque quieres ser más que yo, y eso lo destruiría todo y se hundiría la revolución”.

Después, la voz de Camilo que decía:

-¡Qué carajo la revolución!, si tú sabes que esto se ha jodido por la cantidad de parásitos comunistas que tú has traído al gobierno, y que todas las acusaciones no son más que intrigas de los comunistas con los cuales yo he estado en conflicto desde hace tiempo, y no me soportan, porque no pueden manejarme.

Sonaron golpes como si fueran manotazos dados sobre una mesa, y después un golpe seco, como si un cuerpo hubiera sido lanzado contra la pared de madera. Y un balbuceo de Dorticós, que decía:

-Ya ves, ya ves -y se extendía en expresiones que sólo capté a retazos. Otra vez Camilo, que decía:

-Ahí tienes a Dorticós, intrigante número uno, por entregar la revolución a los comunistas, que cuando nosotros luchábamos, era un miserable botellero de Batista, aspirante a aristócrata, que se ha convertido en el abrepuertas del Partido Comunista.”

(Continuará)


…”Ahora Dorticós, irritado, que le decía:

-Te opones a todo, te disgusta todo, te atraviesas en todo. No quieres la nueva estructura del Ministerio del Interior, no quieres que se reorganicen las fuerzas armadas, te opones a todos y no cooperas en ninguno de los nuevos planes, y es más, hay un acto, tú esperas llegar exactamente cuando Fidel está hablando, para que se interrumpa el discurso y Fidel tenga que callarse hasta que la gente termine de aplaudirte, para después continuar. Eso lo has hecho veinte veces en el último tiempo, y tú sabes, y todo el mundo sabe, que el Ejército es un semillero de conspiraciones, y que lo de Hubert no fue por gusto y que tú fallaste y que si te dejamos seguir, lo que estabas haciendo, hubiera sido un desastre.

Camilo, sin darle respuesta a lo dicho por Dorticós, decía:

-¿Tú crees, Fidel, que con tipos como éste, que no es más que un oportunista y un aprovechado, se puede salvar la revolución, cuando se pasa la vida intrigando contra los valores serios del proceso, para alejarlos del poder y forzar la entrada de los comunistas? Ese es un cretino vestido de presidente, que desde que lo trajeron trabaja día y noche para destruír la revolución y ese es tu consejero. ‘No jodas, revolución con el cabezón de presidente’.

Volvía a oírse la voz de Fidel más irritado aún, que atropellando las malas palabras y los insultos, terminaba diciéndole:

-Yo no te hice Jefe del Ejército para que me pagaras de esa manera, lo que eres, es un mal agradecido, un sinvergüenza y un traidor, que siempre estás buscando la forma de atravesarte en mis planes y criticando cuanto yo hago.

La respuesta era firme en la voz de Camilo:

-Carajo, son calumnias que estos intrigantes te han metido en la cabeza, quienes me han hecho tremendo paquete y tú, imbécil, te dejas manejar. Quédate con los comunistas, si crees más en ellos que en mí, quédate con ellos y a tí te traicionarán y te hundirán también. Tú sabes que son unos cobardes y que no pueden ver a ningún revolucionario y que son un factor negativo y extraño que se ha metido dentro de la revolución, incapaces de hacer nada por ellos mismos, sólo saben actuar mediante la traición y nunca de frente. Cobardes, como a mí que me mandaron a buscar, haciéndome creer que eras tú quien me llamaba y por eso vine a este lugar, y entonces el Ché y todos me recibieron y me hicieron entrar aquí engañado, diciéndome que tú estabas aquí esperándome. ¿Por qué no fueron ellos a buscarme para traerme preso? No tienen el valor para eso y sólo se atreven a hacerlo mediante el engaño, Tú sabes bien, Fidel, de lo que son capaces estos descarados, por conseguir sus propósitos.No hubo más diálogo. Apareció Fidel caminando con la cabeza baja y en silencio, tras él, Dorticós, Raúl, Ramiro y otros, se sentaron en el portal de la casa ddonde y como pudieron. Otra vez el silencio dominaba el ambiente, sólo interrumpido por breves comentarios, persona a persona.

De pronto, como por arte de magia, aparecieron unos camareros vestidos de blanco portando bandejas de abundante comida y bebida, que servían sin taza, con diligente eficiencia, como gentes que, sin duda, eran del oficio gastronómico, y que cumplían a la perfección su función, y de pronto, desaparecieron.”…

…”Yo comí poco y me acosté en un sofá que había quedado despejado en el ajetreo de la comida, y pensando que aquella situación permanecería sin definirse por muchas horas, me dejé vencer por el sueño y dormí, sin tener una idea del tiempo que había transcurrido, como fui abruptamente despertado por unas ráfagas de  de ametralladora que sonaban muy cerca. De un salto ya estaba en la ventana, tratando de determinar el lugar de donde había partido el sonido de los tiros. En la puerta estaban Raúl, Abrantes, y Almeida, y allá en la distancia, cerca del avión, Fidel, Dorticós y otros en medio de la oscuridad.

Ahora sacaban de la pequeña casa inmediata a la nuestra en una parihuela el cuerpo de un hombre eivdentemente muerto, cuyos brazos colgaban en abandono, que llevaron hasta el avión, produciéndose unos movimientos de violencia y acto seguidos varios tiros de pistola espaciados. Junto al avión se movían varios hombres en acción e instantes después aparecieron lenguas de fuego que iluminaban todo el distante escenario y envolvían totalmente el pequeño aparato, que lucía caído de frente, como si su nariz casi tocara la pista, no demorándose en oirse explosiones y crecer las llamas que parecía súbitamente alimentadas. Pensé que los depósitos de gasolina habían entrado en combustión después de las explosiones.

Ya se había retirado todos los hombres de las proximidades del pequeño avión en llamas y Fidel, Dorticís y sus inmediatos llegaban a la casa, donde tramaron algo. Fidel, dirigiéndose a todos y a nadie en particular, como pasando la vista para no pasarla en persona alguna, dijo:

-Bueno, ya saben, aquí no ha pasado nada, nadie ha visto nada, nadie vio nada, ya que fue el pueblo quien lo condenó, yo no, -y como si lo creyera necesario repitió otra vez- aquí no ha pasado nada, nadie vio nada.

Lucía muy agitado y hablaba con intervalos de silencio que no parecían adecuados a su habitual manera de expresarse. Entonces, poniéndose de pie, a la vez que caminaba dijo:

-Bueno, vamos -cuando ya estaban trasponiendo la puerta, hacia la esplanada frente a la casa.

Ya las llamas habían crecido y el fuego parecía irse extinguiendo, todos habíamos salido tras Fidel que luego de andar un trecho se detuvo y volviéndose, repitió:

-Ya saben, aquí no ha pasado nada, nadie vio nada, fue el pueblo quien lo condenó, yo  no -y cuando parecía que iba a salir caminando, deteniendo su impulso, se volvió nuevamente para decir- para la historia es un héroe, que todo el mundo lo sepa bien, y que sus cenizas se repartirán por toda Cuba, ya que él es un mártir del pueblo, es un héroe.

Montó en la máquina partiendo de inmediato.

Ya era de madrugada y hacía frío. Todos iban a coger sus vehículos y Raúl, que reparó en mí al pasar, me preguntó:

-¿Y tú con quién viniste?

-Con Almeida.

-Bueno, vete con él, -me sugirió y siguió caminando, agregando- ya sabes que no ha pasado nada.”…


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