jueves, mayo 26, 2022

De apaga y vámonos. Miguel Sales Figueroa sobre las medidas anunciadas por Joe Biden hacia Cuba

 De apaga y vámonos

Por Miguel Sales Figueroa

26 mayo, 2022

Las medidas anunciadas la semana pasada por el gobierno de Estados Unidos (“la Administración Biden”, como suelen escribir los traductores perezosos), destinadas a atenuar el embargo comercial que pesa sobre el régimen de Cuba, constituyen un balón de oxígeno decisivo para la dictadura tardocastrista.

En el momento en que, tras las protestas del verano pasado, el gobierno de La Habana necesita con urgencia recibir dinero fresco del exterior y librarse de varios miles de desafectos y opositores, los estrategas de Washington le proporcionan exactamente eso: más remesas, más negocios, más viajes culturales y más visados, para que Díaz-Canel y sus secuaces puedan expulsar legalmente de la Isla a los elementos antisociales y contrarrevolucionarios, que así etiquetan allí a cualquiera que exprese una opinión independiente. Y esa ayuda llega a Punto Cero de manera incondicional -no strings attached, dirían en la Casa Blanca. 

A partir de ahora, el aumento de recursos a disposición de la tiranía totalitaria que acogota al país desde hace 63 años será rápido y ampliará su margen de maniobra financiera, que se había reducido últimamente a consecuencia de la pandemia de COVID 19, las restricciones impuestas durante el mandato de Trump y la ineficiencia económica tradicional de los sistemas comunistas.

Esos paliativos, que según Washington se justifican por una estrategia humanitaria que busca la reunificación familiar, el alivio de las penurias que padecen los cubanos y la “promoción de la democracia” en la Isla (a largo plazo, se entiende), le infligen un golpe casi mortal a la oposición dentro del país. Si ante un régimen que se debilitaba a ojos vista los cubanos tardaron seis décadas en salir a protestar públicamente, como al fin lo hicieron en julio pasado, ¿quién se atreverá, a partir de ahora, a expresar la más mínima discrepancia, ante un gobierno revitaminado, que sostiene con firmeza la llave de la jaula? Porque la posibilidad de emigrar y pasar del siglo XIX al siglo XXI mediante un vuelo de 45 minutos está en sus manos y la tenencia de un visado sirve de muy poco si las autoridades de “inmigración” (que orwellianamente se ocupan sobre todo de quienes desean largarse del país) no autorizan la salida del candidato. 

La hoja de parra humanitaria que sirve de coartada a la nueva/vieja política de Biden es muy discutible. ¿Debe Estados Unidos aliviar de inmediato las dificultades de la población cubana mediante arbitrios que fortalecen a la dictadura o debería tratar de provocar un cambio de sentido democrático y liberal mediante el recrudecimiento del embargo? ¿Qué es más caritativo, prolongar la tiranía con la esperanza de que se debilite o apretar las clavijas para obligarla a soltar el cuello de sus rehenes?

Tras los sucesos del verano de 2021 esta pregunta está lejos de ser una figura retórica. 

Luego hay que considerar el chantaje migratorio que el régimen cubano utiliza periódicamente contra Estados Unidos. Camarioca en 1965, Mariel en 1980, la crisis de los balseros de 1994, la exigencia permanente de más visados y la manipulación de los vínculos familiares para satisfacer los designios de la dictadura, son otros tantos ejemplos de una estrategia que ha ido evolucionando no en función de criterios humanitarios, sino según las necesidades económicas y políticas del momento. De ahí que en los últimos nueve años, desde 2013, el gobierno haya aflojado las restricciones que impedían viajar a la mayoría de los cubanos, para usarlos como fuente de remesas y peones de presión transfronteriza.

Uno de los aspectos más graves de las medidas aprobadas la semana pasada es que, pasado cierto tiempo, sus efectos serán irreversibles. Es un error creer que dentro de dos años los gurús demócratas evaluarán la eficacia de esas políticas y, si el gobierno cubano no ha reaccionado favorablemente, Washington podrá cambiar de rumbo. O que, si los republicanos ganan las elecciones de 2024 podrán dar marcha atrás al reloj y reinstaurar las restricciones impuestas por Trump.  

Para entonces, habrá una tupida red de negocios, inversiones e intereses creados, y una quintacolumna de 300.000 nuevos marielitos, balseritos, emigraditos o gusañeritos, -da igual el diminutivo cariñoso que se les endilgue-, atrincherados en Jayalía, mandando remesas periódicas y viajando a la Isla cada tres meses para celebrar los 15 de Yumisleidy en Varadero. Eso hará prácticamente imposible cualquier intento de revertir las políticas favorables al régimen cubano. 

Porque, como es obvio, la nueva situación creada ahora por la estrategia de Biden y los procastristas de Washington, tiene también todo que ver con los exiliados/emigrantes cubanos, en especial con los radicados en la Florida. El gobierno de Cuba ha perfeccionado el arte de metamorfosear a disidentes y opositores hasta convertirlos en mansos emigrados que mandan dinero a la Isla y visitan a sus parientes, sin pensar en otra cosa que en su interés a corto plazo. A las nuevas generaciones de cubanos, las virtudes cívicas deben de parecerles adornos anacrónicos y superfluos. El homo sovieticus cubensis, el hombre nuevo que soñaba el bandido argentino, se ha hecho realidad. No es exactamente como lo imaginaron sus creadores, pero cumple muchas de las funciones previstas.

Lo que ocurre ahora es, como se decía en Cuba antes de la mugre, “de apaga y vámonos”. La frase, tan obsoleta como el civismo, proviene de los tiempos remotos en que la electricidad era un servicio habitual y todavía no se habían inventado los alumbrones. Antes de que las masas enardecidas comprendieran que el Robin Hood bajado de la loma con escapulario al cuello y fusil de mira telescópica era en realidad Al Capone reencarnado con leotardos verdes y una logorrea crónica e irrefrenable. Ese personaje de opereta cuyo legado veneran e intentan proteger Biden y sus asesores más progresistas

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