jueves, diciembre 15, 2022

No son prensa, solo son los rostros del miedo. Ernesto Pérez Chang desde Cuba: No puede haber represión ni dictadura sin la complicidad de “periodistas” que acepten desvirtuar la profesión hasta confundirla con la “tarea” del recadero de una facción política y hasta con la del propio represor

 
Tomado de https://www.cubanet.org/

No son prensa, solo son los rostros del miedo

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No puede haber represión ni dictadura sin la complicidad de “periodistas” que acepten desvirtuar la profesión hasta confundirla con la “tarea” del recadero de una facción política y hasta con la del propio represor

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Por Ernesto Pérez Chang

14 de diciembre, 2022 

LA HABANA, Cuba. – No son periodistas ni presentadores ni comunicadores, son voceros y, por estar bien conscientes de su condición, del papel que desempeñan, son la cara visible de los represores, es más, son simplemente represores, y como tal deberían ser tratados donde quiera que vayan, donde quiera que intenten esconderse o “despojarse” del pasado que, en los mejores casos, les provoca insomnio, arrepentimiento, bochorno.

Y no estoy hablando solo de los chicos y chicas que hacen esa infamia de “Con Filo”, de quienes narran con demasiado entusiasmo el desfile del Primero de Mayo o de Humberto López —paradigma universal de lo que jamás debería ser un periodista—; estoy señalando a todo el que se aparezca bajo la estampa de “reportero” o “comunicador” en la televisión oficialista, o que ponga su firma en una de esas páginas de “prensa plana” que dejaron de serlo cuando se transformaron en “órganos oficiales”.

Todos, sin excepción, saben lo que hacen y para qué perversos propósitos los están “usando”, y si decir “basta” y apartarse siempre será una decisión digna, que les gana o devuelve el respeto, hacerlo aquí en Cuba (y no “afuera”) y asumir las consecuencias lo es mucho más, porque en principio hace creíble la ruptura, el hartazgo, la náusea.

No vale decir que hacían su trabajo, en tanto la labor de un periodista nunca debería ser desinformar, manipular, mentir, amenazar, esperar por el permiso, plegarse incondicionalmente a las reglas de un gobernante y su cuerpo represivo, aceptar como “verdad” lo que obtiene sin esfuerzo de esas “fuentes oficiales” aprobadas por el Partido Comunista y su policía política. De esas obediencias estamos desbordados por acá, y habrá mucho más con un nuevo Código Penal y una ley de prensa que en esencia criminalizan no solo el disentimiento y la independencia sino el deber ético-moral.

Ahora que casi toda la Isla huye en estampida aparecen los que desean hacerlo con ventajas por haber sido los fantoches que fueron, y porque están seguros de que eso les servirá cuando el juez decida medirles la credibilidad de sus miedos. 

Pero, más allá de a quienes convengan esas “deserciones” y “arrepentimientos” —y por las razones que sean— no hay que olvidar que ninguno de ellos siente verdadero temor, a no ser por la posibilidad de que les nieguen el asilo o salgan a la luz las oscuridades de un pasado de complicidad. 

Ninguno puede decir que siente miedo —sin excepciones—, en tanto ellos mismos han sido los canales y hasta las fuentes de todos los miedos que nos rodean, e incluso si a estos les hemos dado rostros y voces en nuestras mentes (y en nuestras pesadillas) es porque esos voceros se han puesto al servicio del terror, son su encarnación. 

Porque no son solo la “corporización” de nuestros miedos al escuchar de sus bocas la mala noticia (que por acá siempre lo son), al leer la “nota oficial”, sino además son sus miradas vacías y las entonaciones amenazantes, las risillas de gozo, sus conformismos, sus “juicios” políticos cargados de prejuicios ideológicos los que permanecen, como crueles resonancias, en nuestras cabezas. 

Así, no puede ser recompensado con clemencia, en base a sus “miedos”, quien ha servido para sembrar el miedo en los demás. Ni siquiera les vale decir que obedecieron por amor a una vocación, o a una profesión que en buena lid jamás ejercieron.  

¿Cómo alguien puede decir que ama el periodismo cuando con su ejercicio es consciente de que lo aniquila? Entiendo que muchos jóvenes, en su ignorancia de lo que será su verdadero destino, deseen estudiar Periodismo en Cuba alguna vez, incluso ejercerlo al graduarse, pero me niego a aceptar que, cuando se descubran en su lamentable papel, no se avergüencen de continuar representándolo una y otra vez, conscientes del daño que hacen a quienes no tienen demasiadas opciones para elegir dónde informarse.

No solo a los comunistas debemos la aniquilación del periodismo en los “medios oficiales” sino a quienes fingen ejercerlo. Y por ser ellos quienes dicen ser, entonces el crimen es mayor, más cuando aceptan la criminalización del ejercicio si este se practica de verdad.

Si no fuera por los valientes excepcionales que no miden consecuencias cuando de buscar la verdad y compartirla se trata, hoy tendríamos que decir que el periodismo dentro de Cuba está muerto, pero afortunadamente no es así. Aunque el régimen y sus voceros han hecho todo cuanto han podido por exterminarlo. 

Lo que fuera la sede del periódico El País, en el número 158 de la calle Reina, es quizás una de las mejores representaciones visuales de lo sucedido con la prensa cubana a partir de 1959. El edificio desolado, como todo su entorno, e incluso más allá de él, es una ruina total donde aún se pueden ver algunos destrozos de viejas imprentas en medio de un basural. 

La imagen de abandono, unida a un cartel que se puede leer en una casilla de venta de periódicos y revistas de la misma avenida  —tan cercanos en múltiples aspectos—, no necesitan de una sola palabra que describa en qué se convierte el ejercicio periodístico cuando un régimen totalitario lo secuestra para colocarlo a su servicio.   

El panorama se torna aun peor cuando los que, llamándose “profesionales”, se conforman con “hacer el trabajo” por el cual les pagan y les premian (las dos cosas de manera ridícula) para con eso justificar (y negar) cuánta responsabilidad cargan con ellos cuando se habla de represión, violación de los derechos humanos y falta de libertades en Cuba.

Porque no puede haber represión ni dictadura sin la complicidad de “periodistas” que acepten desvirtuar la profesión hasta confundirla con la “tarea” del recadero de una facción política y hasta con la del propio represor, en tanto le presta cuando mínimo el rostro (y hasta en algunos casos el “talento”) para que aquel continúe oculto en las sombras de sus mediocridades. Parafraseando el cartel que mencioné líneas atrás: esos voceros no son prensa, ni nueva ni vieja, solo son los rostros del miedo.

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