LAS IGLESIAS DE CUBA Y DE VENEZUELA.
Por Alfredo M. Cepero
La razón es obvia pero, para beneficio de quienes no han seguido de cerca la relación entre la Iglesia Cubana y los Castro, vale la pena hacer un breve recorrido. Cuando en el 2010 el tirano heredero necesitó de un interlocutor para quitarse de encima la pesadilla de una prensa internacional que denunciaba sus prisioneros políticos, el Cardenal Jaime Ortega se cuadró y dijo presente. Se ofreció como intermediario para poner en marcha un plan de destierro a España, disfrazado de liberación de presos políticos, de los opositores al régimen que aceptaran esas condiciones para su libertad.
Pero diez días después de las declaraciones de Ortega el Nuncio Apostólico de El Vaticano en La Habana, Monseñor Bruno Musaró se salió del libreto y pagó el precio por su "indiscreción". Durante unas breves vacaciones en Italia, Monseñor Musaró dijo a la prensa que "en Cuba todo está controlado por el Estado, hasta la leche y la carne". Agregó que "comer ternero es un lujo y quien mata uno para comerlo es arrestado y llevado a la cárcel". Para el prelado "esa es la razón por la cual tanta gente se escapa de la Isla". Ni tardos ni perezosos, los obispos cubanos se quejaron ante El Vaticano y el nuncio recibió el correspondiente "cepo de campaña".
"Nos motiva el querer a este pueblo, el dolor por sus angustias y fracasos, compartir sus anhelos y esperanzas, y el saber que tenemos a quien pueda consolar , sanar, alegrar y resucitar, a Jesus de Nazaret". Basta de palabras lastimeras, hipócritas y altisonantes. Lo que ese pueblo necesita y quiere es solidaridad en la lucha por su libertad con palabras claras y conductas firmes.
"Al no haber correspondencia entre el proyecto social del país y el proyecto personal se genera la frustración; éste es uno de los factores que potencian el deseo de emigrar, sobre todo en los jóvenes". ¿Por qué no dicen que la gente se fuga de aquel infierno porque los diablos que lo gobiernan los explotan como esclavos y no les permiten alcanzar su "proyecto personal"?
"Muchos aspiran a un modelo de estado menos burocrático y más participativo, menos paternalista y más promotor, menos autoritario y más democrático" ¿Por qué no dicen que esos "muchos" son un pueblo entero que quiere elecciones libres para elegir un gobierno de gente capacitada y compasiva que atienda a sus necesidades más perentorias?
"Un buen número de profesionales de la educación, de la medicina y del deporte colaboran en misiones a América Latina …aportando divisas para su familias y para el país". Un apoyo cínico y descarado a la política esclavista y explotadora de los tiranos para lograr las divisas con las cuales prolongar su régimen de oprobio.
Admito, por otra parte, que esta vez he detectado una variante en la terminología utilizada por los obispos que bien pudiera obedecer a la percepción de que se avecinan vientos de cambio. El embargo ahora es un "aislamiento" no un "bloqueo". Exactamente la palabra utilizada el 25 de febrero de 2008 por Tarsicio Bertone durante una conferencia de prensa conjunta con el entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Perez-Bruto. Otro indicio de los preparativos de la Iglesia Cubana para una Cuba sin los Castro podría ser el destinatario seleccionado por el Papa Francisco en su misiva en ocasión de la Natividad de María, Fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre. Salta el protocolo y no la dirige al Cardenal Ortega sino al Arzobispo Dionisio Garcia, un hombre considerado como menos comprometido con los abusos y crímenes de la tiranía.
Cuando los gorilas del PSUV cayeron en el ridículo y la herejía de cambiar el texto milenario y sagrado del Padre Nuestro para rendir tributo de adoración al orate de Chávez los obispos se pararon firmes. Monseñor Baltazar Enrique Porras, Arzobispo Metropolitano de Mérida, los fulminó declarando: "Se investiga el Caracazo pero no se mueve ni un dedo para aclarar y condenar los muchos abusos y muertes que tienen por autores a los que detentan el poder". Y en cuanto a la oración hereje: " Este abuso del Padre Nuestro es moralmente inaceptable".
Cuando los esbirros entrenados y dirigidos por la tiranía cubana se ensañaron con la heroica juventud venezolana, sus obispos dijeron presente. "El derecho a la protesta pacífica, así como el derecho a la libertad de expresión e información, son valores sociales imprescindibles para el ejercicio de una auténtica democracia…. Exigimos una exhaustiva investigación y el castigo a los culpables en el marco de la Constitución y las leyes, observando el debido proceso judicial". Cuando el régimen venezolano trató de organizar una congregación religiosa solidaria con el chavismo, el vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), monseñor Roberto Luckert, declaró en una entrevista con la emisora caraqueña 'Unionradio' que los prelados de la Iglesia Católica Reformada eran unos "malandros" (delincuentes) que habían sido excomulgados por su "mala conducta".
En el caso de Cuba, lo más doloroso es que esta nueva claudicación de la curia ante la tiranía se produce en un momento en que los Castro y su obsoleta satrapía están débiles, viejos y desprestigiados. En que los tiranos ya no pueden darse el lujo de clausurar templos, deportar religiosos, encarcelar líderes de la iglesia y, muchos menos, fusilar mártires como lo hicieron en sus inicios. Este es el momento para que un cura con pantalones y vergüenza, como lo hicieron en un tiempo los mexicanos Hidalgo y Morelos, exija el final de la tiranía y mande a retiro definitivo al esperpento de Jaime Ortega Alamino.
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EL CARDENAL JAIME ORTEGA, LAS UMAP Y EL MANDATO DE DIOS
Por Félix Luís Viera
¿Sería
posible que Dios creara la barbarie y luego enviase a uno de sus
ministros para que consolara a los que Él había condenado injustamente?
Hasta ahora, no había ocurrido que algún medio de la Isla (recordemos:
todos en la nómina de la dictadura) entrevistara a un exconfinado Umap
para hablar de este tema.
Pero al fin esto ha sucedido recientemente. El pasado 15 de agosto, la
emisora Radio 26, de Matanzas, como otras del mismo territorio,
entrevistaron al cardenal cubano Jaime Ortega, interesándose los
entrevistadores, entre otras cuestiones, sobre la estancia del prelado,
durante 8 meses, en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción
(Umap), reales campos de trabajo forzado que existieron en Cuba de 1965 a
1968, a los que fueron enviados religiosos, homosexuales, amantes de la
llamada “dulce vida” y otras personas, jóvenes y no, que no cumplían,
según el castrismo, con los requisitos que establecía el dogma
comunista.
En la entrevista aludida, Ortega expresa que “Las UMAP fueron una
experiencia única en la vida de un sacerdote”, y agrega: “Si Dios quiso
que esto [las Umap) fuera así, entonces ¿qué quisiera él de esto? Ah,
que yo sacara una lección tremenda de lo que es el ser humano, de la
misericordia que hay que tener, de lo que sufre la gente y eso es
importante”.
Es decir, no fueron Fidel Castro y su equipo quienes quisieron “que esto fuera así”. Fue Dios.
Dios quien encerró a más de 22 mil hombres inocentes entre cercas con 25
pelos de alambre de púas, más cinco de antifugas. Dios quien determinó
que estos hombres, mal comidos, trabajaran de sol a sol rodeados por sus
verdugos armados.
No fue Fidel Castro, sino Dios quien quiso ponerlos a prueba enviándoles
en trenes de carga, sin siquiera agua e inodoros, en autobuses con las
mismas carencias, hacia un destino que los implicados desconocían.
Dios quien llevó a tantos confinados Umap a automutilarse severamente
con tal de evadir la inclemente jornada en el surco y el duro encierro.
Pero para el cardenal Jaime Ortega: “No creo que [las Umap] me marcara
negativamente, en el sentido de tener después recelos y rencores. En
medio de todo eso fue una experiencia tremenda de conocer la vida, como
no la puede conocer uno en los estudios de Teología”.
“Como no la puede conocer uno en los estudios de Teología”, dice el
cardenal. Se me ocurre, a partir de lo dicho por el purpurado, que el
catolicismo debería implantar, en el mundo todo, algún salvajismo
parecido para que los sacerdotes se graduaran con verdaderos honores en
la Teología.
En la entrevista citada, el Cardenal hace saber que salió de Cuba en
1960 “en una situación dificilísima”. “El país estaba en una agitación
enorme, estaba comenzando un éxodo tremendo. (…) Después vino el cierre
de los colegios por la nacionalización de las escuelas, la salida de
muchos sacerdotes y de religiosas”.
“La salida”, dice el cardenal Ortega, no “la expulsión”. No vio el
Cardenal a las monjas y alumnas vejadas, maltratadas, insultadas por las
turbas que se decían “revolucionarias”; no las vio llorar junto a las
escuelas que eran cerradas de modo inclemente delante de sus ojos.
No estuvo el Cardenal cerca de una iglesia católica, cercada por las
hordas “revolucionarias” que durante horas bramaban hacia el interior de
la instalación: “¡Los curas, cabrones, /que se quiten la sotana/ y se
pongan pantalones!”
No lo vio. No supo de eso.
Durante sus 8 meses de confinamiento en las Umap (Unidades Militares de
“Ayuda” a la Producción, no de “Apoyo”, como dice en el texto a que nos
referimos), el cardenal Jaime Ortega afirma que “Sería increíble el
anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de
aquellos hombres desesperados. Yo era muchacho”.
“Yo era muchacho”, dice. Sobre esta frase tengo mis dudas: ¿se es un
muchacho a los 30 años de edad? Según la Unicef, uno es niño hasta los
18 años.
Un muchacho sí, un niño entonces, era aquel que vi, agobiado por la
premura que exigían los soldados con bayoneta calada que rodeaban el
tren, aquella madrugada del 20 de junio de 1966, para que los
reclutados, luego de día y medio encerrados, se lanzaran del vagón a
toda prisa, caer de espaldas y, sin duda, fracturarse la columna
vertebral, según los gestos inútiles que hacía para ponerse en pie;
aquel que, con los ojos desorbitados, estiró el brazo hacia quien le
quedaba más cerca, yo, con la ilusión de que lo ayudara a incorporarse;
en el instante mismo en que la punta de una bayoneta me indicó seguir el
recorrido hacia los camiones que esperaban.
Un niño, un muchacho, mi amigo Luis Becerra Prego, 17 años, que una
noche, desesperado, sin duda fuera de sí, me pidió que lo matara, que él
no podía resistir más y no tenía valor para hacerlo con mano propia.
En otras de sus anécdotas en la entrevista citada, Ortega cuenta que “Un
hombre que no sabía leer ni escribir me pedía que yo le leyera las
cartas de su mujer, más nadie que usted me las lee. Después él me decía
lo que quería ponerle a la mujer en las cartas”.
¿No habrá en lo anterior algún anacronismo? Lo digo porque es de
conocimiento mundial que, en el año 1961, en Cuba se erradicó para
siempre el analfabetismo.
Cuenta asimismo el Cardenal que, poco después de haber llegado al
campamento al que lo habían destinado, “Viene un grupo y me rodea a mí.
Uno de ellos me dijo: ‘usted ha venido aquí para darnos consuelo’ y yo
dije ‘… ah ya, aquí habló la voz de Dios, para eso estoy aquí’. Para eso
estaba yo allí”.
Me surge una duda: ¿sería posible que Dios creara la barbarie y luego
enviase a uno de sus ministros para que consolara a los que Él había
condenado injustamente?
“Al salir de la jefatura de policía [de Palma Soriano] nos sacaron
atravesando el parque central a la vista de todo el pueblo custodiados
por guardias con bayonetas. Recuerdo la mirada de mi hijo, que tendría
entonces unos nueve o diez años, que veía a su padre, preso. Me quedé
allí contemplando aquella cara. Aquello fue algo que me partía el alma.
Mi esposa estaba a su lado. El viaje desde Palma Soriano hasta Esmeralda
[hacia las Umap] duró como 20 horas. Durante el viaje sólo tomamos agua
en Contramaestre y eso servida en cubos que tenían jabón en el fondo”.
Testimonio del reverendo Orlando Colás, de 38 años de edad, aparecido en
el invaluable libro La Umap: El gulag castrista, del emblemático y ya
desaparecido historiador cubano Enrique Ros (Ediciones Universal, 2004).
En el viaje, Colás se fracturó una costilla, pero aun así “Nunca pude
ver a un médico para mi hueso roto más bien me obligaban a trabajar y si
me quejaba o explicaba mi problema se burlaban de mi profesión
pastoral”.
Del mismo libro de Ros, transcribo varios de la infinidad de impactantes testimonios recogidos en él.
El confinado Renato Gómez relata que, capturados tres “soldados” Umap
que habían intentado fugarse: “Un capitán oriental, mulato, con el pelo
peinado a lo Angela Davis, nombrado Iván Magaña, constantemente los
increpaba, escupía hacia donde ellos estaban, y les echaba al hueco la
tierra que ellos sacaban empujándola con las botas. Era una situación
tan insoportable que salieron rápidamente del hueco que abrían, que
estaba justo al lado del barracón donde dormían y donde pretendían
enterrarlos hasta el cuello. Confrontaron al oficial intercambiando
golpes con él y con un escolta”.
Relata asimismo Renato Gómez: “Una tarde aparecieron dos Testigos de
Jehová y los pusieron de plantón. Es decir, castigados toda la noche
pegados a una cerca”.
“Uno de los que más jerarquía tenía entre los Adventistas se apellidaba
Martínez. A ese hombre le dieron tandas de golpes, y lo sometieron a las
mayores torturas. Un día, porque lo querían forzar a trabajar el
sábado, lo sientan en una silla, amarrado, le ponen un cubo de agua
arriba para que le cayera sobre la cabeza una gota y otra gota. Al rato
los gritos de este hombre llegaban a la Laguna de la Leche” (un sitio
que se halla en Morón, municipio de la provincia de Camagüey).
Luis Albertini, otro confinado, da fe de que a los Testigos de Jehová
“…en los primeros meses del primer llamado —diciembre [de 1965], enero
de tanto frío— los bañaban con fango, los dejaban desnudos, amarrados a
la cerca toda la noche. Les pegaban con bagazo de caña que no dejaba
huella en la piel”.
También sobre los Testigos de Jehová, testimonia el ex-Umap Eduardo
Ruiz: “Llegaron 32 guajiritos Testigos de Jehová que se negaron a
marchar y a ponerse insignias militares”. El castigo fue inmediato: Los
“metieron en una cisterna que era por donde llegaba el agua. Allí los
mantuvieron de pie sin que pudieran beber agua ni comer alimento alguno.
Nosotros nos acercábamos y le tirábamos lo poco que teníamos. A los
pocos días los sacaron de allí porque se les iban a morir y los
amenazaron con fusilarlos. La respuesta de ellos aún la recuerdo:
‘Fusílennos. Fusílennos. El ejército nuestro no es el ejército de
ustedes. El nuestro es el de Dios’”.
El también exUmap Orestes Aceituno, manifiesta en el libro de Enrique
Ros: “El jefe del batallón 18 era Ramón Zaldívar que se caracterizaba
por su crueldad y maltrato a los confinados. Vi allí cómo torturaban a
los Testigos de Jehová, y como a un joven negro lo enterraron vivo,
dejándole la cabeza fuera por tres días.” En este mismo batallón estaba
recluido Orestes Acevedo: “Vi como al confinado 90 (todos teníamos un
número) lo metieron tres días en una fosa donde se encontraban los
desperdicios de la basura y las excrecencias. En ese campamento se
desató un virus de hepatitis que causó grandes estragos entre los
confinados, muriendo varios de ellos por no prestarles atención médica”.
El ya antes citado reverendo Orlando Colás, narra que en su campamento,
Mijail I, como a 11 kilómetros del central Esmeralda, vio los primeros
abusos con los Testigos de Jehová (…) los maltrataban; los pinchaban con
las bayonetas, los cargaban y los ponían, de todos modos, a marchar
poniéndoles un palo debajo entre las piernas, y los alzaban. Si se
tiraban al suelo los levantaban a empujones; si gritaban, les echaban
tierra en la boca para callarlos Y vimos el castigo a los Adventistas
del Séptimo Día que, por respeto, no trabajan los sábados. Como en los
campamentos se trabajaba los siete días de la semana, los forzaban a
trabajar los sábados.
“A un adventista, reverendo Isaac Suárez, lo amarraron a un naranjo
lleno de espinas y le decían: —Ahora tú eres Jesucristo, y te vamos a
crucificar. Lo dejaron así, al sol, todo el día. A otro lo llevaron
fuera y le hicieron lo mismo. A algunos los metieron en la tierra
tapándolos completamente, dejándole fuera solo la cabeza, dos días al
sol”.
Pedro Cedeño, un joven de Cabaiguán reclutado para las Umap, recuerda
que el primer día del “pago” mensual (7 pesos), los 15 o 20 Testigos de
Jehová que había en su campamento, se negaron a recibir el sobre con el
pago. “Les dieron una paliza enorme. Se los llevaron al patio y los
pusieron contra la cerca amenazando con fusilarlos. Trajeron soldados
con armas largas pero tiraron al aire. Los Testigos se quedaron
imperturbables, como si nada pasara”.
Juan Rodríguez, de San José de las Lajas y de 16 años de edad, afirma en
La Umap: el gulag castrista, que en su campamento vio muchos casos de
mutilaciones: “yo mismo fui ‘mutilador’ cuando algunos compañeros me lo
pedían. Lo hacía no con el machete sino con una mocha afilada”. Agrega
Rodríguez que allí en su campamento hubo casos de rebeldía, como el de
“dos homosexuales [que] trataron de fugarse”, pero fueron capturados y
regresados al campamento. Entonces “el capitán Zapata comenzó a
interrogarlos y maltratarlos” y “uno de ellos lo escupió. Fue
violentamente castigado” y en el campamento “se creó una muy tensa
confrontación”.
El Pastor Manuel Molina, confinado en el campamento de Mola (de cuyo
nombre no quiero acordarme), en el cual estaban confinados religiosos de
distintas filiaciones, narra en el libro de Enrique Ros:
“Nos tomaron a 17 religiosos; adventistas, Testigos de Jehová y del Bando Evangélico Gedeón, y nos amenazaron con fusilarnos”
“Nos fueron llamado uno a uno detrás de un monte espeso y los que
quedábamos oíamos las descargas de los fusiles. Al terminar conocimos
que era sólo unos falsos fusilamientos. Pero vencimos porque nos
permitieron continuar respetando el sábado como el Día del Señor”.
En La Umap: El gulag castrista, el exconfinado Renato Gómez cuenta que
conoció al hoy cardenal Jaime Ortega cuando este era “un sacerdote lleno
de amor, buena persona. Antes de ser cardenal yo hablé con él infinidad
de veces. Las UMAP era un tema que él no quería tocar. Cuando
regresamos a La Habana yo le manejé algunas veces y en una oportunidad,
en un viaje de regreso me dijo: ‘Te tienes que ir del país. No puedes
seguir aquí. Es hora que te vayas’
“Me ayudó en mi salida. Pero no quería Ortega hablar de la UMAP, me
insistía: ‘Sácate eso de la cabeza. No guardes ningún odio en el corazón
para que seas un hombre de bien. Hay cosas que te hacen daño. Tienes
que sacarlas. Si no, no vas a ser feliz’. Esa conversación la tuvimos en
el Arzobispado de La Habana, el día de mi salida del país cuando fui a
visitarlo en compañía de mi familia para despedirnos de él, de su mamá y
su tía que estaba con él.
“En sus visitas a Miami lo vi en varias ocasiones en casa de sus
familiares; no tuvimos mayor comunicación y las posiciones no eran
coincidentes. Nunca me visitó en España. Sí compartí cuando estaba en
España con otros obispos y sacerdotes que ejercen su labor aún en Cuba,
con los que me unen buenos afectos. Luego de su ordenación ya no tuvimos
mayor comunicación. Discutíamos”.
Dios mío, si has sido Tú el responsable de que mi madre y miles más
lloraran veinte días con sus noches sin saber hacia dónde se habían
llevado a sus hijos; si fuiste Tú quien decidió que mi amigo Armando
Suárez del Villar, aun con sus pies planos y escoliosis, tuviera que
bregar en un surco de sol a sol, o que mi compañero Jesús Soriano, con
un solo pulmón, tuviera que realizar labor semejante y semejante
trabajo, hasta el desmayo, aquel Luis Estrada Bello, el hombre
físicamente más débil que he visto en mi vida…; si fuiste Tú quien
decidió que aquellos hombres, víctimas, sin embargo arrastraran de por
vida el expediente de victimarios, que aún hoy pesa sobre los
sobrevivientes… Yo no podría perdonarte.
Pero yo sé que no fuiste Tú.
Hoy, como siempre, queda en tus manos perdonar o no a tus ministros descarriados.
Ya ven. Así van las cosas.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-cardenal-jaime-ortega-las-umap-y-el-mandato-de-dios-319838
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El Ex Coronel Roberto Ortega, ex jefe de los Servicios Médicos del MINFAR y ex agente ¨Idilio¨ de la ¨Recontra¨ Inteligencia Militar, hace grandes revelaciones sobre el Cardenal Ortega y otros asuntos.
Parte 1
Parte 2
Parte 3