A Emilia Luzárraga
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Una cubana que dedicó su vida a la reconciliación nacional.
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Por Marifeli Pérez-Stable
Washington | 30/10/2008
Emilia Luzárraga de Fernández (1938-2008), Emilita para todos sus amigos, murió la madrugada del 4 de octubre. Siempre había gozado de buena salud pero, en pocos meses, su cuerpo se consumió. No así su espíritu, que se robustecía a medida que el final se acercaba. Decía que Dios le había concedido paz para enfrentar la muerte. Así fue, excepto que por la fe con que vivió esta vida, a Emilita nunca le faltó serenidad. Fe, paz y una finísima inteligencia hicieron de ella una mujer excepcional, o al decir de una de las estrofas de Proverbios 31, la lectura escogida por Lino para la Misa de Resurrección: "¡Muchas mujeres hicieron proezas, / pero tú las superas a todas!".
El 8 de febrero de este año, Lino Bernabé Fernández y Emilita Luzárraga celebraron sus bodas de oro. Sus hijos —Emilia María, Lino Bernabé, Jr. (Po), Lucía— y nietos le dieron una gran fiesta. Familiares y amigos rebosaron la casa de Coral Gables. La felicidad de Lino y Emilita —tan enamorados como cuando el padre Amando Llorente, S.J. los casó en La Coronela, en las afueras de La Habana— nos salpicó a todos. Sin embargo, habían llegado a sus cincuenta años por un camino inimaginable aquel primer 8 de febrero de su vida juntos.
La primera etapa
¿Quién fue esta mujer que logró ser tan querida por personas de muy diverso credo político y religioso?
Emilita nació el 23 de mayo de 1938 en una familia de ascendencia vasca. Jacinto Luzárraga y Emilia García fundaron su hogar en el central Constancia en la costa norte de la antigua provincia de Las Villas. Emilita y sus hermanos —Juana, Jacinto, Luciano y Jorge— se criaron en el central, apegados a la tierra. Cuando en una ocasión conversábamos del marabú que los medios oficiales admitían había cundido en una gran cantidad de tierr
as fértiles, me expresaba con tristeza: "Hay que estar sobre la tierra continuamente para que el marabú no se la trague", me dijo. Quizás se acordara de su padre, inconsolable luego de la confiscación del Constancia, cuando le dijo: "No soy un parásito", uno de tantos epítetos lanzados contra los expropiados.
( Emilia Luzárraga y Lino Fernández. (EL NUEVO HERALD) )
Lino y Emilita son hijos de una Cuba que despuntaba pero que no acababa de arraigarse y extenderse: próspera, católica y comprometida con la democracia y, en no menor grado, la justicia social. A mediados de los cincuenta, la Agrupación Católica Universitaria auspició una investigación mediante encuestas entre la población rural. Lino formó parte del equipo de trabajo. El informe ¿Por qué reforma agraria? —referencia obligada para conocer a la Cuba antes de 1959— hizo sonar las alarmas respecto a las precarias condiciones de los trabajadores agrícolas.
La Cuba de Lino y Emilita se opuso a la dictadura de Fulgencio Batista y después a la revolución, cuando la voluntad de un hombre se levantó por encima de todo. Para esa Cuba, la acción social era una obligación contraída por la fe; la libertad un derecho de todos y cada uno de los cubanos. El gobierno revolucionario repudiaba sus valores éticos y políticos, limitaba su desempeño profesional a los fines designados por el Estado y confiscaba los medios de vida logrados por el tesón honesto de sus padres y abuelos.
El conflicto
Lino fue fundador del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) y de la red de apoyo a los alzados en el Escambray. Con Emilita a su lado, pasó a la clandestinidad. Unos meses después, Lino y Emilita —embarazada de Lucía— regresaron a la casa en Santa María donde estaban Jacinto, Emilia y los niños. Lucía nació el 6 de febrero de 1961 a las 7:00 am. Lino estuvo con Emilita y Lucía hasta las 8:00 am.
Poco después fue arrestado. Pasaron meses antes de que Emilita supiera si Lino vivía o había sido fusilado. A fines de agosto, le llegó la noticia de que Lino estaba en el presidio de Isla de Pinos. Fue entonces cuando Emilita tomó la decisión más difícil de su vida: sus hijos saldrían hacia Miami con sus abuelos. De lo contrario, los niños vivirían bajo el repudio que la Cuba revolucionaria le manifestaba a los cubanos como ellos. Ella se quedaría en Cuba para darle aliento a Lino.
Más de un año después de su arresto, Lino fue juzgado en Santa Clara conjuntamente con otros presos políticos. Emilita viajó sola por carretera los 300 kilómetros desde La Habana para estar presente. Sabía que Lino no pasaría por alto la oportunidad de decir unas palabras ante el juez aunque le costara la vida. Cuando le llegó su turno, dijo: "No soy un hombre violento. Soy médico y mi deber es ayudar a la gente a vivir. No apoyo a Fidel Castro. Mis compañeros y yo recurrimos a la violencia porque no había alternativa. No había otra para alzar nuestras voces. Muchos se han ido pero nosotros nos quedamos. Somos cubanos. Nosotros también luchamos por el bien de Cuba".
Emilita aplaudió en silencio. Una hora después oyó la sentencia: "Lino Fernández, treinta años". Dio gracias a Dios por haberlo salvado del paredón. Era mayo de 1962.
El 5 de octubre de ese año Emilita recibió un telegrama que decía: "Su esposo Lino Fernández tendrá visita en Isla de Pinos a las 9 am". Hacía 18 meses que no se veían. Lucía ya había dado sus primeros pasitos, Emilia María pronto cumpliría cuatro años y Po tres. A lo largo de los años Emilita fue a ver a Lino cada vez que le anunciaban visita. Aunque al principio se presentaban irregularmente, las visitas luego sucedieron con periodicidad. Cuando recibía fotos de los niños, las llevaba para compartirlas con Lino.
Las noticias de Miami no eran frecuentes. Las cartas que enviaba a los niños por correo ordinario se demoraban una eternidad, si es que llegaban. Por su trabajo en la Embajada de Egipto, alguna que otra vez pudo valerse de medios diplomáticos para comunicarse con la familia en Miami.
A raíz del arresto de Lino, Emilita perdió el apartamento de El Vedado donde habían sido tan felices. Primero vivió en casa de Raquel Casañas y René de la Huerta, él también médico psiquiatra y uno de los autores de ¿Por qué reforma agraria? Luego se mudó a casa de María Sutter y su hija Vicky Andrial —esposa de Armando Zaldívar, compañero de Lino del MRR y en la cárcel—, que también acogió a Ileana Arango, casada con otro preso político, Rino Puig.
La partida
El 28 de enero de 1979 Lino y Emilita salieron de Cuba en el tercer vuelo de ex presos políticos y sus familiares. En el aeropuerto de Fort Lauderdale los recibieron sus hijos, casi adultos. Todos fueron directo a la Agrupación en Miami donde los esperaba el padre Llorente para celebrar la misa del reencuentro. Ese día la felicidad colmó a Lino y Emilita, por sus hijos y porque habían llegado a tiempo para abrazar a sus padres, Jacinto y Emilia.
No fue fácil para Lino y Emilita establecer con sus hijos el nexo familiar que sólo había existido en la distancia. Los sesenta y setenta fueron décadas convulsas en el mundo y, para Emilita en particular, fue complicado admitir que muchas de las viejas costumbres ya no estaban vigentes. Pero, el amor todo lo espera. Lino y Emilita optaron por la vida, apartaron el trauma de la separación y aprendieron a mirar hacia adelante. Nada ni nadie se interpondría entre ellos y sus hijos nunca más.
Pronto empezarían a llenarse de nietos hasta completar la novena: Cristina, Carolina, Sofía, Claudia, Gabriela, Nicolás, el tercer Lino Bernabé, Emilia María y Lucía. Con ellos, Lino y Emilita vivieron lo que no pudieron con sus hijos. Por último, llegó el primer biznieto, Jaden Javier, hijo de Carolina. Además de sus hijos y nietos, alrededor de Lino y Emilita se agrupaba una numerosa familia: su nuera, sus yernos y los hermanos y cuñados de ambos, así como un conjunto de veintiún sobrinos.
Al igual que en la Cuba de los cincuenta y en la de hoy, fuera de la isla sigue vigente la vieja y hermosa costumbre de vivir la familia en grande.
Lino y Emilita dedicaron los primeros años en el exilio a rehacer sus vidas. Debieron enfrentar obligaciones familiares, tanto en el plano emocional como en el económico. Antes de lanzarse a la oposición con el MRR, Lino había ejercido la medicina psiquiátrica. Nunca dejó de practicarla pues, bajo las durísimas condiciones del presidio, dió apoyo profesional a sus compañeros. En Miami revalidó sus credenciales y ejerce la medicina hasta el día de hoy. Emilita trabajó de secretaria en la Universidad de Miami por un tiempo y luego se incorporó a tiempo completo al rol de madre y abuela. Las cuestiones políticas —nunca apartadas del todo— volvieron a su sitio una vez que la cotidianidad se encaminó.
La inserción
De cierta manera, la experiencia tras las rejas le dejó a Lino y a muchos otros presos políticos un saldo positivo. Pese a esfuerzos incontables, el régimen no los doblegó. Ni los túneles llenos de dinamita debajo de la prisión de Isla de Pinos, ni la irregularidad de las visitas familiares ni las celdas de castigo sin luz, ni las insinuaciones a las esposas sobre la supuesta infidelidad de sus maridos; en fin, ni torturas ni mentiras ni bajezas lograron lo que el régimen buscaba: la derrota moral del presidio político.
Al final, tuvo que ceder. Mediante un programa de trabajo en el sector civil de la economía, la mayoría de los presos políticos fueron liberados antes de que cumplieran sus sentencias —Lino entre ellos— sin someterse a la llamada rehabilitación política exigida por el régimen.
Cuando se casó con Lino, Emilita tenía 19 años y, sin la revolución, casi seguramente no hubiera sido sometida a pruebas tan brutales. El propio Lino se asombraba por la fuerza que desplegaba ante cada dificultad. Inicialmente, quizás Emilita apoyaba a Lino por su deber de esposa. Muy pronto, sin embargo, asumiría la política por cuenta propia.
En el exilio, Lino y Emilita se insertaron en las corrientes en favor de un verdadero diálogo, la reconciliación y la paz entre todos los cubanos. De ahí su participación en la Plataforma Democrática y el Comité Cubano por la Democracia en los noventa: la primera agrupaba a representantes de la democracia cristiana, el liberalismo y la socialdemocracia con miras a un diálogo serio con La Habana; el segundo, a cubanoamericanos que favorecíamos un cambio en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Sin embargo, la Coordinadora Social Demócrata fue la que movilizó el mayor y más constante compromiso de Lino y Emilita.
Su participación activa en estas iniciativas tenía un peso moral indudable: pese a los años en presidio y al sufrimiento familiar, ni Lino ni Emilita albergaban odio ni rencor. Para ellos, no había cabida alguna para la venganza, sino todo lo contrario: dedicaban su vida a la reconciliación entre los cubanos de todas las tendencias.
De hecho, Emilita mantenía el enlace telefónico con los socialdemócratas en la Isla. En un mensaje a Lino, Manuel Cuesta Morúa comenta "la generosidad, suavidad y solicitud de Emilita con y para sus amigos". Continúa: "Personalmente la conocí y su bella impresión me acompañó a mi regreso a Cuba en el año 2000. Leonardo anda, como yo, algo deshecho, sin su gracia acostumbrada y con el dolor de perder una amiga a la que siempre tendremos en la memoria. Aquí en Cuba la recordaremos de mil maneras y sólo nos espera acompañarlos hoy y mañana en nuestras condolencias hacia una familia que siempre admiraremos y que, de algún modo, envidiamos por su fortaleza y unidad".
Leonardo Calvo Cárdenas, con quien Emilita hablaba a menudo, aunque no llegó a conocerla porque el permiso de salida le fue denegado, nos dice en el número 38-39 de la publicación Consenso: "Nuestro andar por la vida no va a ser el mismo sin Emilita; sin embargo, el tributo a su entrega de tantos años y a su memoria nos compromete a llevar hacia delante la obra que ella enalteció con tanto calor y entusiasmo. Emilita nos enseñó como nadie el valor sublime de las cosas sencillas, y hoy la vida nos impone la prueba más difícil: tratar de aprender a vivir sin ella, o a vivir con ella de otro modo, para ser dignos de su legado de ternura infinita, altruismo sin límites e integridad sin fisuras, y demostrarle por siempre que tanto, tanto amor, sólo con amor se paga".
La fe católica
La Cuba de Lino y Emilita se asentó mayormente en el exilio, si bien no pocos fueron presos políticos o murieron en el paredón. Además de la familia en grande, los compañeros de Lino de la Agrupación y del MRR, las compañeras de Emilita de la Merici Academy y un sinnúmero de amistades, de entonces y ahora, desbordaron la Funeraria Ferdinand y la iglesia Saint Raymond. El padre Llorente ofreció la homilía en la Misa de Resurrección.
Lino y Emilita son también parte de la Cuba católica en la Isla hoy. Entre esa Cuba y la que se estableció en el exilio han surgido un sinfín de nexos basados en la fe, la hermandad cristiana y la solidaridad cubana. De visita en Miami, monseñor Pedro Meurice Estíu, arzobispo emérito de Santiago Cuba, visitó a Emilita en el hospital.
Conocí a Emilita en 1975, en casa de mi prima, en La Habana. Aunque seguía preso, Lino ya había pasado lo peor del presidio. Yo era joven, apoyaba la revolución y, por consiguiente, carecía de la sensibilidad para entender lo que había padecido Lino o para reconocer la generosidad de Emilita al aceptarme tal y como yo era entonces. En 1978 conocí a Lino, libre al fin, y pasé una tarde con ellos y mi prima en La Habana.
Hace unos años, a raíz del grupo de trabajo Memoria, Verdad y Justicia, Lino, Emilita y yo conversamos mucho sobre el historial de violaciones de los derechos humanos y cómo una Cuba democrática debía enfrentarlo. En 2003, sacamos el informe Cuba, la reconciliación nacional.
Cuando reuní a los integrantes de Memoria, Verdad y Justicia, sabía que estaba pisando un terreno delicado. Sin embargo, no había advertido que ese terreno estaba también dentro de mí. Aunque ya hacía mucho que había dejado de apoyar a la revolución, al parecer, no había reconocido emocionalmente la totalidad de sus costos humanos. Hacerlo fue una liberación lograda, en buena medida, gracias a Lino y Emilita.
A fines de septiembre, tenía que viajar a Oxford a un seminario sobre América Latina. Desde su enfermedad, visitaba a Emilita a menudo, en su casa o en el hospital. Siempre me agradecía las visitas e, invariablemente, le contestaba: "Vengo a verte por ti, pero también por mí". Durante mi estancia en el Reino Unido, me sobrecogió una suerte de epifanía. A través de Emilita sentía la gracia de Dios. Llegué a Miami un lunes, fui a mi casa a refrescarme y salí para el hospital. Quería decírselo pero no pude por su deterioro físico. Así pues, queridísima Emilita, ya ves que la agradecida por siempre seré yo.
* Sin el libro de Kay Abella, Fighting Castro: A Love Story (WingSpan Press, 2007), no hubiera podido redactar este artículo. Para Emilita, la publicación de Fighting Castro fue un regalo inesperado que la llenó de alegría.
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