La fijeza reveladora (II)
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Reflexiones y escolios en cuatro partes a propósito de Los últimos días de Batista. Contra-historia de la revolución castrista, de Jacobo Machover
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Por Alejandro González Acosta
Ciudad de México
27/02/2019
Uno de los eslabones más resistentes de esta cadena de falsedades, y de los más antiguos, es la caracterización de Batista como “el malo de la película”, “el enemigo perfecto”, “el más odiado”, “el villano más atroz”, “el modelo de la perversión” y el “monstruo por excelencia”; en realidad, esta construcción comenzó desde antes que Castro monopolizara el poder, y sus inescrupulosos creadores no fueron por siempre sus más fieles y eternos colaboradores incondicionales. Ciertamente, la raíz de estos males se afincó desde mucho antes y por diversos personajes, quienes, envidiosos o insatisfechos de sus apetitos, vendidos o cómplices ingenuos, fueron levantando el pedestal de la horca sin percatarse que ellos también penderían algún día de ella. El maniqueísmo bipolar aplicado ha sido tan útil para Castro, como lo fue, si vamos al real origen de la práctica, para los maestros del sistema, Joseph Goebbels y Willi Münzenberg, esos dos grandes seductores de multitudes e intelectuales útiles.
El abuso castrista contra los niños no empezó con la “Operación Pedro Pan”, los adoctrinados pioneros o la Masacre del Remolcador 13 de Marzo: aunque su propia familia fue protegida expresamente por Batista, mientras Castro estuvo en una cómoda cárcel condenado por sedición y aún durante su insurrección, los hijos de su contrincante desplazado fueron perseguidos y vituperados por él y sus seguidores dóciles y complacientes, rabiosos y adocenados, cuando fueron agredidos al llegar dos días antes de la caída del Gobierno cubano a Nueva York, según recupera el conmovedor testimonio de Roberto “Bobby” Batista, que integra Machover en su libro.
Al llegar al destierro, los hijos de Batista fueron víctimas totalmente inocentes, como recuerda Machover, del “primer acto de repudio revolucionario”, esos “minutos de odio orwellianos”, inocultables abuelos de los actuales escraches podemitas hispanos. En las primeras horas del 30 de diciembre de 1958, cuando llegaron a Estados Unidos, ya los esperaban las sedientas hordas castrófilas en el aeropuerto, para agredirlos, regocijadas con su inminente victoria, que celebraban eufóricamente.
Tal parece que Fidel Castro, en su obcecado redentorismo purificatorio e incendiario, nunca entendió y menos aún aceptó, que pudiera haber alguien que no quisiera participar en su empresa utópica. No podía concebir que nadie se le negara para ser parte de sus huestes que construirían el futuro sólo por él concebido. Partir o negarse no podía asumirlo sino como traición, a él y, en su persona, a la misma patria encarnada (que para él eran lo mismo). Es revelador que con el tiempo dejó de referirse a
“Cuba”, para reducirse sólo a un concepto prefabricado por él a su imagen y semejanza, la sempiterna “Revolución”, su revolución, la de él y nadie más.
Asombrosamente, para los republicanos Eisenhower y Nixon, Batista era un “socialista” y un “dictador”, y hasta había sido aliado (coyuntural) de los comunistas cubanos. Y, en cambio, Castro era —en el principio— un “liberal idealista” (luego al menos Nixon rectificó, pero ya era tarde), un “Robin Hood del Caribe”. De ahí el mortal embargo de armas y el irresponsable abandono de Batista por el Gobierno de Estados Unidos en marzo de 1958, lo cual fue mucho más demoledor y decisivo que cualquier otro golpe militar de los insurrectos contra la república cubana. Ya fue muy tarde cuando Eisenhower revisó su juicio sobre Fidel Castro, y su desplante de no recibirlo, sólo aumentó la popularidad de éste, al quedar como víctima del victorioso militar estadunidense: así comenzó el mito del David caribeño enfrentado al Goliat americano, que se ha implantado tan hondamente en el inconsciente colectivo mundial.
Una de las figuras más tenebrosas y retorcidas, y que ha sido absuelta cegata e irresponsablemente por la historia elaborada a partir de los turiferarios, es la de Ramón Grau San Martín, el peor traidor a la causa cubana de todos los tiempos; vaselinoso, ambiguo y hasta feminoide, dos veces faltó a su palabra empeñada y empujó al país hacia el desastre final, atendiendo sólo a su resentimiento y frustración. Su inopinado desistimiento para competir en las elecciones de 1954 y 1958, apenas unos pocos días antes de los comicios, fue un boicot irresponsable contra el único mecanismo entonces posible para encontrar una solución pacífica a la guerra civil. Ese contubernio fue generosamente premiado, al permitírsele acabar sus días sin ser molestado en su opulenta residencia de la Quinta Avenida en Miramar, a la que se refería modestamente como “La Chocita”.
Castro aprendió muy bien de los errores de Batista: por eso él no los repetiría. Jamás le tembló la mano para reprimir sin piedad, ni compasión (vocablo que reveladoramente nunca aparece en su léxico personal, aunque forma parte del Himno del 26 de Julio), ni menospreció al más ínfimo de sus adversarios: los aplastó a todos, lo mismo familiares, que amigos y compañeros de infancia.
Desde la famosa entrevista con Herbert Matthews para acá, Castro fue el campeón de la propaganda, pero aún antes, con la fantochada de la Campana de la Demajagua, su desempeño en el Colegio de Dolores, en El Bogotazo, y en el mismo Asalto al Cuartel Moncada, fue siempre un hábil manipulador. Todos estos fueron “golpes de efecto” aplicados desde muy temprano para la exaltación de su ego hipertrofiado, construyendo precozmente un futuro perfil heroico. Esa personalidad patológica marcó el devenir de su país, de tal suerte que su historial clínico sería tan útil para los historiadores como su biografía política e ideológica, y hasta podrían intercambiarse, según ya apuntó alguien.
Nadie que pudiera competir con él prevaleció en el entorno de Castro. Como el frondoso baobab, ninguno pudo crecer bajo su sombra: el mismo José Antonio Echeverría era tan protagónico como Fidel Castro, y de haber sobrevivido a sus aventuras terroristas, el choque futuro entre ambos era inevitable, pero una vez más el destino favoreció a Castro: la Parca apartó a Manzanita del camino para no estorbar el vertiginoso ascenso al poder del biranense.
Lector asiduo de Primo de Rivera y Mussolini, pero en especial de Maquiavelo, para quien “el fin justifica los medios”, Castro introdujo en la lucha política elementos antes desconocidos, como el secuestro de aviones y personas, que después crearían una calamitosa secuela: valga recordar que el corredor de autos Juan Manuel Fangio no fue el único secuestrado (23 de Febrero de 1958) por las células terroristas del Movimiento 26 de Julio: el mismo año, un comediante, también argentino, el
popular Pepe Biondi, fue raptado en las cercanías del Edificio Focsa, cuando Castro dictó la proclama “ni una fiesta ni una risa”, para impedir la celebración del 4 de Septiembre batistiano. Bombas en cines y cabarés se convirtieron en sucesos de siniestra cotidianidad dentro la pelea sin cuartel desatada por Castro.
La historiografía oficial da por sentado el triunfo del candidato Roberto Agramonte por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en las elecciones generales de junio de 1952, interrumpidas por el golpe de Estado del 10 de Marzo realizado por Batista, pero actualmente esta afirmación resulta muy cuestionable. Se afirma, sin sustento sólido, que Batista dio el golpe de Estado porque sabía que perdería en las elecciones unos días después”. Esa es hoy una aseveración gratuita y sesgada, pero que ha gozado de fortuna historiográfica por ser incansablemente repetida.
La industria de la publicidad en Cuba, iniciada tempranamente desde 1907 con la Liga Cubana de Publicidad fundada por Walter Stanton, y que para los años veinte contaba con dos compañías establecidas como la Havana Advertising y la Tropical Advertising, ya para el 8 de marzo de 1935 agrupó a los profesionales en la Asociación de Anunciantes de Cuba y existían formaciones gremiales como la Asociación de Agencias de Anuncios (AAA), y la Asociación Nacional de Profesionistas Publicitarios (ANPP), y ya en 1945 se estableció la Escuela Profesional de Publicidad, pero esta intensa actividad estaba referida a la publicidad comercial, pero no existía un auténtico marketing político, y lo que se hacía en las campañas electorales eran las formas más precarias y elementales de la propaganda política casera, con carteles, anuncios, volantes, bisutería diversa y pegajosas canciones (las congas, para las cuales no desdeñaban colaborar hasta músicos de renombre como el jingle de Carlos Prío obsequiado por Osvaldo Farrés), pero no existía en Cuba —como tampoco en Estados Unidos aún— un estudio científico del mercado y las preferencias políticas, y todo se fiaba al “olfato” y a la “intuición” de los actores contendientes.
En 1952, 1954 y 1958 tampoco había verdaderas encuestas de opinión y de intención de voto, con métodos profesionales como aspiran a ser las actuales, elaboradas por casas especializadas y de prestigio, y con amplias muestras estadísticamente representativas. Los análisis demoscópicos estaban aún en pañales para esa época, y los “estimados” existentes eran sólo “a ojo de buen cubero”, o las parcializadas y muy sesgadas “encuestas”, elaboradas y publicadas por la claramente tendenciosa y muy antibatistiana revista Bohemia, en manos de su polémico y ambiguo director-propietario Miguel Ángel Quevedo, de triste memoria, quien terminó abjurando de sus pasados errores y suicidándose, aunque tratando de lavar el grave daño que había ocasionado a Cuba con su decisivo apoyo a Castro. Quevedo, intentó después descargar parte de su responsabilidad al acusar de
deslealtad a su mano derecha, el “dipsómano” (así lo llamó) Enrique de la Osa, autor de la célebre mentira de “los 20 mil muertos de Batista”, que todavía sigue apareciendo en las páginas oficiales castristas. Esta colosal mentira se ha asumido como verdad indiscutible, confirmando aquella frase de Goebbels que cuanto más grande es el infundio, más fácilmente será aceptado.
Sin embargo, nadie ha reparado en un hecho sobre esto: en estos 60 años de dictadura y propaganda activa, el régimen cubano nunca ha publicado un libro donde aparezcan esos “20 mil mártires”, aunque ha tenido a su completa disposición investigadores, empleados, archivos, testimonios, partes médicos e informes de nosocomios suficientes para documentar su acusación, y tampoco ha editado un libro donde aparezcan todos “sus” mártires, pues quedarían atrapados flagrantemente en su mentira. Contando con todos los medios a su alcance, el régimen cubano ha sido incapaz de ejecutar lo que el exilio sí ha realizado, sin apoyos ni recursos, con el formidable Archivo Cuba, registro serio y puntual, profesionalmente documentado, contrastado y actualizado, de todas las víctimas del castrismo, fundado en Washington en 2001 como una iniciativa del Free Society Project, Inc. por Armando M. Lago (1939-2008) y María C. Pino Cañizares (1934-2008), entre otros, y continuado en la actualidad por una junta directiva presidida por María C. Werlau. Allí aparecen, con nombres y apellidos y con al menos dos de sus fuentes, 7.173 muertos y desaparecidos imputados a Fidel Castro hasta su muerte el 25 de noviembre de 2016, según cita Werlau en su artículo “Castro superó a Pinochet” (El País, 4 de diciembre de 2016).
Otros publicistas muy populares como José Pardo Llada, Luis Conte Agüero y Luis Ortega Sierra, también incurrieron en esa actitud de ingenua complicidad en el mejor de los casos, aunque —como reveló el propio Batista— aceptaban de buen grado sus “donativos”, y alguno hubo que hasta le reclamó que ese dinero obsequiado “no le alcanzaba para un viaje a España con su mujer”. Sin embargo, “jalaron soga para su pescuezo”: después de sus servicios con el micrófono en favor de Castro, éste se lo arrebató para quedárselo él solo. Creo revelador el hecho que tanto Pardo Llada como Ortega Sierra, después de un largo exilio, fueron tan inescrupulosos de visitar a Cuba y ser amistosamente recibidos por el propio Fidel Castro. A la larga, amarga lección de la historia, sólo fue el repudiado Otto Meruelo quien único dijo la verdad desde el principio, aunque fue calificado —y condenado— como calumniador y pluma vendida del régimen batistiano, y sufrió 18 años de dura prisión (la condena fue de 30), antes de poder salir al exilio. Raúl Castro lo consideró su “preso personal”, pues nunca le perdonó que lo llamara “la china de los ojos tristes”.
Este trabajo es publicado en entregas consecutivas. La tercera parte del texto aparecerá mañana.
© cubaencuentro.com
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Fidel:”La Historia no te absolverá”
Por Enrique Meneses
No consigo evitar la comparación de vuestra historia inicial, la tuya,
la de Raúl y la de tantos otros, con la de los que disienten en la
Cuba de hoy. Un incruento golpe de Estado de Batista, en 1952, te
empujó a alzarte en armas contra el dictador que violentaba la
Constitución.
El
26 de julio de 1953, era domingo y doscientos hombres bajo tu mando se
disponían a asaltar el Cuartel Moncada de Santiago de Cuba
aprovechando que buen número de soldados andaban bebidos por las
fiestas del apóstol, patrón de Santiago de Cuba. Hubo muertes por ambos
lados y el asalto terminó en un fracaso. Los supervivientes quedaron
en manos de Batista. En el juicio proclamaste que “la Historia te
absolvería”. Ahora, existen serias dudas.
Con
aquellos antecedentes, deberíais haber sido más magnánimos con los
presos de la Primavera Negra a la que quisisteis dar un escarmiento.
Fundador de Alternativa Republicana, el albañil Orlando Zapata Tamayo
se convertía en un enemigo del pueblo por no plegarse a las consignas
del régimen y querer pensar por sí mismo. ¿
Por qué no expulsasteis a los presos de conciencia como hizo Batista con vosotros?
Le habéis dejado morir en su huelga de hambre de 86 días. En todo país
civilizado, “es un delito no prestar asistencia a persona en peligro
de muerte”. Os dije que hicisteis mal en no dejar salir a Yoani Sánchez
para recibir su Premio Ortega y Gasset. Ahora habéis rizado el rizo.
Muchos creíamos en la posibilidad de una Transición pacífica. Hoy dudo
que sea posible. En cualquier caso, otro ilustre gallego, Francisco
Franco, afirmaba haber dejado todo “atado y bien atado”, no creáis que
vuestros nudos van a ser más fuertes y duraderos.
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Nota de Chomy Garcés
No
se si recuerdan que el escritor español Enrique Meneses (hoy con 80
años), por el año 1957, y trabajando para la revista francesa Paris
Match, se fue a Cuba y subio a la Sierra Maestra, donde estuvo viviendo
con los rebeldes por espacio de 4 meses.
A
su regreso, el escritor publico todas sus experiencias en la famosa
revista francesa y logro con eso, que el mundo entero conociera y
admirara a la Revolucion Cubana que se gestaba.
Meneses se habia mantenido muy apegado a su admiracion por Fidel Castro y su revolucion a lo largo de todos estos años.
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Comentario por Enrique Meneses
Salva,
hace años que nos conocemos y sabes que distingo muy bien entre una
huelga de hambre y la eutanasia. Yo estoy por la libertad del enfermo
terminal a la hora de despedirse de una vida sin solución médica. Lo de
Orlando Zapata es una pasada porque el Estado cubano debería haber
impedido esa muerte como en
España impedimos la de De Juana Chaos. El
suicidio está prohibido en casi todas las constituciones así es que es
obligación de las autoridades impedirlo.
Hablas de Batista sin tener
más referencia que lo que dicen los castristas, la mayoría de los cuales
no vivían entonces. Yo estuve 11 meses en la isla (mayo 1957-marzo
1958) de los que 4 en Sierra Maestra así es que veía como se vivía en
Oriente y en La Habana. El pueblo no pasaba hambre, te lo puedo
asegurar. La represión empezó con el desembarco de Castro en el Granma en
Niquero.
Comentario por Enrique Meneses .
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Tomado de http://www.nuevoaccion.com/
DEBATE: BOHEMIA, QUEVEDO, Y EL REVISIONISMO HISTÓRICO
Por: Dr. Antonio de la Cova
(Autor y profesor universitario de Historia)
Discrepo
de la revisión histórica que ha hecho la viuda de Carlos Castañeda
sobre su esposo y la revista “Bohemia”. Miguel Angel Quevedo heredó de
su padre la dirección de dicha publicación. Si Quevedo se dejaba
presionar por su empleado Enrique de la Osa, debió haber sido por sus
debilidades morales y hormonales.
En el libro de Norberto
Fuentes, “Hemingway in Cuba”, páginas 249-51, señala lo que es de
conocimiento público: Quevedo era un notorio homosexual, "orgulloso de
que ninguna mujer había entrado en su finca," donde semanalmente daba
fiestas y escandalosos bacanales.
Todos los redactores de
“Bohemia” fueron fervientes partidarios de Fidel Castro. Después del 1
de enero de 1959, perdieron toda objetividad periodística para
convertirse en propagandistas revolucionarios. Entre los reportajes
falsos que publicaron estaba el de "Mas de veinte mil muertos arroja el
trágico balance del régimen de Batista."
http://www.latinamericanstudies.org/cuba/Bohemia-1-11-59-180.jpg
El
ex presidente Ramón Grau San Martín fue quien primero lanzó esa frase
que “Bohemia” dio como verídica, a pesar de que la lista de muertos que
publicaron no llegaba a mil. “Bohemia” nunca hizo un esfuerzo serio por
obtener la verdadera cifra, como luego efectuó el Dr. Armando Lago.
Otro reportaje de "Bohemia" titulado "El Padre le Daba los Cráneos de sus Victimas Para que Jugara" (enero 11, 1959)
http://www.latinamericanstudies.org/cuba/cesar-necolardes.jpg
fue
completamente ficticio. La foto del entonces niño César Necolardes
Moreno había sido tomada en los 1940s en el Museo Antropológico Montané,
en la Universidad de la Habana. Se nota que dos de las calaveras en la
foto reposan sobre un mapa de Cuba. En 1959, las mismas maestras que más
de una década antes habían llevado al niño en una excursión estudiantil
al museo, le escribieron a Quevedo para que rectificara, pero éste se
negó hacerlo. En "Bohemia" jamás apareció ninguna nota de rectificación
sobre ningún tema, algo que es común, aunque no frecuente, hasta en los
grandes rotativos norteamericanos.
Hace dos años, mientras mi
esposa trabajaba en un proyecto de antropología física en el museo
Smithsonian en Washington, le enseñé la foto de los cráneos en la foto
de "Bohemia", a los doctores forenses Douglas Owsley y David Hunt, dos
de los más reconocidos expertos en a
ntropología física en EE.UU. Ambos concluyeron que las calaveras en la foto eran piezas de museo de mucha antiguedad.
( Miguel Ángel Quevedo y Fidel Castro en 1959 cuando eran amigos )
Lo
de "Bohemia" no fue periodismo, fue propagandismo, como vemos en este
artículo de Carlos Castañeda, citando una serie de mentiras de Fidel
Castro, incluyendo una donde dice: "Somos amigos de los Estados Unidos."
http://www.latinamericanstudies.org/cuba-news/Bohemia- Castaneda.jpg
En
la revista "Bohemia" jamás apareció ni la más leve crítica contra Fidel
Castro. Después del 1 de enero de 1959, se justificó en “Bohemia” el
terrorismo indiscriminado de bombas y asesinatos que el Movimiento 26 de
Julio utilizó para llegar al poder. Hasta el secuestro de Juan Manuel
Fangio se convirtió en una epopeya gloriosa.
En 1984, cuando
Agustín Alles era director de noticias de la WRHC, me invitó a su
programa de radio. Me dijo que cuando él era redactor de “Bohemia”, fue
el primer periodista en subir a la Sierra Maestra y se dio cuenta de que
los rebeldes eran comunistas. "Allí vi que daban clases de comunismo,"
me afirmó. Le pregunté: "¿Por qué no denunciastes eso?" Me respondió:
"¿Estas loco? Me hubieran acusado de Masferrerista. Me hubiera tenido
que exiliar." Le dije: "Acabastes por exiliarte." No me contestó.
Aprecio a Agustín, pero figura entre los revisionistas que como la viuda
de Castañeda, quieren tergiversar la historia de la verdadera
responsabilidad que tuvo "Bohemia" en llevar a Fidel Castro al poder.
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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano de
fecha 23 de octubre de 2005.
Les diré que había leido en Cuba algunos fragmentos de esta supuesta última carta de Miguel Angel Quevedo, exdirector de la revista Bohemia, pero nunca había tenido la posibilidad de leerla completamente. La mencionada carta es un llamado a cada uno de nosotros al DISCERNIMIENTO y a la RESPONSABILIDAD, en los diferentes papeles que desempeñamos en esta vida. Si no fuera porque esa carta fue motivada por situaciones y causas que llevaron al suicidio de un ser humano, sería una carta mejor recibida, aunque les confieso que yo realmente recibí un fogonazo de alegría al leerla, ya que su contenido tan esclarecedor, y tan bien expuesto es impresionante; más aún, cuando sabemos que fue escrito en situación límite. La única observación que yo le hago a esa carta es que no matizó las culpas, pero para un sincero suicida que lo va a dejar todo, en particular la vida, es totalmente excusable ese olvido o el dejarle esa tarea a otros menos implicados para que no se pudiera interpretar ese tamizars como una manera de esquivar parte del peso de su admitida culpabilidad. Todos sabemos que la culpa no ha sido la misma para todos: algunos " tienen la culpita y otros la culpona" como dice la vieja guaracha cubana, Quevedo lo sabía.
Miguel Angel Quevedo valientemente admitió que no supo reconocer al peor entre Scila y Caribdis. Desde hace muchísimos años, aún después de leer fragmentos de su otra carta de despedida ( la carta de despedida de BOHEMIA), tuve mis resentimientos hacía Miguel Angel Quevedo, y hacia otros muchos intelectuales, por no advertirnos y no hablarnos de los métodos cautivadores y atractivos que tienen diferentes personas e ideologías para atraparnos en sus redes;
estábamos esperando un oso rojo parado en sus patas traseras con sus colmillos chorreantes de sangre y con la oz y el martillo en su pecho y se nos apareció un supuesto Rey Mago o Robin Hood, blanco, barbudo, vestido de verde olivo de perfil griego con medallita de la Caridad del Cobre en su pecho y paloma blanca posada en su hombro que nos repartía las riquezas de explotadores y cómplices de asesinatos. No se nos dijo del pasado pandillero de ese individuo y que todo había sido un montaje y trampas habilmente realizadas para engañar a todo un pueblo; caimos en la trampa como muchos indios cayeron ante los primeros descubridores y colonizadores y los que no caimos en la trampa, caimos por la espada de ese régimen esclavizador de pueblo. Posteriormente entre 1959 y 1960, cuando ya era tarde, se expusieron analizaron adecuadamente esos sistemas, por ejemplo en algunas cartas pastorales de obispos cubanos y en debates publicados en Bohemia como el llevado a cabo entre el Dr. Carlos Rafaél Rodríguez y el Dr. Valdespino sobre el comunismo.
Estos 46 años han demostrado que con esquemas y maniqueísmo podemos quedar atrapados largo tiempo en un sistema político cerrado a la información y a la libertad, Paradójicamente la historia cubana anterior a 1959 nos muestra que el maniqueímo y el esquematismo informativo no nos evita caer en "falsos mesianismos" en sistemas abiertos o con ciertas aperturas pues los perversos aprovechan las oportunidades que les brinda los espacios, más grandes o más pequeños, de libertad y democracia existentes en esos sistemas para promoverse e instalarse, despues de lo cual se adueñan o cierran todos los espacios . La perversidad no desperdicia oportunidades.
Algunos factores y personas, aún hoy en día, no admiten que se equivocaron y apostaron por el peor caballo; esa soberbia es aún más grave cuando su miopía provocó la muerte de muchas personas, la mayoría jóvenes, para instalar un régimen peor que el que estaban derribando. Dios seguramente le perdonó a Miguel Angel sus errores, su suicidio y sus pecados de vida disipada. Ante este sincero y desgarrador arrepentimiento y acto de contricción no hace falta Purgatorio. El infierno ya lo pasó en Vida.
Todavía Dios espera por el arrepentimiento de muchos de esos soberbios.
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Carta de despedida de Miguel Ángel Quevedo de la Lastra
Miami, Florida 12 de Agosto de 1969
Sr. Ernesto Montaner.
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta, ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado -!al fin!- sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965. ¿Te acuerdas? Ese día entraste en mi despacho a entregarme un artículo tuyo. Conversamos un rato. Pero notaste que yo estaba ausente del diálogo.
Me viste preocupado, triste, muy triste y profundamente abrumado. Y me lo dijiste. Pensé en mi hermana Rosita, a quien adoro y se me llenaron de lágrimas los ojos [..] Te confesé que en el momento que llegaste a mi despacho, estaba pensando darme un tiro en la cabeza. Y hasta te dije que mi única preocupación era Rosita, que me viera tirado en el suelo sobre un charco de sangre. No quería dejarle esa última imagen, habiendo decidido - y también te lo confesé suicidarme acostado en el sofá para que, al verme, tuviese la impresión que dormía.
Recuerdo la expresión de pena y asombro que había en tu cara. Te levantaste. Fuiste a mi escritorio y le quitaste las balas al revólver. Y allí, sentado en la silla del escritorio me dijiste: "Estás loco, Miguel, estás loco" . Me hablaste de Dios. De la perdición eterna de mi espíritu. De la brevedad de la vida. De la falta que yo le haría a Rosita, dejándola sola en el mundo. Me hablaste de veinte cosas. Y viendo que me resbalaban, me amenazaste con llamar a Rosita y a todos los empleados de Bohemia para enterarlos. Te supliqué que no lo hicieras. Comprendí la responsabilidad que mi confesión te habría echado encima. Y te juré por la vida de Rosita que no lo haría.
Convencido que me habías desviado del propósito - al menos por el momento -, saliste de mi despacho. Te encontraste a la salida con Agustín Alles y se lo contaste. Y tú y Agustín se fueron a ver al doctor Esteban Valdés Castillo. Me llamaron de la casa de Valdés Castillo y me pusieron al habla con él. Un gran médico de excepcional talento. Quiso verme con urgencia, pero no nos vimos. Lo que hicimos fue hablar mucho por teléfono. Cuando no me llamaba él a mi, lo llamaba yo a él. Pero hablábamos todos los días. Con quien jamás volví a hablar jamás fue contigo. Perdóname, pero pensé que habías hecho mal al divulgar algo que yo te había dicho a ti amistosamente, en un momento de flaquezas. Y no volvimos a tener comunicación hasta hoy, en que ni tú, ni Agustín Alles, ni Valdés Castillo, ni nadie me hubiera impedido llevar a vías de hecho mi determinación. Estás, pues leyendo, la carta de un viejo amigo, muerto. Valdés Castillo tenía razón cuando afirmaba que la idea del suicidio pasaba por la mente del paciente en forma de círculos, que cada vez se iba reduciendo hasta convertirse en un punto. Mi punto llegó.
Sé que después de muerto lloverán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como "el único culpable" de la desgracia en Cuba. Yo no niego mis errores ni mi culpabilidad, lo que si niego es que fuera "el único culpable". Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas, que llenaban mi mesa de artículos demoledores contra todos los gobernantes, buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme de los "oposicionistas sistemáticos". Uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviera realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos, o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas conocieron la hoja penal de Fidel, su participación en el Bogotazo comunista, el asesinato de Manolo Castro, y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó le Ley de Amnistía. Y los comentaristas de radio y de televisión que lo colmaron de elogios. La chusma que le aplaudió deliradamente en las galerías del Congreso de la República. Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió "los veinte mil muertos". Invención diabólica del diplomado Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones militares en la Sierra Maestra.
Fueron culpables los curas de sotana roja que mandaban a los jóvenes para la Sierra Maestra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respalda a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.
Fue culpable Estados Unidos de América, que se incautó de las armas destinadas a las Fuerzas Armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el State Department, que apoyó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables Gobierno y la Oposición, cuando el Diálogo Cívico, por no ceder a llegar a un acuerdo, decoroso, pacífico y patriótico. Y los infiltrados por Fidel Castro en aquella gestión, para sabotearla y hacerla fracasar, como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que, como Bohemia, le hicieron el fuego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión.
Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro que nos faltaba la lección increíble y amarga: que los más "virtuosos" y los más "honrados", eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en día muy difíciles. Como Rómulo Betancur, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa "Izquierda Democrática" que tan poco tiene de "democrática" y si de "izquierda". Todos, deshumanizados y fríos, me abandonaron en la celda. Cuando se convencieron que yo era anticomunista, me demostraron que eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del tercer mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojala mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden, aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas, no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para los millonarios no den más sus dineros a quienes después les despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradas de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie a esos voceros del odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce, cuando dijo: "Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano"
Adiós. Este es mi último adiós. Y le dije a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que yo he hecho.
Miguel Ángel Quevedo
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