Luis Cino Álvarez desde Cuba: La Papafobia
La Papafobia
Por Luis Cino Álvarez
Jueves, 29 de Marzo de 2012
Cuba actualidad Arroyo Naranjo, La Habana, (PD) La semana pasada, luego de la invitación cardenalicia para que la policía política desalojara por la fuerza a los trece disidentes que ocuparon por más de 48 horas la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en Centro Habana, expresé el bochorno que sentía por la actitud de la jerarquía eclesiástica.Pero eso no quiere decir que yo, que apenas puedo llamarme católico porque lo soy casi por inercia, por costumbre o porque no puedo vivir sin creer en algo, me vaya a montar en la ola anticlerical y anticatólica en la que muchos se montan por estos días, a propósito de la visita del Papa Benedicto XVI.
Cada cual tendrá sus motivos para sumarse a la ola y la papafobia. Están los no creyentes, ateos y agnósticos, y los que tienen otros credos. Los que sienten impotencia ante tanta calamidad, desesperanza y desfachatez y se sienten abandonados hasta por la mano de Dios y los que dicen ser sus representantes. Los que se sienten decepcionados porque la jerarquía católica olvida la función social de la iglesia y a cambio de migajas, se dedica a hacer mala política. Quienes esperan, no se sabe por qué, lo que no hay que esperar del Papa, un milagro, en estos tiempos que es sabido que no son de milagros.
Los entiendo perfectamente. Lo que no puedo entender es el irrespeto, la intolerancia, el oportunismo político y los ministros de otros credos que tratan de traer agua por cauces torcidos a sus molinos -¿máquinas moledoras?- de la fe.
Así que advierto que no esperen de mí catilinarias ni un ultimátum antes de la Yihad contra Su Santidad. Como mismo no se me ve comulgar por las sacristías, tampoco voy a sumarme al coro de gospel de los predicadores que, a falta de mejores argumentos, hablan del Anti-Cristo, de Roma como si fuera la de los Césares y el Circo, y echan mano de citas bíblicas fuera de contexto o que se pueden interpretar según convenga a cada cual.
Tampoco me uno a los que por estos días enumeran la larga letanía de los viejos pecados históricos de la Iglesia Católica que todos conocemos, y que ahora resulta tan oportuna para validar los argumentos acerca de la complicidad de la jerarquía eclesiástica nacional con la dictadura. Me pregunto por qué son remisos a usar esa buena memoria en asuntos históricos también respecto a los pecados de Estados Unidos, de Europa, o de ese capitalismo que se hizo amasado con sangre y hoy en crisis, pero que creen a ultranza que es la panacea a todos nuestros males.
Ya me parece escuchar a los que hablarán con ironía o algo peor del daño que me hizo estudiar a Marx a la cañona. Les contesto recordándoles el daño que nos hicieron a todos con aquello de que "la religión es el opio de los pueblos" y otras pendejadas ¿leninistas? Miren cuán jodidos y desnortados nos tienen hoy a nosotros y a nuestros hijos.
Con tantos culpables como hay de nuestros desastres, sólo atinamos a exigir del Papa que vive en Roma lo que no somos capaces de hacer como pueblo.
¿Por qué la soberbia de creernos, como opositores, que tenemos el derecho de impedir a los católicos cubanos ser visitados por el Papa? Digan lo que digan, sí es numeroso el rebaño. Y no necesariamente es abiertamente opositor. La mayoría está loca porque se acabe la dictadura, pero no sabe como ni se atreve a decirlo claramente, casi ni a pensarlo, porque le han inculcado el miedo, no sólo a las represalias, las coacciones, los cuerpos represivos y las cárceles, sino también al cambio y a lo que vendrá después. La dictadura consiguió eso porque, entre otras cosas, durante décadas nos mantuvo alejados de Dios.
Se dice que los cubanos no son mayoritariamente católicos, sino santeros. Que sólo un 10% son católicos practicantes. Otros, conceptualmente menos ortodoxos, dicen que los católicos son más del 60% de la población. Lo cierto es que habrá muchos santeros (se calcula que un 70%), pero casi todos están bautizados, van a la iglesia, y si les preguntan, dicen que son católicos "a su manera". Justamente como yo. Y de esos habemos bastantes.
La actitud alcahueta del cardenal Ortega ya no es noticia. Respecto a con quién se debe reunir o no el Papa, no hay mucho que explicar. Benedicto XVI viene no solo en visita apostólica, sino también como jefe de Estado del Vaticano, que por cierto, es un estado totalitario como quiera que se mire. Aunque sus gulags y su policía política sean de tipo espiritual. Por mucho que nos disguste, el Papa se reunirá con el mandatario cubano. Puro protocolo. Si dedica unos minutos siquiera a las Damas de Blanco es una opción moral. Pero si no tiene por qué recibir a opositores, tampoco tiene que reunirse con Fidel Castro, que por estar retirado, es un ciudadano más –¿no es acaso el Compañero Fidel?- , por demás, excomulgado por la Iglesia Católica desde hace 50 años.
No tengo mucho más que decir respecto a la visita del Papa. Ni siquiera sé bien por qué me desgasto en escribir esto. Es sólo porque reventaría si no digo algo. Digamos que no me da la gana de quedarme callado ante tantos llamados oportunistas a incendiar los templos y curas-alguaciles que amenazan -¡ay, san Ignacio de Loyola!- con crear sus propias brigadas de respuesta rápida.
Sé que la visita del Papa Ratzinger poco aportará a la solución de nuestros problemas. Estuve hace 14 años, por primera vez parado en la Plaza de la Revolución, en la misa que dio allí Juan Pablo II. Por si no lo sabe el Departamento Seguridad del Estado fui uno de los varios centenares que gritaron ¡libertad! –aunque por la TV no se escuchara tan fuerte como hubiésemos querido, tal vez debido a ese viento misterioso que soplaba aquella mañana Pero que no se preocupen los segurosos, que en la misa habanera de Benedicto XVI –aunque me dejasen asisitir, que lo dudo- no pienso estar. ¿Para qué? Me conformo con la bendición que recibirá todo mi pueblo. Todos. También los que hoy padecen de Papafobia y de modo entusiasta e irresponsable practican surf en la cresta de la ola anticatólica. Supongo que coincidirán conmigo en que una bendición -y máxime en tiempos difíciles- nunca está de más.
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