Habla un allegado a Camilo Cienfuegos
(Testimonio de Carlos Fariña Vargas,)
(Osvaldo Sánchez Cabrera , uno de los agentes de la KGB o quizás del GRU (Inteligencia Militar de la URSS) en Cuba y uno de los jefes del brazo armado del Partido Socialista Popular ( uno de los nombres que tuvo el partido comunista de Cuba) al lado de Camilo Cienfuegos. Una de las versiones de la desaparición de Camilo Cienfuegos apuntan a Osvaldo Sánchez como ejecutor del asesinato de Camilo. Osvaldo Sánchez muere acidentalmente por ¨fuego amigo¨ cuando derribaron su avioneta cerca de Varadero. Nota del bloguista de baracutey Cubano)
Carlos Fariña Vargas, fotógrafo argentino, trabajaba en el diario La Prensa, de Lima, desde 1957. Un buen día se encontró con Agustín Tamargo, entonces subdirector de la revista cubana Bohemia, quien viajaba por algunos países de América Latina tratando de publicar trabajos que dieran a conocer la rebelión que tenía lugar en Cuba. Fariña supo así de las acciones contra el dictador Batista, del asalto al cuartel Moncada, y del alegato conocido como “La historia me absolverá”.
Al igual que otros, simpatizó con aquella joven revolución, y llegó a cooperar en algunas actividades que lo conectaron con el exilio cubano en Lima. Aquí conoció a Hilda Gadea, entonces esposa de Ernesto Guevara, y le tomó fotos a la hija de ambos. Una de esas fotos se la obsequiaría después al Ché.
A los pocos días de su llegada a La Habana en el año 1959, el jefe de la Revolución envió aviones de las fuerzas armadas a casi todos los países latinoamericanos para repatriar a los exiliados. Algunos presidentes de otros países también prestaron aviones con ese fin, como fue el caso de Honduras, de donde regresaron unos 200 cubanos. Perú fue el último país adonde se envió por exiliados cubanos, debido a presiones del Ché, quien vivía en Cuba con Aleida March y no deseaba un reencuentro con Hilda. Pero antes de terminarse enero llegó el vuelo desde Lima con los exiliados cubanos, y con dos latinoamericanos simpatizantes de la nueva revolución: Carlos Fariña y el periodista chileno Orlando Contreras.
La acogida en el aeropuerto de la fuerza aérea, en Marianao, al fondo del campamento de Columbia, fue muy efusiva y emocionante. Uno de los repatriados del mismo vuelo, con la espontaneidad característica de los cubanos, se llevó a los dos extranjeros a comer a su casa; allí durmieron y, al día siguiente, Carlos y Orlando se fueron caminando hasta el hotel Hilton, en el Vedado: un foco de ebullición desde donde el Comandante por esos días dirigía el país. Al llegar al hotel fueron directo al baño, para encontrarse nada menos que con Tamargo, que entonces dirigía el noticiero del canal 11. En esa primera visita al todavía hotel Habana Hilton, Orlando y Carlos quedaron muy impresionados al ver que en fecha tan temprana ya se transmitía televisión a colores en Cuba .
Se dirigieron los tres a buscar un hotel en la calle Prado, donde Agustín los presentó con Riera, un dirigente de la Asociación de Cafetaleros. Fue este señor quien, al saber que eran periodistas, decidió llevarlos con Camilo Cienfuegos, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde. Así que a las pocas horas de estar en Cuba conocieron al legendario guerrillero y le ofrecieron sus servicios. Cuando le presentaron al fotógrafo, Camilo soltó enseguida una de las suyas: ¡Coño, otro argentino más! ¡Si ya tenemos bastante con el Ché Güevara! (así decía, pronunciando la u). Y después de pocas palabras más, les dijo algo que nunca supieron si fue orden o ruego: ¡Encárguense del Negociado de Prensa y Radio!
Para ocupar esa responsabilidad se requería que fueran oficiales del ejército rebelde, y Camilo los propuso a ambos como Segundos Tenientes ante el presidente Urrutia, quien estaba encargado entonces de tales nombramientos; por supuesto Urrutia los nombró de inmediato. Orlando Contreras se iría después para la Voz del INRA, una estación de radio dedicada a informar sobre los logros de la Reforma Agraria, y con el tiempo llegó a ser un periodista muy conocido en la Isla.
Por su parte, Fariña en lo adelante estuvo siempre al lado de Camilo; andaba con él todo el día y todos los días, para arriba y para abajo, inspeccionando regimientos o simples puestos de soldados, en misiones y en transgresiones, y pudo conocer muy bien y admirar profundamente al hombre cuya valentía sólo era comparable a su simpatía. Casi se convirtió en su guardaespaldas.
Realizaron juntos un sinfín de correrías y trabajos por toda la isla. ¡Deja la cámara y agarra el fusil! —solía decirle Camilo. En broma, porque él también valoraba el trabajo del fotógrafo. Una vez, en Las Villas, llegaron a un puesto militar y Camilo, siguiendo lo que ya era su costumbre, entró por el fondo saltando la cerca de alambre de púas. A Carlos no le quedó otro remedio que seguirlo, aunque eso podía significar que las postas les dispararan. El único soldado presente, de guardia en la entrada principal, los reconoció enseguida. El jefe del puesto no estaba cumpliendo sus funciones, se había ido nada menos que para la playa. Camilo pidió el libro de partes, y escribió que aquel soldado que estaba cumpliendo su deber era ascendido a Teniente y por lo tanto quedaba al mando de la unidad, mientras que el Jefe de la Unidad era degradado. El teniente así castigado había peleado en la Sierra, y después, en La Habana, el Comandante le buscó un trabajo bien remunerado fuera del ejército. Camilo tenía unos principios de justicia firmes y transparentes —me decía Carlos, pensativo.
Fariña conoció a muchos de los hombres más allegados a Camilo. Por ejemplo, al jefe de su escolta, llamado Manolo. Había peleado al mando del héroe, y al parecer era tan arrojado como su jefe. Cuentan que en medio del fragor de la batalla solía pararse y gritarles a los soldados de Batista: ¡Casquitos, me van a coger la cabeza de la pinga!, llevándose la mano al sitio correspondiente. Tanto repitió eso, que le decían “Manolo Cabeza de Pinga”. Supo también Fariña que gran parte de la columna de Camilo fue enviada por Fidel en junio de 1959 a invadir Santo Domingo e iniciar la lucha guerrillera contra Trujillo (con la oposición, entonces todavía posible, de varios de los principales jefes revolucionarios). Buena parte de la columna desapareció, unos hombres muertos en combate y otros asesinados después de caer prisioneros.
Un día se encontraban en Bayamo, en una cantina, y Camilo le preguntó: Oye, Ché, ¿tú eres comunista? Carlos le respondió que no, y Camilo prosiguió: ¡Yo tampoco, y si esto se jode, agarro mis escopeteros y cojo p´al monte otra vez! No viviría lo suficiente para hacerlo. Ese día estaban en un grupo, y además es de suponer que frases como esa las dijo también Camilo en otros lugares, con otra gente. No estaba en su naturaleza ocultarse para hablar nada, menos ocupando la posición que tenía. Un artículo suyo que había salido en Bohemia era muy claro en cuanto a sus opiniones, radicalmente contrarias al comunismo y a lo que llamaba el imperialismo soviético.
En una oportunidad, avanzado ya el año 59, se encontraban en Varadero y recibieron la orden de presentarse en Santa Clara para participar en un acto en el Parque Central de esa ciudad. Camilo era de Yagüajay, un pueblo de esa provincia, donde además había alcanzado una de sus victorias más resonantes con el Ejército Rebelde; si era querido y admirado en toda Cuba, más lo era todavía en Santa Clara. Aunque salieron rápidamente, en un DC3 pilotado por quien entonces era conocido como El Casquito Lozano (ex piloto de Cubana de Aviación que en esos días manejaba el helicóptero de Camilo y después sería director de Aeronáutica Civil), llegaron tarde, porque se habían demorado en localizarlos. Eso no hubiese tenido mayor importancia, pero resulta que llegaron al acto en pleno discurso de Fidel, y cuando el pueblo reconoció a Camilo se volvió hacia él y corrió hacia el grupo que llegaba para vitorearlo, mientras Fidel seguía hablando para gente de espaldas que sólo se fue volteando a medida que Camilo se acercaba a la tribuna . El Gran Líder disimuló de momento el enojo. Pero después, reunidos en una casa de la ciudad (también estaba el Ché, que había hablado antes que Fidel), Camilo tuvo que aguantarle no sólo una fuerte reprimenda, sino toda una perorata sobre la importancia de que en una Revolución hubiera un solo líder para mantener la unidad de todo el pueblo, y el gran cuidado que debería tenerse en esos asuntos. Eso, a pesar de que era obvio que no había sido intención de Camilo quitarle público. Aquella situación, con Camilo, guarda cierta similitud con otra de muchos años después: cuando Gorbachov viajó a Cuba, El General Arnaldo Ochoa habló con él en ruso, frente a Fidel, que por unos momentos dejó igualmente de ser el centro de la atención. Fue un lapso breve, pero ese es el tipo de cosas que ciertas personalidades no perdonan.
Doce días antes de la desaparición de Camilo, Fidel suprimió el Ministerio de Defensa y creó el de las Fuerzas Armadas. El resultado de esta decisión fue que tanto el Ejército Rebelde, como la Marina de Guerra y la Aviación, quedaron supeditados al nuevo ministerio, y por lo tanto Camilo se convirtió en subalterno de Raúl Castro. Ni corto ni perezoso, Raúl comenzó a “depurar” el ejército y ordenó dar de baja a centenares de guerrilleros, entre ellos buena parte de lo que quedaba de los soldados que habían combatido con Camilo, y a todos los miembros de su escolta, a los que mandó de regreso a sus lugares de procedencia.
Camilo en esos días se movía prácticamente sin protección, aunque, confiado como era, el asunto no le preocupaba. Por eso, cuando partió de Camagüey por última vez, Manolo no iba con él. Los comunistas seguían tomando con rapidez todas las posiciones clave en el país, hasta que Huber Matos protestó por ello y le escribió la conocida carta a Fidel. Camilo estaba ajeno a estos acontecimientos; acompañado por Carlos Fariña, había estado quince días recorriendo la provincia de Oriente. Regresaron a la capital para el fin de semana.
Carlos se encontraba hablando con Lozano cuando el comandante le dijo que se fuera a descansar, que se verían el lunes. Pero por algún presentimiento el fotógrafo fue al Estado Mayor al día siguiente. Como tenía los uniformes sucios, iba vestido de civil, y en un transporte militar, cosa prohibida desde hacía poco por una orden de Fidel. No obstante, no sólo lo dejaron pasar, sino que le pidieron darse prisa: tenía una citación de Camilo para presentarse lo antes posible en el Regimiento Agramonte (el que estaba bajo el mando de Huber Matos en Camagüey), y un recado de que el Capitán Teruel, ayudante de Raúl Castro, lo estaba buscando. Encontró a Teruel y se dirigieron al aeropuerto militar, al fondo de Columbia, donde había varios aviones preparados en disposición combativa. En uno de ellos partieron para el regimiento camagüeyano. Carlos fue de inmediato a la oficina de Huber Matos, y allí estaba Camilo, sin camisa, sentado sobre el escritorio en forma de media luna de Huber Matos. A su lado había un arma queCamilo le había regalado a Huber, y que mucha gente conocía: un calibre 38 pequeño. En la cacha externa tenía grabada una bandera cubana, y en la interna una palabra que Camilo solía usar en broma con algunos de sus allegados: “Comevaca”. Era un regalo afectuoso, que aludía a la época guerrillera. Huber había agregado a su cartuchera un aditamento y usaba esta pistolita encima de la suya.
Carlos le preguntó a Camilo qué sucedía. Eso bastó para que el comandante, siempre alegre y sonriente, manifestando una cólera inexplicable, le gritara: ¡Quién eres tú para preguntarme! Carlos lo miró serio y extrañado sin decir nada. Ante el silencio respetuoso de su ayudante, Camilo se calmó y le dijo que fuera a comer algo. Al lado de la oficina de Matos había un pequeño cuarto con un catre donde echarse a dormir un poco, cuando el natural exceso de trabajo y preocupaciones de un oficial de su rango en esos tiempos lo mantenía demasiadas horas en su oficina. Fariña iba retirándose, pero pudo escuchar cómo Camilo, asomado a la puerta de ese cuarto, decía: No te preocupes, Huber, yo voy a ser testigo de descargo a tu favor.
Muchos piensan que si Fidel hubiera ido en persona a aprehenderlo, Huber Matos se hubiese defendido. Era un verdadero ídolo en su regimiento y todos sus soldados lo habrían apoyado. Pero el Máximo Líder envió a uno de los dos comandantes más prestigiosos (el otro era
el Ché), que era jefe de Huber por ser Jefe del Estado Mayor, y además su amigo. Ambos confiaban, confiaron, en la justicia revolucionaria que no era otra cosa que el arbitrio de Fidel: Camilo accedió a cumplir la orden de aprehensión y Huber a dejar que lo tomaran preso.
Al fin Fariña supo por qué Camilo lo había mandado llamar: le solicitó que fuera a todas las emisoras provinciales de radio y grabara los programas transmitidos en los últimos diez días que habían contado con la participación de Matos. Era una orden de Fidel, quien pretendía rebuscar en las palabras del acusado cualquier cosa que le sirviera como prueba de la “traición” por la que ya había decidido condenarlo. Después de darle esta orden a Fariña, Camilo regresó a La Habana. Ramiro Valdés partía con el Comandante Matos y más de 40 de sus oficiales, en calidad de presos, al campamento de Columbia.
Pero ocurrió un problema técnico: todavía las emisoras camagüeyanas transmitían en 50 ciclos y todos los aparatos con que contaba Fariña funcionaban en 60; de modo que no se podía grabar; tuvo que regresar a La Habana a buscar grabadoras apropiadas, en un automóvil de los que tenían decomisados en el regimiento de Huber.
Obtenidos los equipos, Carlos se reportó en el Estado Mayor antes de volver a Camagüey, y se encontró con que Camilo se dirigía de nuevo a esa ciudad. El comandante le pidió que fuese en el avión con él, pero Carlos le explicó que tenía que devolver el automóvil, pues había dejado su firma por él en Camagüey, de modo que viajaron separados. Ese detalle quizás le salvó la vida al fotógrafo, pues de haber viajado con Camilo en el avión, probablemente hubieran regresado también juntos, en el vuelo del desenlace trágico.
Jorge Enrique Mendoza, con algunos ayudantes, fue el encargado por Fidel de fabricar la supuesta conspiración de Huber. Camilo fue a Camagüey con la intención de interrogar a los hombres de Mendoza, de lo cual Raúl Castro tuvo conocimiento. ¿Qué información llevaba Camilo Cienfuegos para La Habana como resultado de su investigación? Nunca se sabrá; lo que sí se sabe bien es que Camilo no creía en la supuesta conspiración de Huber.
En el último viaje Habana-Camagüey Camilo iba a volar con uno de sus ayudantes, el capitán Lázaro Soltura, pero Raúl Castro dispuso que Camilo viajara con Senén Casas Regueiro, que seguiría hasta Santiago después. ¿Por qué impidió Raúl que viajara el ayudante de Camilo, si sobraban plazas en el avión? Es uno de los detalles que se han convertido en incógnita. El avión en que regresaba Camilo para La Habana era un Cessna 310, bimotor. Salió con un soldado de escolta y el piloto, llamado Luciano Fariñas (el mismo apellido de Carlos pero con ese al final).
Hay distintas versiones sobre el aparato de radio del avión; algunos afirman que no tenía o estaba defectuoso, y otros que funcionaba bien. El hecho es que, como dice Carlos, Camilo se montaba en cualquier cosa. El piloto Fariñas, entonces teniente, tenía alguna experiencia; en una ocasión Carlos y Camilo cayeron con él en las inmediaciones de Cayo Largo, accidente sin consecuencias debido a fallas del avión, en que Fariñas demostró habilidad y sangre fría. El vuelo, aquel 28 de Octubre, iba a durar unas dos horas. Nunca más fue visto el héroe popular, el Señor de la Vanguardia, el comandante rebelde más querido y más representativo de la idiosincrasia del cubano.
A los 20 minutos de salir el avioncito de Camilo, despegó del mismo aeropuerto un Sea Fure, avión de fabricación inglesa que era el caza de hélice más rápido en la época. Salió con las armas descubiertas, y al regresar, se vio que el piloto había disparado los cañones y las ametralladoras; informó que lo había hecho para probar las armas. La posibilidad, el sentimiento de que le hubiera disparado a Camilo era tan fuerte, que Manolo “Cabeza de Pinga” lo obligó a ir con él en una lancha hasta donde decía haber disparado, y le exigía, encabronado y encañonándolo, que encontrara los cartuchos vacíos, cosa desde luego imposible en el mar. Al regreso Manolo estuvo a punto de matarlo, y al parecer lo hubiera hecho si no le quitan al piloto de enfrente y lo apaciguan. El nombre de este piloto no se recuerda, pero se comentó entonces que Raúl Castro le había dado de alta en la fuerza aérea. Nunca se tuvo otra noticia de él. Fidel mencionó en su explicación posterior lo del despegue del Sea fure, sin decir el nombre del piloto y sin que nunca se le llamara a hacer declaración alguna. Es más, el capitán Fortuño, miembro de la Fuerza Aérea de Camagüey, dijo a la prensa el 31 de octubre que había notado en el avión de Camilo que “un motor estaba fallando”. Fortuño tampoco fue llamado a declarar. En realidad no podía ser llamado a declarar, porque no se realizó investigación alguna sobre el supuesto accidente.
El gobierno, por su parte, demoró solamente treinta horas en dar por perdido al comandante. El parte oficial fue publicado en Revolución la mañana del 30 de octubre, a 36 horas del despegue del Cessna.
Después de la desaparición del héroe, el jefe de la torre de control de Camagüey fue encontrado muerto de un disparo en la sien. La sangre y la masa encefálica mezcladas en un amasijo pegajoso le dejaron la cabeza pegada a la pared. Quedó de pie, extrañamente recostado al muro; Carlos estaba presente cuando algunos compañeros lo despegaron de la pared y lo acostaron. Oficialmente, el controlador fue declarado suicida.
Fariña participó en la búsqueda de su jefe y amigo, volando 10 horas diarias durante 6 días, hasta que se perdió toda esperanza de encontrarlo. Un total de 130 aviones, según se informó, se dedicaron a buscar a Camilo. El gobierno de Cuba hasta le pidió ayuda al de los Estados Unidos para localizarlo, pero le marcó unos límites tan al norte, que no había la menor posibilidad de que fuera encontrado por los americanos. Otro detalle interesante que Fariña recuerda es que Fidel compareció por televisión junto al padre de Camilo y le dijo que tenía que resignarse, pero se lo dijo ¡antes de que se diera por concluida la búsqueda!
Como suele suceder en estos casos, surgieron varias versiones de aparición: en Pinar del Río, en Yagüajay, incluso que andaba con una enfermera. El 4 de Noviembre una noticia aseguraba que había aparecido vivo. Todo el pueblo se entusiasmó; lo ubicaban en una embarcación pequeña llamada “Recuje” u “Ocuje”, que tocaría costa de un momento a otro. Pronto se supo que era falso.
Almeida ya había sido nombrado sustituto de Camilo como Jefe del Estado Mayor cuando Carlos Fariña regresó de la búsqueda. Entonces se enteró de que estaban desarmando a todos los ayudantes de Camilo. Él llegó con Almeida a entregarle también su arma, pero el nuevo jefe le dijo que la conservara. A los pocos días uno de los militares allegados a Camilo, el comandante Cristino Naranjo, ayudante del héroe hasta su desaparición, fue muerto por el capitán Manuel Beatón en una de las entradas al campamento de Columbia, a la que Naranjo llegaba en automóvil con dos de sus hombres. Según la versión oficial, se le pidió identificación y, al buscarla, la posta creyó que se trataba de un arma y los balearon, matando a los tres. No es algo imposible pero sí difícil de creer, ya que Beatón conocía perfectamente a Naranjo . Otro de los allegados a Camilo fue encontrado muerto en un automóvil, y varios más fueron encarcelados por diversos motivos. Gran parte de los ayudantes del Estado Mayor de Camilo murieron o desaparecieron en poco tiempo. Lo que quedaba de la columna de Camilo fue dispersada, enviados algunos hombres a Isla de Pinos y otros a Pinar del Río, para la base de San Julián. Entre estos estaba un grupo que después fue llamado a participar en la guerrilla del Ché en Bolivia.
Fariña presenció también la farsa del juicio contra Huber Matos. Fue una excepción, pues sólo permitieron la presencia de altos oficiales. El fiscal fue Papito Serguera, quien tenía sobre su mesa una pila de documentos como de un pie de alto, las supuestas pruebas no se sabe de qué. Fariña me contó que cuando llegó Fidel a la sala del juicio, Huber le gritó un par de verdades, al punto de que los escoltas de Fidel rastrillaron las armas y lo apuntaron. Después no pudo decir nada más. Fidel como siempre habló todo lo que quiso, desviando el problema principal, que era la renuncia de Matos a su cargo porque los comunistas se estaban infiltrando en el ejército, a otros asuntos de poca importancia, además tergiversándolos. Terminó con una frase dirigida a los jueces, parafraseando el final de su defensa cuando el ataque al Moncada. Alguna vez tuve en mis manos un folleto con este discurso, cito de memoria: Si ustedes quieren absolverlo, ¡absolvedlo, no importa, la historia lo condenará!
Para aquellos jueces, en cuya designación desde luego Fidel mismo había intervenido, era muy difícil llevarle la contraria a un acusador que era también su jefe. El Comandante Huber Matos fue condenado a 20 años de cárcel por haber escrito aquella carta, sin dudas la renuncia más duramente castigada de la historia. Es obvio que los oficiales fueron invitados a presenciar aquellos hechos con una intención disuasiva.
A Carlos Fariña los sucesos relacionados con la muerte de Camilo, el juicio de Huber Matos, algunos fusilamientos que presenció, muchos otros de los cuales supo, presumiendo que no eran justos, le significaron lo que en Cuba se llama una cura de caballo de ese virus que es la simpatía hacia la revolución cubana. Hizo que un amigo le enviara del extranjero una carta diciéndole que su padre estaba enfermo, y aunque Almeida se negó a autorizarlo a salir del país, después Raúl accedió a ello. Ojos que te vieron ir, nunca más regresó a la Isla; vivió y trabajó hasta su muerte en mi misma ciudad, donde el azar nos hizo encontrarnos y me contó sus experiencias.
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Tomado del libro El Clarín toca al amanecer, del Ex Comandante Jaime Costa
“Todos hablaban de la aparición de Camilo, y los centros de información se sentían presionados por la gente, que querían noticias en detalle. Yo seguía sin saber la verdad de aquel raro juego.
Volvimos a entrar en el rústico caserón campesino, y nos acercamos nuevamente a Fidel, que escuchaba a Dorticós:
-¿No ves? te lo dije -le repetía, exhibiendo su triunfal alegría-, no queda más remedio que hacer lo que se hizo con Frank País, ya que cogerá demasiada fuerza y tendrás que responderle de todo esto y finalmente compartir el poder con él… ‘no se puede dar marcha atrás’, para todos Raúl está perdido y nadie pregunta por él, les da lo mismo que aparezca o no, y tal vez prefieren que no lo encuentren. Voy a dar orden de que digan que Raúl apareció y verás que se pierde la noticia sin que a nadie le interese.
-¿Tú crees que será así? -preguntó Fidel, mostrando cara de absoluta ingenuidad y casi me pareció que no había pensado la pregunta, sino que la hizo mecánicamente, sin procesarla, teniendo su cerebro ocupado por otra idea.
Alejándose, Dorticós fue a conversar con el mismo grupo de la ocasión anterior y se mantuvo con ellos no menos de media hora, regresando a donde estaba Fidel, que caminaba lentamente, pero
afirmando con fuerza cada pisada, como si los pies estuvieran expresando conclusiones a las que iba arribando su cerebro.
-Nadie le hizo caso a la noticia, -repetía ahora Dorticós, añadiendo:- acuérdate de Frank País.
Fidel se detuivo un ratico en silencio y sin decir algo, como quien de hecho acepta la idea que le han filtrado en su mente, dijo:
-Bueno, vamos.
La expresión de Dorticós parecía triunfal, como que había ganado la partida y se sentía seguro de que ya Fidel estaba en el plan de acción para ejecutar lo que le tenían programado como principal actor, máximo jerarca y figura decisiva. Todos fuimos para los autos, no sé cómo yo me senté en el timón de uno, y a mi lado Almeida, atrás otra persona que no recuerdo y Fidel Castro, quien esta ocasión tampoco hizo la menor referencia personal a mí. Salimos rumbo a la Ciénaga de Zapata, que está en el lado opuesto, al sur de la Isla. Yo no conocía el camino y Almeida me orientaba, constituyendo una caravana de vehículos, que eludíamos toda complicación para llegar al lugar propuesto. Por el radio del auto oímos que un parte de Palacio había desmentido la información previa que afirmaba la aparición de Camilo Cienfuegos, informando además, que ya se había localizado a Raúl Castro. Movimos para otras estaciones y repetían lo mismo, finalmente volvían a sus informaciones rutinarias y apagamos el receptor. Todos estábamos en silencio cuando llegamos al batey de un centro agrícola, con casas dispersas que no parecían ocupadas por gentes del lugar, sino como almacenes de aperos de labranza, maquinarias, abonos, y más allá una casa de vivienda cuyo amplio portal avanzaba un tanto haci ala explanada.
La casa había sido seguramente, la residencia de los señores expropiados y ahora era usada, según me pareció, como lugar de descanso y trabajo discreto. Frente a la misma, la explanada se prolongaba formando una pequeña pista de aterrizaje, en la cual había un avión Cesna, que era el que habitualmente utilizaba Camilo Cienfuegos.
Fidel entró en la casa, sentándose en un sofá y estirándose a lo largo, como si necesitara descanso. Oía todo cuanto se decía y pasaba la vista, sin detenerse en alguien, o se quedaba con la mirada perdida, como si estuviera estudiando los secretos de la pared, simulaba prestar atención a cuanto le decían unos yotros, sin dar respuesta alguna a nadie, más bien como si estuviera catalogando las opiniones que iba escuchando de quienes, por su jerarquía, se sentían autorizados a opinar, o decir algo.
Entró Agustín Martínez, quien dando por situado el tema a que se refería, le dijo:
-¿Qué te parece, igual que Frank País, que era tan líder como tú, porque los del 26 de Julio le obedecían más que a tí y no quedó más remedio que entregarlo? Fue el Partido -añadió vivamente- el primero que se dio cuenta, ya que él tenía muchas simpatías por los americanos y estos lo valoraban mucho, en la medida en que se iba convirtiendo en líder del Ejército Rebelde, pues tú dabas una orden y la gente iba a consultarle para ver si la aprobaba o no, antes de cumplirla, y ahora se repite la historia con éste, que tiene la simpatía de los americanos y del Ejército Rebelde. ¿Tú viste la alegría del pueblo cuando se dijo que había aparecido?
Fidel permanecía en silencio, no denotaba ni aprobación, ni rechazo, sencillamente oía y seguía en abstracción.
Entró Aragonés y también, sin introducción alguna, como apoyándose por lo expuesto por Augusto Martínez, le decía:
-¿Tú pensaste que el pueblo se lanzara a la calle, como lo hizo con la noticia de la aparición de Camilo? ¿No fue igual que cuando dijo que había aparecido Raúl, verdad?
Fidel tampoco articuló palabra alguna. Eran las mismas ideas que se repetían, bajando de categoría los exponenetes y de elegancia en la expresión, pero las mismas ideas machacadas, repetidas, elaboradas por alguien tras bambalinas, que se las iban haciendo entrar en el cerebro poco a poco, a través de tres personas distintas a las cuales había oido las mismas expresiones, o era un teatro por el cual se hacía aparecer que Fidel estaba siendo empujado a una decisión que ya estaba tomada, porque había nacido en él, y los demás eran únicamente supuestos gestores que servían para darle la sensación de voluntad colegiada a lo que era irrefrenable propósito en la mente del máximo dirigente.
Fidel seguía en silencio. Tenía un tabaco apagado en la mano izquierda y permanecía tirado en el sofá, con la espalda apoyada sobre el brazo derecho. Luego de permanecer en la misma posición un largo rato se puso de pie y pidiendo que nadie lo acompañara, que quería estar solo, salió y comenzó a pasearse lentamente frente a la casa…”
…”Yo me acerqué a la ventana, revisando el paisaje que me ofrecían los pequeños grupos que conversaban aquí y allá, y a cierta distancia en la minúscula pista de aterrizaje, el pequeño avión de Camilo cienfuegos. No se me ocurrió entonces pararme y decirle a todos:
-Miren, este es el avión que estamos buscando, este es el avión de Camilo.
Quedé mudo. Nadie se me acercaba, nadie me hablaba. Fidel iba y venía como si contara los pasos. A la izquierda, otras casas rústicas que me lucieron desocupadas. Pensé que la única regularmente habitada era en la que estábamos nosotros.
Llegaron dos máquinas que habían salido un rato antes, trayendo algunas cosas de comer, que supuse habían adquirido en algún pueblo próximo y penetrando en la casa, fueron a una habitación interior, supuestamente el comedor. Muchos se movieron en igual dirección para participar de los alimentos. Yo me quedé en el mismo lugar, me sentía aislado y confundido y tods, como obedeciendo a una orden que se mantenía en silencio, no pasando de frases a palabras entrecortadas y mínimos comentarios. Sólo los de más rango conversaban en pequeños grupos separados.
Bastante más tarde llegó Raúl Castro con ramiro valdés y alguien más. No hubo saludos, nadie dijo nada. Raúl preguntó por Fidel y, seguido de Ramiro, fue en su busca pues había desaparecido del escenario visible. La presencia e inmediata ausencia de Raúl provocó la atención de todos, el murmullo de cuyos bajos comentarios cobró el tono más alto, pero todo siguió igual, excepto que sólo quedaban al alcance de mi vista los de rango superior y personal auxiliar, todos los “notables” fueron desapareciendo.
Al poco rato, el silencio imperante hasta entonces fue roto abruptamente, comenzando a oirse voces altas, gritos a veces, exclamaciones e imprecaciones, de un tono más alto… oí la voz tiplada de Raúl, como es habitual cuando él quiere imponerse y hacerse oir, puse atención y no oi más a Raúl. El vocerío venía de una de las casas próximas a la residencia en que nosotros estábamos. Hubo unos minutos de silencio, y luego la voz de Fidel, comoexpresando una conclusión que decía: “El pueblo es el que te condena, nosotros no, y te condena porque quieres ser más que yo, y eso lo destruiría todo y se hundiría la revolución”.
Después, la voz de Camilo que decía:
-¡Qué carajo la revolución!, si tú sabes que esto se ha jodido por la cantidad de parásitos comunistas que tú has traído al gobierno, y que todas las acusaciones no son más que intrigas de los comunistas con los cuales yo he estado en conflicto desde hace tiempo, y no me soportan, porque no pueden manejarme.
Sonaron golpes como si fueran manotazos dados sobre una mesa, y después un golpe seco, como si un cuerpo hubiera sido lanzado contra la pared de madera. Y un balbuceo de Dorticós, que decía:
-Ya ves, ya ves -y se extendía en expresiones que sólo capté a retazos. Otra vez Camilo, que decía:
-Ahí tienes a Dorticós, intrigante número uno, por entregar la revolución a los comunistas, que cuando nosotros luchábamos, era un miserable botellero de Batista, aspirante a aristócrata, que se ha convertido en el abrepuertas del Partido Comunista.”
…”Ahora Dorticós, irritado, que le decía:
-Te opones a todo, te disgusta todo, te atraviesas en todo. No quieres la nueva estructura del Ministerio del Interior, no quieres que se reorganicen las fuerzas armadas, te opones a todos y no cooperas en ninguno de los nuevos planes, y es más, hay un acto, tú esperas llegar exactamente cuando Fidel está hablando, para que se interrumpa el discurso y Fidel tenga que callarse hasta que la gente termine de aplaudirte, para después continuar. Eso lo has hecho veinte veces en el último tiempo, y tú sabes, y todo el mundo sabe, que el Ejército es un semillero de conspiraciones, y que lo de Hubert no fue por gusto y que tú fallaste y que si te dejamos seguir, lo que estabas haciendo, hubiera sido un desastre.
Camilo, sin darle respuesta a lo dicho por Dorticós, decía:
-¿Tú crees, Fidel, que con tipos como éste, que no es más que un oportunista y un aprovechado, se puede salvar la revolución, cuando se pasa la vida intrigando contra los valores serios del proceso, para alejarlos del poder y forzar la entrada de los comunistas? Ese es un cretino vestido de presidente, que desde que lo trajeron trabaja día y noche para destruír la revolución y ese es tu consejero. ‘No jodas, revolución con el cabezón de presidente’.
Volvía a oírse la voz de Fidel más irritado aún, que atropellando las malas palabras y los insultos, terminaba diciéndole:
-Yo no te hice Jefe del Ejército para que me pagaras de esa manera, lo que eres, es un mal agradecido, un sinvergüenza y un traidor, que siempre estás buscando la forma de atravesarte en mis planes y criticando cuanto yo hago.
La respuesta era firme en la voz de Camilo:
-Carajo, son calumnias que estos intrigantes te han metido en la cabeza, quienes me han hecho tremendo paquete y tú, imbécil, te dejas manejar. Quédate con los comunistas, si crees más en ellos que en mí, quédate con ellos y a tí te traicionarán y te hundirán también. Tú sabes que son unos cobardes y que no pueden ver a ningún revolucionario y que son un factor negativo y extraño que se ha metido dentro de la revolución, incapaces de hacer nada por ellos mismos, sólo saben actuar mediante la traición y nunca de frente. Cobardes, como a mí que me mandaron a buscar, haciéndome creer que eras tú quien me llamaba y por eso vine a este lugar, y entonces el Ché y todos me recibieron y me hicieron entrar aquí engañado, diciéndome que tú estabas aquí esperándome. ¿Por qué no fueron ellos a buscarme para traerme preso? No tienen el valor para eso y sólo se atreven a hacerlo mediante el engaño, Tú sabes bien, Fidel, de lo que son capaces estos descarados, por conseguir sus propósitos.No hubo más diálogo. Apareció Fidel caminando con la cabeza baja y en silencio, tras él, Dorticós, Raúl, Ramiro y otros, se sentaron en el portal de la casa ddonde y como pudieron. Otra vez el silencio dominaba el ambiente, sólo interrumpido por breves comentarios, persona a persona.
De pronto, como por arte de magia, aparecieron unos camareros vestidos de blanco portando bandejas de abundante comida y bebida, que servían sin taza, con diligente eficiencia, como gentes que, sin duda, eran del oficio gastronómico, y que cumplían a la perfección su función, y de pronto, desaparecieron.”…
…”Yo comí poco y me acosté en un sofá que había quedado despejado en el ajetreo de la comida, y pensando que aquella situación permanecería sin definirse por muchas horas, me dejé vencer por el sueño y dormí, sin tener una idea del tiempo que había transcurrido, como fui abruptamente despertado por unas ráfagas de de ametralladora que sonaban muy cerca. De un salto ya estaba en la ventana, tratando de determinar el lugar de donde había partido el sonido de los tiros. En la puerta estaban Raúl, Abrantes, y Almeida, y allá en la distancia, cerca del avión, Fidel, Dorticós y otros en medio de la oscuridad.
Ahora sacaban de la pequeña casa inmediata a la nuestra en una parihuela el cuerpo de un hombre eivdentemente muerto, cuyos brazos colgaban en abandono, que llevaron hasta el avión, produciéndose unos movimientos de violencia y acto seguidos varios tiros de pistola espaciados. Junto al avión se movían varios hombres en acción e instantes después aparecieron lenguas de fuego que iluminaban todo el distante escenario y envolvían totalmente el pequeño aparato, que lucía caído de frente, como si su nariz casi tocara la pista, no demorándose en oirse explosiones y crecer las llamas que parecía súbitamente alimentadas. Pensé que los depósitos de gasolina habían entrado en combustión después de las explosiones.
Ya se había retirado todos los hombres de las proximidades del pequeño avión en llamas y Fidel, Dorticís y sus inmediatos llegaban a la casa, donde tramaron algo. Fidel, dirigiéndose a todos y a nadie en particular, como pasando la vista para no pasarla en persona alguna, dijo:
-Bueno, ya saben, aquí no ha pasado nada, nadie ha visto nada, nadie vio nada, ya que fue el pueblo quien lo condenó, yo no, -y como si lo creyera necesario repitió otra vez- aquí no ha pasado nada, nadie vio nada.
Lucía muy agitado y hablaba con intervalos de silencio que no parecían adecuados a su habitual manera de expresarse. Entonces, poniéndose de pie, a la vez que caminaba dijo:
-Bueno, vamos -cuando ya estaban trasponiendo la puerta, hacia la esplanada frente a la casa.
Ya las llamas habían crecido y el fuego parecía irse extinguiendo, todos habíamos salido tras Fidel que luego de andar un trecho se detuvo y volviéndose, repitió:
-Ya saben, aquí no ha pasado nada, nadie vio nada, fue el pueblo quien lo condenó, yo no -y cuando parecía que iba a salir caminando, deteniendo su impulso, se volvió nuevamente para decir- para la historia es un héroe, que todo el mundo lo sepa bien, y que sus cenizas se repartirán por toda Cuba, ya que él es un mártir del pueblo, es un héroe.
Montó en la máquina partiendo de inmediato.
Ya era de madrugada y hacía frío. Todos iban a coger sus vehículos y Raúl, que reparó en mí al pasar, me preguntó:
-¿Y tú con quién viniste?
-Con Almeida.
-Bueno, vete con él, -me sugirió y siguió caminando, agregando- ya sabes que no ha pasado nada.”…